El préstamo bibliotecario fomenta el valor del bien compartido. Foto: PULL

Lectura sin barreras

Opinión

En una sociedad marcada por la inmediatez digital y el consumo acelerado de información, el papel de las bibliotecas públicas como espacios de acceso libre al conocimiento sigue siendo tan relevante como necesario. Entre sus múltiples funciones, el préstamo de libros representa uno de los pilares más nobles y democráticos de estos centros: garantizar que cualquier persona, sin importar su condición económica o social, pueda acceder a la cultura, la educación y el disfrute de la lectura.

Lejos de ser un hábito del pasado, el préstamo de libros sigue teniendo una profunda vigencia. Las cifras lo demuestran: millones de personas recurren cada año a las bibliotecas para acceder a obras literarias, científicas, técnicas o simplemente recreativas. Para muchas familias, esta posibilidad significa la única forma viable de alimentar la curiosidad intelectual de sus descendientes o continuar su propia formación. ¿Qué puede haber más justo que un sistema que no mide el conocimiento por la capacidad adquisitiva?

Además, el préstamo bibliotecario fomenta el valor del bien compartido. En un mundo donde todo tiende a la posesión individual y al consumo privado, compartir libros a través de una red pública es un gesto contracultural, un acto de resistencia silenciosa que promueve la empatía, el respeto por lo común y la sostenibilidad. En lugar de incentivar la compra compulsiva de libros, que muchas veces acaban olvidados en estanterías polvorientas, el préstamo permite que una misma obra circule y viva múltiples vidas.

«El préstamo de libros no es un simple servicio, sino un acto político de justicia social y equidad»

Por si fuera poco, las bibliotecas públicas también son refugios de inclusión. Son espacios donde la gente encuentra compañía, el estudiantado halla un lugar de estudio y concentración, las personas migrantes acceden a recursos en su idioma y quienes no tienen trabajo pueden formarse gratuitamente. En este ecosistema, el préstamo de libros no es un simple servicio, sino un acto político de justicia social y equidad.

Sin embargo, no todo es alentador. En muchos lugares, las bibliotecas sufren recortes presupuestarios, abandono institucional o una progresiva invisibilización frente al avance de las plataformas digitales. Es urgente que las administraciones públicas comprendan que apoyar a las bibliotecas no es un gasto, sino una inversión a largo plazo en educación, cohesión social y ciudadanía.

El préstamo de libros debe ser defendido y potenciado. Porque una sociedad que facilita el acceso libre al saber es una sociedad más libre. Y porque, al final del día, abrir un libro prestado supone abrir puertas.

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