Nuestra familia ha acogido desde 2017 a dos niños y cinco niñas. Les hemos intentado brindar un hogar, amor y estabilidad. Han llegado con historias difíciles, pero también con mucha esperanza. Sin embargo, el peor momento no es solo la despedida. Es el mal trámite de sus casos por parte de las instituciones encargadas de su protección. La falta de comunicación, la escasa información y la nula coordinación entre entidades convierten el acogimiento en un proceso doloroso y deshumanizado.
El acogimiento familiar es una experiencia única e irrepetible, pero también es muy difícil. Durante estos años, hemos abierto la puerta de nuestro hogar a siete maravillosas personas. Todos han dejado una huella imborrable en nuestras vidas. Pero, cuando llega el momento de despedirse, el sistema no siempre acompaña. Es totalmente inadmisible que estés viendo crecer a dos personas durante dos años y medio, sentirlas como parte de tu propia familia y no poder tener un último abrazo y un último beso. No piensan en nadie y tratan a las familias como meros expedientes. Las instituciones encargadas de gestionar estos casos, como la Dirección General de Protección a la Infancia Familias, junto con entidades como Sumas y Aldeas Infantiles, no cumplen con su parte. La falta de coordinación entre ellas hace que la juventud en acogida no reciba la atención que necesitan.
Cuando uno de estos menores llega a un hogar de acogida, es decir, un sitio nuevo con gente que apenas conoce, lo hacen con miedo, inseguridad y una carga emocional muy grande. Nuestro objetivo es lograr que se sientan seguros y estables. Pero, las instituciones deben hacer lo mismo. No basta con abrir las puertas de casa. Es fundamental que las personas encargadas den seguimiento adecuado a cada caso y trabajen en conjunto con las familias de acogida para garantizar el bienestar de los niños y niñas. La falta de coordinación y empatía en el proceso de acogida y adopción contribuye a que este proceso sea aún más difícil.
Uno de los mayores problemas, por no decir el mayor, es la escasa de información sobre las familias biológicas o las de origen. A veces, no recibimos todos los detalles que necesitamos para cuidar adecuadamente a las personas menores de edad que llegan a nuevos hogares. Por ejemplo, en un caso que vivimos en primera persona, acogimos a un menor que, según nos dijeron, había sido secuestrado. Sin embargo, nunca nos informaron de ese dato. Más tarde, descubrimos por nuestros propios medios que los presuntos secuestradores eran vecinos de nuestro municipio. Esta falta de transparencia nos pudo poner en peligro. Este tipo de situaciones evidencian una grave falta de comunicación entre las instituciones encargadas de gestionar los casos y las familias de acogida.
«La falta de comunicación entre las instituciones también es un problema»
La falta de comunicación entre las instituciones también es un problema. Cuando llega el momento de la adopción, las familias de acogida no volvemos a saber nada más a cerca de unas personas que formaron parte de nuestra familia durante un largo periodo de tiempo. La transición hacia la adopción debe ser gestionada de otra forma por el bien psicológico. Sinceramente, yo creo que el proceso no lo hacen lo suficientemente digno para ninguna de las partes.
Es urgente que todas las partes remen en la misma dirección. La población infantil que vive en acogida se traslada de un hogar a otro sin un plan claro y sin un futuro garantizado. Esto no solo genera inseguridad, sino que con el paso de los días se van cerrando más puertas. Intentamos hacerlo lo mejor que podemos y sabemos. ¿Tenemos nuestros fallos? Sí, pero tampoco podemos abarcar todas las responsabilidades. Es urgente que las leyes, como la Ley 26/2015, de derechos y garantías de la infancia y la adolescencia, se cumplan rigurosamente y que se garantice un futuro digno, lleno de estabilidad y oportunidades. Me han cambiado la vida y personas que se encuentran en su misma situación se merecen tener las mismas posibilidades que el resto.