A través de la historia, la esfera política se ha convertido en un espacio excluyente. Foto: PULL

La democracia contada por papá y mamá

Opinión

Hay una pregunta cruel que a veces se oye durante la infancia: «¿A quién quieres más: a papá o a mamá?». Una trampa. Un sendero delineado con perfecta astucia por quienes quieren presentar la cosa como un camino que, de pronto, se bifurca y hay que tomar uno de los dos sin posibilidad al desvío. Un interrogante que disfraza de cariño una imposición emocional. Un juego perverso que reduce la realidad a una elección binaria. «Falsa dicotomía», diría la Academia. El sistema electoral nos lleva planteando esta misma cuestión a la ciudadanía desde hace casi cinco décadas, pero con papeletas.

Por triste que suene, en esto se ha transformado el sueño de la democracia. Llámelo mamá o papá, llámelo PSOE o PP. Porque a esta gran y unida casa que es España ya no le quedan más familiares, amistades o enemistades. No hay más gente para la gente. La política, el arte de la convivencia en desacuerdo, se reduce a dos siglas que se parecen más de lo que admiten.

Así, la vida parlamentaria se ha convertido en un juego de espejos en que ambos bandos de la clase política se refleja de manera mutua. Se acusan de corrupción y abuso de poder, pero continuamos aceptándoles en representación de la voluntad popular. Del sentir de la casa. Bajo el mismo techo, compartimos alimentos, pero también cargamos con las mismas penas.

«Sánchez, decidido con la promesa de limpiar la casa, la limpió con otra mugre»

Las elecciones posteriores a la moción de censura de 2018 es un ejemplo, casi de precisión quirúrgica, de esta dinámica de alternancia a la que cada año me acostumbro un poco menos. Volvamos a la última legislatura de Rajoy. Aquel PP que dejó el gallego se hundía bajo el peso de sentencias judiciales a raíz de la Gürtel, de los sobres, de los mensajes de teléfono de «Luis, sé fuerte». Pedro Sánchez llegó decidido con la promesa de limpiar la casa. Y la limpió. Con otra mugre. Aquí el problema no es solo el inquilino.

Con el PSOE al mando, Sánchez no tardó en adoptar las conductas que tanto criticó: silencios oportunos, contratos opacos, olvidos administrativos, malabares con la legalidad, ruedas de prensa sin preguntas de la prensa. Pero, claro, uno no puede llegar a las cinco de la tarde sin haber almorzado. Koldo allí, Ábalos allá, maquíllate, maquíllate. Los casos que ahora cercan al Ejecutivo no son errores aislados, sino parte de una lógica de sistema: el poder como fin en sí mismo y no como servicio a lo público.

Y así anda, entre tanto, el percal: circunscripciones diseñadas para sobrerrepresentar a las agrupaciones más grandes y listas cerradas. Llegarán los próximos comicios. O no. Y el escepticismo no será hacia la máquina, sino a los engranajes. El niño tiene derecho a decir que no quiere a mamá ni a papá.

A medio siglo de la muerte de Franco, seguimos esperando una suerte de nueva transición democrática como quien, bajo delirios abrahámicos (llámele PSOE, llámele PP), aguarda la tierra prometida. Pero quizás ya es hora de crecer. Y dejar de jugar al juego de siempre. Porque papá y mamá ya no están para seguir cuidando de España. La política no debería ser un drama familiar, sino una herramienta para dejar de depender de progenitores  que nunca aprenderán a dejar de mentir.

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