Hace unos días perdí a mi bisabuela. Aún me cuesta asumirlo y vivir con ello. Decir que la perdí suena como si se tratara de algo que simplemente se hubiese desvanecido, cuando en realidad el vacío que dejó es muy grande y aún la siento aquí conmigo. Está en todos lados, en los gestos que me enseñó, en las frases llenas de bondad que me repitió mil veces, en el amor que habita en mí, todo lo que nos dejó. Desde que se fue, la vida ha seguido como si nada. Los días han pasado, tratando de mantener la rutina, el Mundo no se detuvo. Y sin embargo, para mí sí, una parte de la infancia, del refugio, del amor incondicional. Esa parte que solo una abuela sabe habitar.
Me sorprende lo silencioso que puede ser el duelo. No siempre grita. Se asoma en pequeñas situaciones como: ver su número en el móvil aunque sepas que ya no está y terminas hablándole en la mente contándole lo que ha pasado, buscando consuelo en lo que dejó en mí. Sonará extraño, pero sé que aún me escucha.
Duele, claro que duele. Pero dentro de ese dolor también existe mucha gratitud. Por haberla tenido, por haberme cuidado y guiado, por su tiempo, su ternura, su paciencia y más. Por todo lo que me dejó sin saber que lo estaba dejando. Ese es su legado: un legado de amor que no muere con su ausencia. Que ahora vive en mí y que nunca más voy a aceptar menos que ese.
«A veces no sé bien cómo continuar después de la pérdida de mi bisabuela»
Un 22 de junio de 2018 perdí a mi abuelo. Tras un tiempo luchando para que se recuperara, entre quimios y terapia intensiva, el cáncer decidió que ya era su hora de partir. Hay despedidas que a veces llegan sin avisar, en tiempos que no te esperas. Mi abuelo se venía en el vuelo destino a Tenerife con nosotros en aquel agosto de 2018, pero no pudo ser. Lo recuerdo como una persona trabajadora, siempre encontraba la manera de lograr lo que se proponía.
No tengo respuestas. A veces no sé bien cómo continuar después de la pérdida de mi bisabuela, pero lo intento todo. Si algo me enseñó muy bien fue a cuidar a los míos, a amar con firmeza y a no rendirme ni en los días más grises. Quizás por ahí empiece: viviendo como ella me enseñó, con ese amor que ella me heredó. Sé que ella desde donde esté sigue guiándonos y para la familia aún es, como si no se hubiera ido. Estamos aprendiendo a vivir con su ausencia.
Asimilar vivir sin ella no es olvidarla, es reconocer que vive en mí pero de otro modo. Hay amores que no mueren, solo que su luz ahora pasa a iluminar desde otro plano. Sé que ella no se fue. Está en mi voz, en mis gestos, en lo que dejó sin darme cuenta. Y mientras exista ese amor, ella permanece aquí.