‘Todo sobre Almodóvar’, magia en el Leal

Cultura / Ocio

Todo sobre Almodóvar supuso ayer, día 24, una ocasión inmejorable para demostrar a los tinerfeños en el Teatro Leal de La Laguna que la cantante Esther Ovejero era imprescindible dentro del Festival Fimucité 2017. Un concierto de hora y media en donde se recorrieron las canciones icónicas e inolvidables de la filmografía del director Pedro Almodóvar. Piezas como Soy infeliz, Se nos rompió el amor de tanto usarlo o Un año de amor mantuvieron el escenario bañado de rojo y al público en vilo.

Los murmullos del patio de butacas, repleto, se sustituyeron por los aplausos que daban la bienvenida al cuarteto de músicos formado por: Roberto Amor a la batería, Patricio León a la guitarra, Carlos Perdomo al contrabajo y David Quevedo como pianista y arreglista de los temas. Y, por fin, la magia. Surgió de repente cuando Esther Ovejero, la vocal, apareció en el escenario cantando La bien pagá con una montera y un vestido rojo de lentejuelas. El vestuario era una declaración de intenciones, fruto de la imaginería almodoviana, que se entrevía en las medias de rejilla y la gestualidad con que la intérprete acompañaba cada una de sus canciones.

La vibrante voz de Esther Ovejero llenó el escenario con Teatro


Esther Ovejero, con tres discos a sus espaldas y más de diez años en el mundo musical, trajo al Leal el desparpajo, la sensualidad y la fuerza de las letras que han conformado la carrera del director manchego. En el escenario se situaron los intérpretes y, a un lado, una mesa de café en la que se mostraban objetos tales como un abanico rojo, una mantilla o una tetera que la cantante iría intercalando a medida que avanzaba la función. Con la imagen de Mujeres al borde de un ataque de nervios, la vibrante voz de Ovejero llenó el escenario con Teatro.

Apuntaba directamente al público, interpelaba las emociones que habían en cada uno de los espectadores y mientras iba y venía sobre sus altos tacones, interactuaba con los allí presentes. Conocía y sentía cercano a los asistentes que esa noche habían llegado, y se disculpaba por el calor que le estaban dando los guantes rojos. “Ay, Bertita, que es ella la culpable de todo esto”, decía refiriéndose a la directora de escena. Y sin más, quitándose las gafas de sol comenzó a cantar Un año de amor, de aquella inolvidable Tacones Lejanos.

Los boleros, el folclore sudamericano, quedó adaptado en un sencillo e íntimo arreglo que se esbozaba entre los cuatro músicos que giraban a su alrededor. Elementos jazzísticos dados por el timbre de su voz y un ritmo pausado que coincidía con la llegada a escena de un mito.

Con un susurro hiriente llegó Piensa en mí


“¿Quién soy ahora”, preguntó Esther al público colocándose un poncho rojo, “Chavela”, contestaron sin dudar. Y con un susurro hiriente llegó Piensa en mí.

Sin despegarse aún del personaje, la artista cogió una pequeña copa, se disculpó ante los presentes -ya que su garganta necesitaba algo refrescante- y, sentada en una silla roja de madera en medio del escenario, los miró y enganchó con El último trago.

Los aplausos eran sinceros y no dejaban ni un segundo de silencio entre el término de una canción y el comienzo de la siguiente. Sorprendidos estaban los asistentes ante la flexibilidad de la voz de la cantante, sus agudos y sus graves así como su desgarramiento. “Para alegrarlos un poco, vamos con este arreglo de Caetano Velosa en Hable con ella”, así presentaba Cucurrucucú paloma.

A continuación, Volver platearon las sienes que inmortalizó Penélope Cruz en la oscarizada película del mismo nombre. Con el abanico rojo que la refrescaba, la intérprete alzaba los brazos para desoír la marcha del tiempo. No obstante, también se hizo eco del humor reflejado en Kika, rescatando frases para júbilo de los asistentes. La teatralidad de su tono hicieron de lo vivido una reinterpretación personal de las baladas que se escucharon a lo largo de la velada. Esa interpretación que ahondaría en los sollozos de Ne me quitte pas que asomaba en La Ley del Deseo. Sentada en las escalinatas que unían el escenario y el patio de butacas, el pañuelo blanco de la cantante acompañó las últimas notas de la noche.

El público, incapaz de contenerse, se alzó en pie, y esto, como si fuera a modo de despedida, quedó en un: “No los vamos a dejar así, pero quédense de pie que ahora les toca bailar”. Y así fue. Las palmadas se acoplaron al ritmo de I’m so excited y Esther, ya descalza y desprendiendo unas energías inigualables, rehízo la coreografía de Los amantes pasajeros. Volvimos a los locos años 80, tal y como hubiera querido Pedro Almodóvar, con una ferocidad y alegría que se palpaba en el ambiente: cuerpos bailando, un piano vociferante y la incombustible cantante dejaron al espectáculo por los aires, sin respiración.

Una canallada que supuso el glorioso e inolvidable fin.

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