Joe Biden: «Quiero advertir al país sobre la concentración de poder en muy pocas personas y de las peligrosas consecuencias que puede acarrear si no se controla. Hoy, una oligarquía está tomando forma en Estados Unidos, lo que pone en juego toda nuestra democracia». Estas fueron las duras palabras del expresidente norteamericano al abandonar la Casa Blanca el pasado 20 de enero. Y es que la llegada de Donald Trump está siendo una vorágine que arrasa con todo a su paso. El mandatario republicano juega al tira y afloja con otras potencias. Su estilo disruptivo vuelve a ser tendencia y a poner a prueba la democracia estadounidense.
El motivo de su victoria es digno de análisis: Trump demuestra entender el malestar social como nadie. Además, logró sumar a sus rivales a la ecuación: al candidato independiente y desertor demócrata, Robert Kennedy Jr., le otorgó el mando del Departamento de Salud y a Elon Musk, que nunca mostró interés aparente en la política, le dio luz verde para desmantelar el Estado al frente del Departamento de Eficiencia Gubernamental.
«Soy el presidente de la paz»
El republicano suele atribuirse con frecuencia el título de «presidente de la paz». No es que se equivoque en la afirmación, pues es el primero desde 1980 en no iniciar un conflicto en su primer mandato. «Nuestro éxito se mide no sólo por las batallas que ganemos, sino también por las guerras en las que nunca nos metamos. Se llama paz mediante la fuerza», aseguró. Y es lógico preguntarse: ¿realmente se quiere evitar enfrentamientos o simplemente deformar su significado y forma?
El presidente estadounidense quiere poner orden a la vez que lo desata. En campaña electoral afirmó que le pondría fin a la guerra de Ucrania en 24 horas. Es cierto que hasta ahora hay avances nunca antes vistos, a pesar de las discrepancias que mostró con Zelenski en la Casa Blanca. Trump impone su estilo personal incluso en la diplomacia: mejor pedir perdón que permiso.
Busca el equilibrio, pero lo que realmente anhela es poder. ¿Por qué si no iba a querer anexionarse Groenlandia y Canadá? Trump no actúa por capricho y sabe que estas regiones pueden abastecerle con toda clase de recursos para moldear el tablero global a su imagen.
La política actual es, en muchos casos, un producto de los tiempos que vivimos, en los que lo emotivo opaca a lo racional. Ya cada vez queda menos espacio para comprender a quien piensa diferente.
El título de este artículo es una forma elegante de hablar de narcisismo. Pero más que todo, es una crítica al autoritarismo contemporáneo. Porque cuando quienes lideran juegan a ser Dios, el mundo se convierte en su patio de recreo.
Si el poder se viraliza y deja de argumentarse, ya no es democracia lo que tenemos delante, sino un nuevo tipo de espectáculo. Uno en el que, tarde o temprano, el precio a pagar será muy caro.