El 'trastorno de la autopercepción´ ha aumentado entre personas jóvenes. Foto: PULL

Los filtros de Instagram y la búsqueda de una belleza irreal

Opinión

No es una novedad que la autoestima de las personas esté ligada al aspecto físico, de hecho, hemos llegado al punto de que ya hemos normalizado muchas presiones estéticas. En el ámbito digital, los filtros de Instagram son la nueva herramienta de embellecimiento. Comenzado en Snapchat, estos filtros crean una versión mejorada de ti mismo, con colores, maquillaje e incluso ajustes faciales como el agrandamiento de labios y ojos, la reducción de la nariz, el contorno de la mandíbula… Algo que al principio nos parecía inofensivo nos puede causar inquietud. ¿Qué le pasa a la percepción de nuestra imagen cuando nos acostumbramos a distorsionarla en redes sociales?

Aunque lo vemos más en Instagram y TikTok, este fenómeno se conoce como Snapchat Dysmorphia, según la revista de la Asociación Médica Estadounidense, JAMA. El equipo de especialistas de la Universidad de Boston afirma que los filtros separan la realidad de la fantasía. Generan inseguridad, crisis de ansiedad y el aumento de cirugías plásticas. Las consecuencias de la normalización del uso de filtros desencadenan trastornos mentales, distorsiones de la imagen y baja autoestima. La idealización que propagan estas herramientas, basadas en un único y poco real estándar de belleza, desalienta el amor propio.

Otro aspecto preocupante de esta moda es que afecta, sobre todo, a niñas y adolescentes, que aun están formándose y son muy influenciables. Para comprobarlo, la marca Dove lanzó un estudio para su Proyecto Autoestima que se enfocaba en demostrar como los selfies con filtros afectaban a las personas. En la muestra de 500 mujeres entre 10 y 17 años, el 23 % admitía que no se sentía lo suficientemente bien si no editaba sus fotos y un 20 % estaba decepcionada con su aspecto físico.

Entre la ciudadanía española, a más del 90 % le gustaría cambiar algo de su físico, como la reducción de abdomen, modificar el rostro o mejorar la calidad de la piel a través de procedimientos médicos sin operaciones, es decir, tratamientos médicos-estéticos. La Sociedad Española de Medicina Estética (SEME), asegura que el número de intervenciones han aumentado significativamente desde 2016, llegando a un 34,5 % entre la población.

«Esta versión distorsionada del rostro trae consigo muchos problemas psicológicos que pueden llevar a saltar de la pantalla al bisturí»

Lo cierto es que si bien los selfies con filtros muestran en un principio confianza y empoderamiento en la persona que los toma, la realidad es que retratan la inseguridad con la verdadera imagen de sí mismo.  La idea de que algo siempre puede mejorar con la ayuda de los filtros acorta la línea entre la realidad y la fantasía, y trae consigo no solo una cierta dependencia de mejorar la apariencia, sino también la depreciación de los rasgos reales y la búsqueda por un modelo único de lo que se considera bello.

Esta violencia a la diferencia de cuerpos se presenta de una forma diluida, no agresiva y, a veces, no percibida. A simple vista, estos instrumentos están hechos para jugar, son creativos, inofensivos y buscan la interacción entre personas. El problema surge cuando los filtros más utilizados son considerados como embellecedores, ya que cambian la fisionomía de la cara por una con estándares irreales y alejada de nuestra existencia. Esta versión distorsionada del rostro trae consigo muchos problemas psicológicos que pueden llevar a las personas a saltar de la pantalla al bisturí.

Algo muy contradictorio y preocupante es cómo en un momento donde hay tanto debate entre las redes sociales contra la salud mental y el amor propio frente a los estándares irreales estamos, una vez más, rechazando nuestra apariencia cada vez que utilizamos estos filtros. El culto a la belleza tan publicado y compartido deja a reflexionar la necesidad que tenemos siempre de mejorar nuestra apariencia, ya no solo son selfies, también con rutinas de cuidado de piel y con procedimientos estéticos.

El ciclo narcisista que conforma el mito de la belleza buscado por la mayoría de personas, si bien tiene una intención positiva de mejora de la autoestima y el autocuidado, es un caos de insatisfacción que nunca acaba. Detrás de esta persecución hay una raíz política. Las obsesiones por el físico y el pánico a envejecer hoy en día son fomentadas por redes sociales, pero su origen proviene de la televisión y revistas, aquellas que mueven la economía y fomentan la constante inseguridad.

Originalmente, los retoques estéticos se lo hacían aquellas personas ancianas que buscaban mitigar los signos de vejez, pero ahora el objetivo son jóvenes que se someten a procedimientos estéticos para mejorar su autoestima informándose únicamente por internet y las redes sociales. Esto ocurre por la difusión que tienen las operaciones en las plataformas. Es un problema tan grave que en Inglaterra han tenido que prohibir el uso de bótox y ácido hialurónico en menores de 18 años debido al aumento de intervenciones registradas en los últimos años.

Separar la belleza de la sexualidad y celebrar la personalidad de las características individuales es algo necesario para alcanzar la autonomía del cuerpo y respetarlo en su integridad orgánica. Es un cambio que cuesta trabajo porque no solo debe cambiar nuestra autopercepción, sino también los estigmas de la sociedad sobre la diferencia de cuerpos. Tenemos la herramienta que nos beneficia el sentimiento de una belleza efímera, ilusoria e irreal con el uso de filtros, ¿pero realmente somos los benefactores de esta obsesión por la perfección?

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