Madrid se prepara para vivir las elecciones a la presidencia de su comunidad autónoma más polémicas y mediáticas de toda la historia. La candidata del Partido Popular y presidenta en funciones, Isabel Díaz Ayuso, comenzó su campaña proponiéndole una pregunta con mucho trasfondo a sus posibles votantes: ¿Comunismo o libertad? Aunque el sentido real de la pregunta que la madrileña quería hacer era ¿Iglesias o yo?
Sería interesante analizar el eslogan, pero eso supondría reflexionar sobre lo que es, en general, la política. Han decidido desde el origen de los tiempos cómo tenemos que organizar nuestra economía, cuáles son las asignaturas que se deben cursar en los colegios, qué problemas médicos requieren más atención que otros o con quién debemos contraer matrimonio.
No voy a mencionar tampoco el aborto, la igualdad de género o el cuestionamiento a las víctimas de violencia machista. Quizás porque se olvidan de que, fuera del discurso ideológico, tras la lucha de partidos y tendencias políticas, hay uno universal que sí debe abogar por la libertad real.
«¿Por qué tiene que decidir la clase política con quien me caso, a quién rezo o qué debo estudiar?»
Formamos parte de un sistema y debemos acatar unas órdenes concretas para poder convivir en paz. Tras ese reglamento básico, como individuos, debemos tener la llave de nuestras decisiones. Lo mencioné antes pero, ¿por qué tiene que decidir la clase política con quién me caso, a quién rezo o qué debo estudiar? Defiende, con desfachatez y arrogancia, quienes pueden adoptar y quienes no. Juzgan la hora a la que una mujer llega a su casa para ver si condenan al violador o a la víctima.
No quisiera recordarle a Ayuso que la libertad por la que ella aboga supone, entre otras cosas, olvidar a aquellos que quieren tener una muerte digna. Su partido, recientemente, se opuso a la ley de la eutanasia que, según la Organización Médica Colegial, es solicitada por dos mil personas al año para elegir, libremente, cómo acabar con su vida.
Luego están quienes parecen propiciar el avance moral y el encuentro con la independencia personal, pero que dan el disgusto cuando se creen capaces de decidir las propiedades que una persona puede tener o cuando quieren imponer, a veces, el valor de la meritocracia. En ocasiones, piensan que, ante la falta de argumentos de peso, la hipocresía y la mentira son suficientes.
Como sociedad caemos en el error de olvidar la libertad, de perderla a cualquier precio, regalarla, donarla y pisarla. Nuestra historia está marcada por cientos de personas que dejaron su fuerza, aliento y voz en conseguirla y ahora no sabemos ni definirla. Sócrates explicaba que para ser libres debemos controlar nuestro instinto y no ser esclavos de él.
Mi libertad no la puede definir ni Ayuso ni Iglesias. Tampoco la doctrina política ni el pensamiento religioso. Mi libertad solo la puedo definir, elegir, sentir y vivir yo. Dicen que es el oxígeno del alma y yo me preparo para llenar mis pulmones de aire eligiendo mi camino y recordando que en muchas ocasiones nos quitan lo que no se debería ni vender ni cuestionar: la libertad.