«Vivimos en una montaña, pero nadie nos ve»: así recuerda Carlos Jiménez, docente en el Grado en Diseño de la ULL, las palabras de un vecino de Las Moraditas, Taco. Se trata de «un barrio situado en una curva, oculto por carteles publicitarios» que dan a la autopista. Caracterizado por largas escaleras que conectan las viviendas, prácticamente no tiene bancos o espacios comunes para hacer vida en las calles. En ese contexto, nació hace seis años Amoraditas, dirigido por Carlos Jiménez en colaboración con Alicia Morales, en su día estudiante y hoy doctoranda. Incorporando la metodología de Aprendizaje-Servicio, busca la dignificación y embellecimiento de la zona a través de la recuperación de su memoria oral.
Amoraditas comenzó a funcionar en 2016, durante la Tenerife Design Week, para la transformación ecosocial mediante procesos participativos. Posteriormente, también estuvo vinculada a ICI Taco y CONvive. Incorporando esta iniciativa a la docencia, que se traslada hasta la actualidad, el alumnado comienza por entrevistar a personas de la comunidad para saber cuáles son sus necesidades. Después, en base a esas conversaciones, se encargan de diseñar espacios, productos o servicios para poner en práctica con esa misma gente.
Recuperación de la memoria oral desde la colectividad
Las Moraditas, un lugar periférico y autoconstruido, posee un amplio conocimiento oral. En este barrio se asentaron migrantes provenientes de La Gomera, que llegaron en la década de los sesenta, durante el Desarrollismo, para trabajar en la construcción y el turismo. Según relata el profesor, «cuenta una parte fundamental de la historia de Canarias».
El reto de esta labor está en «la humildad y la escucha», puesto que hay que identificar las emociones y necesidades que verbalizan las personas para analizar a qué cuestiones profundas están conectadas. Entre ellas, el sentimiento de pertenencia o de abandono, los estereotipos asociados al barrio -pobreza, marginación o drogadicción-, cómo perciben la calidad de la gestión, etc. Por ello, «cada sitio necesita de un conocimiento situado» que no es aplicable a otros territorios. En este trabajo de documentación, «las vecinas y vecinos son las catedráticas y catedráticos».
Reconocimiento entre la vecindad
Sentados en un banco de la plaza, dos jóvenes conversan al lado de una pequeña biblioteca comunitaria, repleta de libros, colocada por Amoraditas. Al preguntarles por la iniciativa, en seguida saben de qué se trata. «Sí, claro. Pintaron las escaleras de mi casa. Subiendo por esa calle, a la derecha, también hicieron un mural», explica uno de ellos.
El propietario del bar situado enfrente, conocido por todos como Dani, ha tenido una larga implicación con Amoraditas. Sin pensárselo, asegura que le parece «algo maravilloso». Según comenta, este proceso contribuye a dar vida a la zona, en la que lamenta ver que los espacios están vacíos y desaprovechados. Para él, «es fantástico que venga gente de fuera a preocuparse por el barrio».
Sonia Rodríguez, además de vecina, es portavoz de la Plataforma Vecinal Unidas por Las Moraditas. Para ella y la comunidad a la que representa, Amoraditas ha supuesto un cambio para bien gracias a «la voluntad, la integración con la gente, la implicación y la iniciativa del alumnado». Según explica, este proceso ha ayudado a la población del barrio «a verlo de otra manera», dándose cuenta de que no todas las acciones deben pasar por las instituciones. Para ella, ha supuesto una motivación a la hora de darle continuidad a las iniciativas y «un aire fresco» para las personas mayores.
Entre los éxitos de Amoraditas, se encuentra la pequeña biblioteca callejera y una mesa urbana comunitaria donde conversar, leer o jugar. La estantería repleta de libros, debido al desgaste que ocasiona el estar al aire libre, sufrió algunos daños tiempo después de su instalación.
Gabriel, vecino del barrio y padre de Sonia, decidió no solo arreglarla, sino ampliarla para poder colocar más libros y de mayor tamaño. Para ello, recogió dos cajoneras de madera que encontró en la calle, las unió y las pintó de verde, dando como resultado una nueva estantería que colocar junto a la pequeña biblioteca reparada.
El docente Carlos explica con emoción el gran valor que tiene que «personas no diseñadoras, manitas y ciudadanas, decidan no esperar a que vengan de fuera a arreglarles las cosas y solucionarles ciertas carencias y anhelos». Para él, es un ejemplo de «evolución» en el diseño comunitario, gracias a la labor cumplida por el estudiantado, que ha incentivado el paso a la acción.
Telecafecitos, una oportunidad en tiempos de confinamiento
La llegada de la pandemia supuso un punto y seguido para muchos proyectos y actividades. En el caso de Amoraditas, Alicia y Carlos lo identifican como un cambio de dinámica o de fase que no hubiera sido posible de otra forma. Cada año, CONvive Taco organizaba encuentros convivenciales con música y comida. 2020 fue el turno de Las Moraditas, y aunque no pudo celebrarse, se sustituyó por diálogos telemáticos que llamaron Telecafecitos.
Con un total de diez sesiones que han quedado grabadas, se generó un archivo de memoria cotidiana oral que antes no existía. En cada encuentro virtual, se hablaba de un tema concreto en el que las voces protagonistas contaban sus historias: las mujeres, los comercios y la vecindad en general.
Se trataron temáticas desde el barrio como lugar de acogida hasta las Fiestas de Mayo, pasando por las primeras migraciones y la identidad comunitaria o la cooperación y la unión, entre otros que pueden visualizarse en el canal de YouTube Yo Soy Taco. Además, a ello se sumó la recopilación de fotografías antiguas que también constituyeron un archivo.
Aprender en contacto con entornos reales
Debido a la flexibilidad de los tiempos necesarios y las acciones posibles, el profesor Carlos quiere evitar el encorsetamiento. Si bien en la primera mitad del curso académico se enmarca en la asignatura optativa de Diseño para el sector turístico, no es extraño que se vincule, durante el segundo cuatrimestre, a Imagen corporativa.
Es más, Carlos recalca que su idea es que no se quede en una asignatura, sino que se hagan TFG, TFM o tesis doctorales, como es el caso de Alicia Morales. Incluso, cree que es posible llegar a otros Grados. «Lo hemos iniciado con la intención de que sea un espacio de construcción y experimentación colectiva, como si fuera una aula viva. No es patrimonio de una sola disciplina», resume.
Aura Sánchez es una de las estudiantes que formó parte de Amoraditas. El año pasado desarrolló, junto a su compañera Paula Franco, un proyecto de diseño en un solar abandonado, para el que también organizaron una recogida de residuos. Además de esas acciones, enumera distintos proyectos implementados de forma paralela por otras personas de su clase: «Un huerto comunitario, murales, varias rutas por el barrio…».
Para Aura, esa experiencia significó poder ver sus conocimientos y formación reflejados en algo real. «Fue la primera asignatura que me vinculó directamente con lo que es el diseño más allá del ordenador; la parte práctica de todo lo que planteas e idealizas en clase», reflexiona. Además, llegó a darse cuenta de que el verdadero foco del diseño no es quien crea un objeto o servicio, sino las personas para las que se está creando.
Alicia Morales, de alumna a coorganizadora
La doctoranda Alicia Morales está actualmente desarrollando su tesis por la ULL, tutorizada por Carlos Jiménez. En ella, ha colocado el enfoque en el diseño participativo y el codiseño para ser implementado en procesos comunitarios, con la base puesta en Las Moraditas. En definitiva, «el diseño como herramienta de cambio social», una perspectiva que, según señala, no se suele contemplar de igual forma que el trabajo social o la psicología, a pesar del potencial que tiene.
Alicia llegó a realizar tanto su TFG como dos de sus TFM en relación al barrio de Las Moraditas y al proceso que se desarrolla en él. Así, todavía cuando era alumna del Grado, se convirtió también en coorganizadora. Actualmente, lleva dos años impartiendo docencia con una Venia Docendi y es responsable de comunicación en la Cooperativa OFIC (Oficina de Innovación Cívica) para el diseño cívico y urbanismo participativo. Ambos puestos guardan una estrecha relación con su implicación y participación en Amoraditas.
La doctoranda destaca, sobre todo, la importancia de lograr que «el barrio cuente su propia historia». Entre otros métodos, habla de la posibilidad de hacerlo «a través de sus muros», en los que narrar «aquellos hitos que lo definen». Lo ejemplifica con un mural en el que representaron elementos icónicos que trasladan la memoria de Las Moraditas al campo visual.
Relatos olvidados, «historias con h minúscula»
Tanto Alicia como Carlos coinciden en que es importante recalcar que este proceso no consiste en «hacer para, sino hacer con», es decir, «diseñar con y por la comunidad». Especialmente, para abrir vías de empoderamiento, incentivando que sea la vecindad quien tome las riendas de una labor de reflexión y mejora de sus propios espacios.
«Las demandas son legítimas, pero a veces infravaloramos nuestra propia capacidad de cambio», la cual, en palabras de Carlos, se impulsa cuanto mayor es la capacidad de organización, autogestión e innovación social.
En este caso, para el objetivo concreto de dignificar y embellecer, decidieron construir relatos y narrativas que se lleven al campo visual para que la gente pueda reconocerse en ellos. Sobre todo porque un barrio como Las Moraditas, periférico y autoconstruido, «no es el centro histórico de Santa Cruz o La Laguna, ni es patrimonio de la humanidad según la UNESCO; es un relato de historias con h minúscula, queda olvidado».
De ahí extrae el docente la vinculación con la asignatura de Diseño para el sector turístico: «Que Canarias esté a 20 o 25 grados o que el Teide exista no es mérito nuestro». En su lugar, habla de poner en valor «lo bueno, bonito y valioso que hay en un proceso de desarrollo endógeno, desde la comunidad que habita aquí y tiene unas necesidades». A partir de ahí, habiendo valorizado lo propio, será mucho más fácil darlo a conocer para un público turista.
«Los procesos de turistificación pueden generar muchas desigualdades»
No obstante, Carlos insiste en que la intención no es turistificar Las Moraditas, «sino darnos cuenta de que hay una cuestión que está antes, que es dignificar». Considera que, una vez conseguida esa labor, «también podremos dignificar lo que queramos promocionar para el turismo, sin que eso suponga sacrificarlo al servicio del mejor postor, como está pasando ahora en el Puertito de Adeje o con las personas en las viviendas que querían desocupar«.
De hecho, destaca una cuestión que considera problemática, y es que «hemos comprado el discurso de la identidad canaria y lo que somos como si se lo estuviéramos contando a un turista», cayendo en discursos publicitarios y estereotipos que no son fieles a la realidad. En gran medida porque, dice, «los procesos de turistificación pueden generar muchas desigualdades sociales».
Una experiencia de intercambio enriquecedora
Los aprendizajes que obtiene el alumnado que participa en Amoraditas son aplicables a muchas destrezas laborales. Carlos enumera algunas de ellas: «Saber moverse en entornos; trabajar con multiactores, complejidad y contextos de incertidumbre; coger rodaje con personas reales y, sobre todo, la experiencia de intercambio».
De hecho, Alicia considera que esta ha sido una experiencia «vital» para su desarrollo, tanto durante la carrera como después, por lo que recalca que este tipo de formación es «muy importante» en la formación universitaria. También lo cree Carlos, y es que asegura que, a pesar de ser docente, aún le queda mucho por aprender.
Para él, es necesario admitir que no se pueden tener todas las respuestas y certezas, incluso siendo ya catedrático. El alumnado también tiene que interiorizar que esa incertidumbre, complejidad y multifactorialidad son parte del trabajo. Esta es una de las cuestiones que, según su experiencia, cuesta más a sus estudiantes. Por ello, cree que es fundamental para la formación universitaria «sacarles del ordenador y del aula, romper esa burbuja invisible», para que investiguen por su cuenta e interactúen con los elementos que les permitirán tomar decisiones.
De cualquier forma, el mayor énfasis lo coloca en la devolución a la sociedad. «Tenemos la costumbre de tomar información y tiempo, hacemos nuestra historia, y nos olvidamos de que ese conocimiento generado vuelva al barrio», asegura. Ese acto no solo aporta riqueza, sino que, además, contribuye a la creación de vínculos emotivos con el territorio, al tiempo que cambia las dinámicas profesorado-alumnado que Carlos identifica como una «transacción de oficina, de cajero automático», para dar o recibir una nota.
Con esta forma de trabajo, la percepción del alumnado se transforma mientras aporta valor a una comunidad. En ese sentido, Alicia resume el papel que juega la comunidad: «Hablamos en colectivo, el trabajo no es posible sin la vecindad y las organizaciones que colaboran».