A Rosa Díez sus compañeros la llamaban la jefa. Foto: PULL

Echando (un poco) de menos a Rosa Díez

Opinión

Os voy a ser sincera desde el principio: Rosa Díez era de mis personajes preferidos del panorama político español. Y ahora que, a golpe de tuit sobre Vox, ha vuelto al candelero, he de confesar que no se puede querer, al menos un poco, a una señora que pretendió regenerar la democracia después de haberse dedicado al servicio público durante más de treinta años. Hablaba de los políticos en tercera persona, como si ella fuese defensa central del Madrid de Zidane, y, cual madre de la patria, abrigó bajo su ala protectora a muchos desencantados con el bipartidismo.

Fue impresionante ver la cantidad de gente que, atraída por el carisma de Díez, se sumó a la marea magenta (llamarla marea Rosa igual era pasarse un poco), un proyecto que, por nuevo, cogió desprevenidos a unos cuantos.

Si hacemos un poco de memoria, recordaremos que en el Congreso Federal del PSOE del año 2000, aquel en el que Rodríguez Zapatero se hizo con la Secretaría General del partido, Rosa Díez quedó cuarta, por detrás de Bono y Matilde Fernández, cosechando 65 votos de 995 posibles. Fue un duro golpe para la vizcaína, que se refugió en su escaño en el Parlamento Europeo, probablemente maquinando ya un nuevo escenario. Tardó 7 años en abandonar el PSOE y, al poco, fundaría Unión, Progreso y Democracia: su cortijo.

Fue elegida portavoz de UPyD en el I Congreso con un 78.2 % de apoyo. Tras la victoria, se rodeó de los suyos: Mikel Buesa, Ramón Marcos o su particular Sancho Panza: Carlos Martínez Gorriarán, aunque las comparaciones quijotescas aquí pueden llegar a sonar hasta groseras… Así que más que de Sancho, Gorriarán ejerció de bulldog francés (o de pequeño gran danés), dispuesto a ladrar a cualquiera que no bailara el agua a su ama.

Y no les fue mal. En 2008 consiguieron un escaño en Madrid, en 2011 subieron a cinco, cuatro en la Capital y uno en Álava, los dos bastiones magentas.

El partido tenía unas características que hacían sospechar que, a medio-largo plazo, podría ser, incluso, alternativa de gobierno o, al menos, copartícipe de un Ejecutivo en coalición. Pero cometieron errores de novato: personalización absoluta de la formación, excesiva y descarada ambigüedad en temas clave y, en sus últimos años, una estrategia de comunicación pésima. ¿Les suena? Cambien magenta por morado.

«Aseguró muy convencida, igual que habla siempre, que su error había sido fundar un partido para Dinamarca en España»


Hace tiempo, Rosa Díez aseguró muy convencida, igual que habla siempre, que su error había sido fundar un partido para Dinamarca en España. Tan modesta como de costumbre, en su razonamiento los españoles no habíamos estado a la altura y no habíamos sabido apreciar el «magnífico» programa político que UPyD nos ofrecía. Sólo los daneses, una sociedad mucho más avanzada e inteligente que nosotros, habrían sabido. Ya.

Intuyo que ese comentario lo hizo porque, como muchos, seguro que Rosa Díez ha podido disfrutar de uno de los mejores dramas políticos de la historia de la televisión: Borgen, una serie de DR1 que narra las luchas de poder en Dinamarca, la mayoría de las veces desde un punto de vista periodístico. Es una House of Cards mucho más creíble y cercana, con problemas y soluciones lógicas. Quien la haya visto sabe que, ni de lejos, la figura de Birgitte Nyborg, la protagonista, podría asemejarse al perfil de Díez. Por varios motivos, además. Nyborg domina perfectamente los tiempos gracias a su inteligentísimo equipo de comunicación, es capaz de conectar con la gente desde una posición que, al contrario que Díez, no destila prepotencia y autoritarismo y a la danesa, generalmente, sólo la apuñalan por la espalda los miembros de otros partidos.

¿En qué mundo civilizado un político es capaz de enorgullecerse de haber fallado en el análisis coyuntural de su propio país? ¿A quién se le puede llenar la boca reconociendo que ha creado un partido incapaz de solventar los problemas de España porque su partido es más propio de algo tan lejano como Dinamarca? A Rosa Díez.

Los partidos políticos son faunas impresionantes. Y UPyD fue buena muestra de ello. Cuando la situación interna empezó a ser desoladora, los que antes defendían a la lideresa a capa y espada empezaron a pedir su cabeza. Quizá pensando en que todavía había pastel que repartir. Díez dejó de hablarse con Irene Lozano, que antes le escribía prólogos para sus libros. Lozano, antes de ir en las listas del PSOE, estaba hasta dispuesta a forzar un Congreso para postularse como portavoz. El núcleo duro del Consejo Político se puso a Díez en contra y a su lado sólo le quedaba gente como Gorriarán, que estuvo en el barco hasta que ella misma acabó de destrozarlo. Miembros como David Andina o Álvaro Anchuelo se desmarcaron de la otrora portavoz, que, a la deriva, intentó achicar el agua con cubos de playa.

Imagino que para los militantes implicados debió ser triste. UPyD pudo haber sido todo y se quedó en nada, absorbido por la sombra de Ciudadanos. Esos con los que Díez, en su momento, se negó a pactar creyendo que estaban en una posición de superioridad para decirles que no. Más tarde, Ciudadanos recogió hordas de nuevos afiliados desencantados con los magentas.

A Rosa Díez sus compañeros la llamaban la jefa, casi hasta el último día. UPyD era su partido. Y lo hundió como ella quiso. Pero nos dejó buenos momentos.

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