El párroco José Domínguez propone ayudas a los países con crisis humanitarias. Foto: Jessel S

«Tenemos que trabajar por una Iglesia que sea pobre para los pobres»

Solidaridad

Con una trayectoria de casi 17 años, el párroco José Domínguez va mucho más allá de dar misas. Entre otros muchos, uno de sus cargos trata de realizar seminarios a la vez de impartir clases de Teología. Lleva la coordinación de Cáritas Diocesanas en un aproximado de cuatro parroquias. Además, presta servicios que van desde donación de alimentos hasta pago de rentas de alquiler a varias comunidades vecinales. Apunta la necesidad de formar a las personas para ayudarlas a salir del paro.

¿Qué le llevó al sacerdocio? «Lo cierto es que no puedo decir que siempre quise hacer esto. Cuando yo era niño quería ser carpintero como mi abuelo, o profesor de Historia como mis padres. Pero fue a través de mis profesores de catequesis que me dejaron la posibilidad de ser sacerdote y ayudar a  la gente de una forma distinta».

¿Se ha arrepentido alguna vez? «Siempre hay momentos de dificultad, de dudas. Uno con 15 años no tiene las cosas muy claras. No voy a negar que hay momentos en los que de verdad te planteas si esto es lo que realmente quieres hacer por el resto de tu vida. Creo que, como con cualquier carrera o matrimonio, siempre hay momentos en lo que piensas si estarás con la persona correcta, pues lo mismo se aplica para la Iglesia. Crisis hay siempre, pero hay que superarlas, y si no la superas será que no estás en el lugar correcto».

¿Cómo ha sido su trayectoria? «Cuando me ordené, mi primera parroquia fue en La Gomera, en Vallehermoso. Desde un principio he coordinado Cáritas. Unos años después de la carrera me quise especializar  y realice un máster de dos años en Roma. De resto, mi trabajo lo he desarrollado en un gran número de parroquias en la isla de Tenerife«.

¿Cree que la Iglesia tiene cabida en la sociedad actual? «Por supuesto que lo creo, si no, no estaría aquí. El ideal que pregona la Iglesia es el de estar unidos. Pone de manifiesto todo lo que tiene que ver con la moral y la política social. El Papa Francisco es un ejemplo de cómo su voz, que es la voz de la Iglesia, ha llegado a personas que no tienen por qué ser creyentes».

«A parte de ser tradicional, creo que la iglesia es muy prudente»


¿Considera posible que la Iglesia cambie su estructura de poder e incluya, por ejemplo, a las mujeres en el sacerdocio? «La Iglesia es como un gran elefante. Un elefante va caminando, pero sus pasos son lentos, un poco torpes, da pasos hacia delante pero también muchos hacia atrás. La institución de la Iglesia más que ser pionera es la última que se apunta al carro. Aparte de ser tradicional, creo que la Iglesia es muy prudente. La vida de la Iglesia y el desarrollo sí que va en progreso, pero más lento de lo que la sociedad quiere o espera. Es verdad que por otro lado estamos sufriendo cambios muy rápidos y hay que buscar el punto medio entre el inmovilismo de la Iglesia y el progresismo de la sociedad».

¿La Iglesia debería quedarse en los pregones o ser más activa en destruir desigualdades? «La Iglesia no solo se queda en la palabra. En verdad tiene un poder activo, pero a veces no se promociona tanto. Creo que el papel de la misma es indispensable en países latinoamericanos donde el estado no es capaz de poner herramientas indispensables para el desarrollo de la sociedad. De manera subsidiaria una de las instituciones principales sigue siendo la Iglesia a través de la labor de misioneros, proyectos, ONG, etc.».

¿Comentan entre ustedes la opulencia con la que se vive en El Vaticano? «Hay que decir que a veces es más fachada que otra cosa, es decir, es una riqueza que fue acumulada después de muchos siglos de historia, sobre todo en el Renacimiento y en el Barroco. Es un poco de dilema del patrimonio inmueble, pero con lo del dinero sí es verdad que tenemos que cambiar a una Iglesia que sea más transparente, más pobre, porque eso lo hace más creíble. Tenemos que trabajar por una iglesia que sea pobre para los pobres».

La escritora Rosa Montero afirma que la pandemia es una cura de humildad , ¿lo percibe usted de esa manera? «Para comenzar es importante dejar claro que no creo que la pandemia sea un castigo divino. Sí que es verdad que la vida que llevamos tiene unas consecuencias. Quizás la sobreexplotación de la naturaleza favorece a estas mutaciones. Esto nos ha hecho ponernos en nuestro sitio, en realidad somos polvo de estrellas, no somos absolutamente nada en la galaxia y mucho menos en el universo. Y que una cosa tan insignificante y microscópica haya puesto en jaque a la humanidad es una demostración de que esto nos ha hecho una cura de humildad».

¿Con todos estos cambios se han logrado adaptar como la realización de misas por la vía telemática Misas online ? «Cuando empezó la pandemia no sabía muy bien qué hacer, estábamos un poco en shock. Sí es verdad que hemos hecho misas online, aunque ciertamente la fe tiene una dimensión horizontal y dimensión fraterna, con lo que las redes ayudan pero no son lo ideal».

«Nadie deja a su tierra o a su familia por gusto»


¿Qué opina del fenómeno migratorio que ha puesto en el punto de mira a la sociedad canaria ? «La crisis de la Covid-19 ha causado mucho daño en estos países empobrecidos, sobre todo en África, e incluso en Latinoamérica, pero de ellos no se habla porque vienen en avión. Lo cierto es que todas las personas buscan un futuro mejor, así como nosotros lo hicimos años pasados cuando emigramos a Cuba o a Venezuela. Yo creo que hay que ayudarlas, pero primero es escucharlas. Nadie deja a su tierra o a su familia por gusto, sino por que tienes que mantener a una familia que se muere de hambre. Hay fondos para todos y las sociedades desarrolladas tienen que invertir en estos países de manera desinteresada para que todos vivamos en igualdad de condiciones».

¿Cómo es el sistema de caridad que realiza su parroquia? «Cáritas es el principal brazo social de la Iglesia. No es el único, claro. También contamos con el apoyo de Manos Unidas, pero sin duda el más conocido es Cáritas. Cada diócesis tiene su Cáritas diocesana que se concreta en cada jurisdicción parroquial. Nosotros atendemos a la gente que viene, escuchamos sus necesidades y sus problemas, y tratamos de ayudarlos en la medida de nuestra posibilidades. Le tratamos de ayudar con bonos de alimentos, ropa, medicación y en algunos casos puntuales si es algo muy grave, le pagamos algunos recibo de agua o de alquiler. Ahora mismo estamos un poco parados por el tema de la pandemia, pero también hacemos cursos de formación como de informática, manipulación de alimentos e, incluso, de autoayuda».

Mario Vargas Llosa en su libro La civilización del espectáculo, habla un poco de la cultura del entretenimiento y cómo avanzamos a una sociedad superficial. ¿Cree que nos estamos perdiendo a nosotros mismos ? «Hay muchos colectivos que piensan que hay que levantar el pie del acelerador y volver a la naturaleza, a un modelo más armónico. Parece que la vida está en una etapa de la adolescencia, una crisis en la que estamos insatisfechos con lo que somos, queremos un futuro mejor pero no sabemos cómo hacerlo» .

«El dolor que sentimos ante la pérdida de un ser querido es el precio de amarlo»


Con la muerte tan cerca este último año, ¿cómo la afronta usted, le tiene miedo? «A la muerte creo que le tenemos miedo todos, sobre todo cuando le vemos los dientes. Yo siempre hago uso de una expresión a la que llamo el vértigo de la muerte, como si fueras a lanzarte ante un precipicio. La muerte siempre da vértigo, la cosa es la respuesta que le damos a ese vértigo. Uno no puede minusvalorar el dolor, lejos de huir de ese problema lo tenemos que asumir. El dolor que sentimos ante la pérdida de un ser querido es el precio de amarlo. Bendito sea aquel que es capaz de sufrir por amar, ay de aquel que nunca ha sufrido porque nunca ha amado».

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