Portada de 'Debí tirar más fotos'. Foto: PULL

Donde duele, suena

Opinión

Llevo siendo fan de Bad Bunny desde su despegue a la música por allá en 2016. Si algo no se podría imaginar mi yo de 14 años es ver a aquel trapero con cadenas combinando un traje de Prada con un sombrero pava en la Met Gala ocho años después. Tampoco me hubiese imaginado a La Bebecita de Ahora Me Llama convertirse en La Bichota de Si Antes Te Hubiera Conocido y mucho menos ver a cuatro venezolanos ganarse un Grammy.

No es novedad que al mando del género urbano se encuentran, principalmente, artistas de origen latino, pero cualquier entendido en el tema puede confirmar que las reglas del juego están cambiando. El uso del género como catalizador cultural y la música como protesta hacia los actuales problemas sociales son un acto de rebeldía hacia la industria que me tienen con el corazón en la mano.

Hablo de Bad Bunny porque Debí Tirar Más Fotos, más allá de ser un álbum, es un billete de regreso a casa. Benito rompió con los esquemas impuestos por la industria anglo y el pop global con letras que plasman la esencia de un Puerto Rico de reuniones familiares con salsa de fondo, de casitas de campo y de reguetón a todo volumen en bocinas dañadas. Escenarios de un Caribe que recuerdo con mucho cariño porque acho, PR es otra cosa. Se sumerge entre salsas, plenas, reguetones y boleros, géneros típicos a los que también hace tributo Karol G en su último álbum, Tropicoqueta, con rancheras, merengues y vallenatos que suenan exactamente igual a lo que crecí escuchando.

«Yo no canto reggae, pero soy cultura»

Si bien Tropicoqueta no ha sido monedita de oro desde su lanzamiento, es innegable que este álbum la convirtió en la voz de las mujeres latinas dentro de una industria que brilla por sus estándares masculinos y foráneos. Efectivamente, todos quieren una colombiana, una puertorriqueña o una venezolana, pero La Bichota logró saciar esta expectativa desde un lugar digno y poderoso. Ese uso del arte como trinchera sin duda me parece el más útil actualmente.

Volvamos a Bad Bunny, que usa la nostalgia como altavoz para advertir el problema de gentrificación que atraviesa su país actualmente. Pero los reyes de la protesta a través de la lírica son los integrantes de Rawayana, la banda venezolana que ha puesto al país en el radar urbano. El caos político y social del País no debería ser novedad para nadie a estas alturas, pero sus letras han logrado que las personas de Venezuela lloren y bailen al mismo tiempo. El gusto por su música es meramente subjetivo, pero no podría imaginarme una mejor representación del talento por ese lado del Caribe en la industria.

Lo que están haciendo no es puramente reguetón, pero sí es urbano en el sentido más amplio, porque nace del barrio, del caos y del calor. Son ritmos y letras que evidencian que ser de Latinoamérica no es solo origen, sino también historia y un símbolo de resistencia. Lo más bonito de este movimiento es la mínima intención de competencia. Por supuesto que se puede intentar silenciar u opacar este lado del género. Al fin y al cabo se trata de un mercado con sed de éxito y apuesta por lo mainstream, pero les falta sazón.

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