‘Gorrión rojo’ y la exaltación de la sensualidad

Opinión

La Guerra Fría nunca aburre a Hollywood. Jennifer Lawrence, tampoco. Espionaje, violencia y sexo conforman este cóctel de color granate, que puede llegar a empalagar a más de uno. Gorrión rojo, de Francis Lawrence, es una película protagonizada por la notoria y popular ganadora de un Óscar, junto con Joel Edgerton, Matthias Schoenaerts y la colaboración del aclamado actor Jeremy Irons. Fue estrenada el 2 de marzo de 2018, y ya ha recaudado más de 130 millones de dólares.

Dominika Egorova (Jennifer Lawrence) es una famosa bailarina de ballet en Moscú. Durante una actuación sufre un accidente que la separa del mundo del espectáculo. Su tío, Ivan Dimitrevich (Matthias Schoenaerts) trabaja para los servicios secretos del país. Este promete hacerse cargo de su madre enferma si Dominika participa en el programa Gorrión Rojo, donde adquirirá capacidades de espionaje y seducción.

Nate Nash (Joel Edgerton) es un agente de la CIA destinado en Rusia. Mantiene contacto con Mármol, un topo dentro del servicio de inteligencia exterior del país. Dominika deberá descubrir la identidad del infiltrado cautivando al americano, perpetrando un plan en el que el engaño y la atracción serán el arma cardinal.

Que no sorprenda el tópico ruso-americano


La complejidad de trasladar una obra literaria a la gran pantalla reside en el difícil, pero satisfactorio proceso de comprimir y resumir. La profundidad en el trato de la personalidad y la trascendencia de los personajes es menor. Es posible que la línea argumental sufra y el mensaje originario se transforme en una burda sugestión comercial. Sin embargo, no es el caso de Gorrión rojo.

Sin olvidarnos de aspectos que favorecen de forma negativa al film, como por ejemplo situaciones de confusión y enredo desmedido, apatía en las interpretaciones que exigen emotividad minuciosa y una continua y aburrida uniformidad en ciertos intervalos de la historia, Gorrión rojo es una obra digna de ver.

La sutileza en las escenas eróticas conforma una producción modélica. Jennifer Lawrence nos recuerda a Katniss Everdeen en Los juegos del hambre, pero su actuación no deja de ser admirable. Que no sorprenda el tópico ruso-americano, pues conforma la base argumental. La fotografía, la edición y la dirección de arte sumergen al espectador en una intimidad que penetra entre las butacas. Dejemos que nos cace.

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