Mamá siempre me advirtió de que no quisiera crecer tan rápido y que disfrutase del momento. Y cuánta razón tenía. Siento que nunca disfruté lo suficiente los días de aburrimiento, las tardes jugando a la Wii con mi hermano, las comidas familiares cuando no faltaba nadie en la mesa… Y lo peor es que eso nunca volverá a pasar. En este mundo que cada vez avanza más rápido, donde el presente se esfuma a través de miles de estímulos y el futuro se nos presenta incierto, la nostalgia se convierte en un refugio.
Recordar tiempos pasados puede hacernos sentir mejor, devolvernos la ilusión o simplemente ayudarnos a entender quiénes somos hoy. Pero también puede estancarnos y provocar rechazo al presente. ¿Hasta qué punto la nostalgia es nuestra aliada? ¿Cuándo empieza a ser un ancla en nuestras vidas?
«No es una forma de evasión, es una forma de reconciliarnos con nuestra historia»
La nostalgia tiene muy mala prensa en algunos sectores. Se la acusa de ser una emoción conservadora, paralizante o incluso engañosa. Y no es raro escuchar frases como «todo tiempo pasado fue mejor», que suelen estar más cargadas de idealización que de verdad. Con perspectiva es fácil olvidar los matices oscuros de lo que fue y pintar con tonos cálidos recuerdos que, en su momento, no fueron tan idílicos. Sin embargo, eso no significa que debamos despreciarla.
La memoria tiene una cualidad innegable: embellecer los recuerdos del pasado. Por ejemplo, volver a escuchar una canción que marcó nuestra infancia, revivir una tarde con nuestros seres queridos o recordar la voz de alguien que ya no está. Todo esto puede ser profundamente sanador, pero también una trampa si no sabemos discernir correctamente nuestros sentimientos. La nostalgia, bien entendida, no es una forma de evasión, sino una herramienta para reconciliarnos con nuestra historia.
El problema surge cuando se transforma en una forma de negación al presente. Cuando la vida se vive a través del retrovisor y perdemos de vista lo que ocurre ahora. Corremos, entonces, el riesgo de convertir la memoria en una prisión. Idealizar el pasado puede impedirnos construir nuestro futuro o incluso disfrutar del hoy a pesar de sus imperfecciones.
«En la incertidumbre colectiva, la memoria ofrece consuelo»
Vivimos tiempos donde la nostalgia se ha vuelto casi un producto de consumo. Las películas, las series, la música, incluso la moda, apelan constantemente a la estética de otras décadas. Hay una razón para eso: la incertidumbre colectiva, el recuerdo del pasado ofrece consuelo. No está mal rendirse a eso de vez en cuando, pero también debemos preguntarnos si esa mirada al ayer nos impulsa o nos detiene.
La clave, quizás, está en el equilibrio. Permitirnos la nostalgia como una caricia, no como una cadena. Usarla para aprender, para recordar lo que valía la pena, pero también para comprender que lo mejor no siempre está detrás, sino a veces justo delante, esperando a que lo miremos de frente.
Por suerte ahora a pesar de este sentimiento tan recurrente, puedo decir que me gusta donde estoy, la persona en la que me he convertido y las nuevas oportunidades que me ha dado la vida. Estoy donde tengo que estar, pero nunca me olvido de quien fui, ni de donde partí.