A la sombra de los mástiles del Puerto de La Luz y rodeado por el pulso constante del barrio de La Isleta, el Mercado del Puerto de Las Palmas de Gran Canaria ha resistido más de un siglo de transformaciones. Fundado a finales del siglo XIX, este emblemático mercado no es solo una estructura de hierro forjado: es un organismo vivo que respira historia, comunidad, sabor y cultura. Un lugar donde cada puesto cuenta una historia y donde cada plato servido hoy tiene raíces que se hunden profundamente en el suelo isleño.
Un pasado anclado al mar
El mercado abrió sus puertas en 1891 como parte de una estrategia para modernizar los servicios urbanos de la capital grancanaria. Su ubicación no fue casual: se eligió el entorno portuario de La Isleta, zona que entonces vivía un auge debido a la actividad naval y al incipiente comercio internacional. La estructura, construida con hierro importado desde Europa, es uno de los escasos ejemplos de arquitectura metálica del siglo XIX en Canarias. Si bien durante décadas se sostuvo la idea de que su diseño era obra de ingenieros franceses vinculados a Gustave Eiffel, hoy sabemos que el proyecto original se desarrolló localmente, aunque con componentes prefabricados posiblemente de origen francés.
El mercado se convirtió rápidamente en un punto neurálgico para el vecindario. Las personas que vivían en La Isleta y el entorno de Guanarteme acudían diariamente a comprar pescado fresco, frutas tropicales, carne, especias y legumbres. El bullicio de los carros, el aroma a salazón y el ir y venir de mercancías convirtieron al mercado en el corazón comercial de la zona.

El cambullón: comercio popular e identidad cultural
Uno de los fenómenos más singulares ligados al mercado fue el cambullón. Durante décadas, especialmente en la posguerra, decenas de jóvenes del barrio se dedicaron a esta actividad semiclandestina, que consistía en subir a los barcos extranjeros atracados en el puerto y negociar con las tripulaciones. El intercambio de productos —desde alimentos hasta electrodomésticos— formó un mercado paralelo que dinamizaba la economía informal de la zona y alimentaba la imaginación colectiva.
Muchos de estos productos terminaban en los puestos del Mercado del Puerto, reinsertándose en el circuito de consumo local. La figura del cambullonero, hoy reconocida incluso en el folclore canario, fue clave para la supervivencia de muchas familias isleteras. Y el mercado fue, sin duda, el escenario donde ese comercio de supervivencia encontraba estructura y público.

Crisis, rehabilitación y reconversión
A finales del siglo XX, el mercado entró en un proceso de deterioro, como muchos otros espacios comerciales tradicionales de España. La expansión de los supermercados y la transformación del modelo de consumo afectaron su actividad. Sin embargo, en 1994 comenzó una profunda rehabilitación que respetó su valor patrimonial y sentó las bases para su reinvención.
Esa transformación culminó en 2012 con la apertura del primer gastromercado de Canarias en su interior. Sin abandonar su esencia de abasto, el mercado incorporó nuevas dinámicas que lo posicionaron como un espacio híbrido: tradicional y contemporáneo, local y cosmopolita, patrimonial y gastronómico. El Mercado del Puerto se convirtió así en un modelo pionero en el Archipiélago.

El mercado hoy: dinamismo, sabor y cohesión
En la actualidad, el Mercado del Puerto combina cerca de una veintena de puestos tradicionales (pescaderías, carnicerías, fruterías, floristerías) con una variada oferta de bares, cervecerías artesanales, cocinas del mundo y propuestas gourmet. Durante las mañanas mantiene su función esencial: ser un espacio de abasto para el vecindario. En cambio, por las tardes y noches, especialmente los fines de semana, se transforma en un punto de encuentro para quienes buscan compartir comida, cultura y ambiente.
Desde el punto de vista social, el mercado ha sabido mantener su papel como punto de cohesión del barrio. A pesar del auge turístico, continúa siendo un lugar donde conviven personas mayores que acuden a su puesto de siempre, nuevas generaciones que apuestan por emprender negocios gastronómicos, y visitantes que se sumergen en la autenticidad del lugar.
Económicamente, el mercado representa hoy un motor clave en la revitalización de La Isleta. Ha generado empleo directo e indirecto, impulsado marcas locales de cerveza, vino o productos ecológicos, y favorecido la economía circular. Gracias a su dinamismo, ha contribuido a reducir el estigma de una zona antaño marginalizada, apostando por un modelo de desarrollo sostenible y de base comunitaria.
Gastronómicamente, es un escaparate vivo del mestizaje culinario canario. Se pueden degustar desde papas arrugadas con mojo y cherne en salsa hasta ceviches peruanos, hamburguesas veganas, tapas innovadoras o propuestas con productos kilómetro cero. El mercado organiza además eventos como catas de vino, jornadas de producto local, festivales de música y ferias temáticas.
Tradición que evoluciona
Uno de los logros más destacables del Mercado del Puerto ha sido su capacidad para mantener el equilibrio entre tradición y modernidad. Frente a la gentrificación y la turistificación de otros mercados históricos, el de Las Palmas ha apostado por la autenticidad sin cerrar la puerta a la innovación. En sus pasillos conviven la señora que lleva 40 años vendiendo flores con la joven emprendedora que dirige una cocina fusión.
También ha sabido adaptarse tecnológicamente: en los últimos años se ha implementado una app propia, sistemas de pago digital, campañas en redes sociales y un plan de eficiencia energética con iluminación LED y sensores para mejorar la experiencia de consumo. El mercado es, en este sentido, un ejemplo de cómo los espacios públicos pueden renovarse sin perder su esencia.
Un espacio con alma
Caminar por el Mercado del Puerto hoy es recorrer más de 130 años de historia en cada rincón. Sus columnas de hierro recuerdan una época de progreso y modernización; sus olores a pescado fresco y mojo nos devuelven a la infancia; su mezcla de idiomas, acentos y culturas habla de una ciudad abierta al mundo. Es, en definitiva, uno de esos lugares donde lo cotidiano y lo extraordinario se dan la mano.

En una ciudad que sigue creciendo hacia lo vertical y lo digital, el mercado nos recuerda la importancia de lo horizontal y lo humano. Es un espacio que pertenece tanto a quienes compran como a quienes venden, tanto a quienes lo visitan por primera vez como a quienes lo sienten como una extensión de su hogar.
Porque el Mercado del Puerto no es solo un mercado: es memoria viva, es cultura popular, es resistencia, es sabor. Y, sobre todo, es un pedazo imprescindible de la identidad canaria que sigue latiendo entre aromas, voces y hierro fundido.










