Ley educativa tras ley educativa, el quiste del sistema educativo no para de crecer. Los 40 años de democracia española han derivado en ocho leyes de educación completamente distintas, esfumando así, la capacidad de seguir una línea continuista que se vaya adaptando a los tiempos actuales con orden lógico. Hemos crecido bajo el amparo de una enseñanza resultadista basada en la memorización de conceptos teóricos que luego vomitamos en exámenes, con el único objetivo de obtener una nota numérica que nos catalogue y sin el ánimo de aprender o reflexionar sobre lo estudiado.
Y llegados a 2022, el Gobierno de España aprueba la desaparición de la asignatura de Filosofía en las aulas de la ESO, salvo las comunidades que, por voluntad propia, decidan integrarla. Tenemos los ingredientes para un cóctel molotov que no tardará en explotar en campo propio.
La filosofía no es una ciencia empírica, y quizá sea este motivo lo que la hace atractiva. Por naturaleza, el ser humano desea conocer y entender, y con ello, evolucionar a través del libre pensamiento. Sin él, seguiríamos estancados en sociedades anacrónicas donde el adoctrinamiento y las creencias de líderes de opinión pública serían unas verdades inmutables capaces de corroer la libertad y crear masas sociales.
«No debería existir nada más importante que enseñar al estudiantado a conseguir un espíritu crítico»
Y para evitarlo, no debería existir nada más importante en esta etapa formativa que, obligatoriamente, enseñar al estudiantado a conseguir un espíritu crítico que le permita cuestionarse sus alrededores y los dogmas sociales que imperan en nuestra sociedad. Si no lo hace, los asumirá como suyos sin réplica.
Obviar las deficiencias del sistema educativo y centrar el debate solamente en demostrar la importancia de la filosofía sería tapar el sol con un dedo. Quienes la hemos cursado conocemos sus defectos, el mal enfoque que se le da en ocasiones y la experiencia con docentes centrados exclusivamente en la necesidad de ofrecer el programa completo sin llevarlo a la práctica. Sean consecuentes y fomenten el cumplimiento de una de las competencias básicas de la educación: Aprender a aprender.
No soy creyente de la eliminación de la filosofía clásica, quizá la que más ampollas levanta en el colectivo estudiantil, puesto que es vital averiguar los antecedentes que conforman los principios de nuestra comunidad para ser capaces de crear las bases de un pensamiento razonado y con valor ético.
Sin embargo, disculpen que me aventure a ofrecer una solución a este rompecabezas: una enseñanza teórico-práctica que ponga en valor los conocimientos adquiridos y promueva debates que constituyan la adquisición de una crítica personal. Probablemente suene utópico, pero es un debe histórico que tiene el sistema educativo español para resolver. Reformular la asignatura y ofrecerla como lo que debe ser: una escuela para fomentar el libre pensamiento. No sirve lanzar la pelota de legislatura en legislatura.
«Una sociedad que no es capaz de pensar por sí misma está abocada al fracaso»
Vivimos en una sociedad capitalista que cataloga el valor de sus miembros por la capacidad productiva que ofrezcan. No quieren que pensemos. Empero, recordemos que la conquista social del libre pensamiento debe ser uno de los pilares sobre los que cimentar una opinión pública sin coacciones, ya que una sociedad que no es capaz de pensar por sí misma está abocada al fracaso.
El alumnado se queja de los porqués de estudiar a filósofos antiquísimos como Platón o Immanuel Kant, pero suprimir sus contenidos en la ESO nos transporta a sus épocas, donde los juicios propios no eran pertinentes. No permitamos que nadie nos quite la posibilidad de concebir nuestro propio sesgo. Es de justicia.