Canarias está dejando de ser un lugar donde vivir para convertirse en un lugar donde sobrevivir. El problema de la vivienda en las Islas ha alcanzado un punto crítico: alquileres inasumibles, precios de compra fuera del alcance de la mayoría y una presión turística que está desplazando a la población residente. Lo que comenzó como un problema urbano ahora es una emergencia social de carácter estructural. En Santa Cruz de Tenerife, Las Palmas de Gran Canaria, Arrecife o Puerto de la Cruz, los carteles de «Se alquila» son cada vez más raros. No porque las casas estén todas ocupadas, sino porque muchas han sido reconvertidas en alojamientos turísticos.
El auge de plataformas como Airbnb ha desvirtuado por completo el mercado. Quienes antes alquilaban a familias ahora prefieren el beneficio rápido y constante de los alquileres vacacionales. Las autoridades han empezado a reaccionar, aunque demasiado tarde y con demasiada tibieza. Las zonas tensionadas, la limitación de precios o los planes de vivienda pública son medidas necesarias, sí, pero hasta ahora han sido más anuncios que realidades. El mercado sigue escapando de todo control y el mensaje que recibe la ciudadanía es claro: el acceso a la vivienda ya no es un derecho, es una lotería.
«Las Islas no pueden seguir dependiendo únicamente del turismo como motor económico»
Es urgente repensar el modelo. Canarias no puede seguir dependiendo únicamente del turismo como motor económico. La vivienda debe dejar de ser tratada como un bien de inversión y ser gestionada como lo que es: un derecho básico. No se trata de demonizar al visitante ni al pequeño propietario, sino de establecer reglas justas. Necesitamos más vivienda protegida, más control sobre el uso turístico del suelo urbano y una legislación valiente que priorice a quien vive y trabaja en las Islas.
Lo contrario sería seguir alimentando una bomba social que ya está estallando en forma de frustración, fuga de talento joven y una creciente desigualdad. Canarias debe decidir si quiere ser un paraíso para vivir o un escenario bonito para el disfrute ajeno. Y esa decisión, como casi todas las importantes, empieza por el tejado: garantizar un hogar digno y asequible para quien llama a este territorio su casa.