Casi normales – Periodismo ULL
Portada de la versión londinense de 2024. Foto: C. Rupérez

Casi normales

Opinión

Desde su estreno en el Booth Theatre de Broadway hace más de 16 años, el 15 de abril de 2009, Next to Normal, Casi normales, en su versión en español, se consolidó como uno de los musicales más conmovedores e interesantes del teatro contemporáneo. Tanto es así que llegó a ganar varios galardones, entre ellos, el Premio Pulitzer de Teatro y tres premios Tony a mejor actriz principal, mejor música original y mejores orquestaciones. Su historia cuenta la vida de una familia marcada por la enfermedad mental, el duelo y la fragilidad de los lazos familiares.

El éxito llevó a que se representara en 2024 su versión londinense, dirigida por Michael Longhurst. Esto trajo consigo una nueva perspectiva y un cambio contundente a la forma de entender la historia y a los personajes que la conforman. Quizás por este motivo, o quizás por la magia de las redes sociales, esta versión resurgió con fuerza hace pocos meses en plataformas como Tiktok.

La versión original de Broadway fue dirigida por Michael Greif, a quien puede que conozcan por haber dirigido el musical Rent en 1996, Dear Evan Hansen en 2016 o The Notebook en 2024. Para esta obra utilizó un enfoque emocional directo y una escenografía de tres niveles de altura que simulaba el hogar de la familia Goodman. Gracias a esta estructura consiguió reforzar el caos emocional y el propio distanciamiento de cada personaje entre sí. Además, el uso de luces y efectos remarcaban los momentos de crisis y picos emocionales. Una estrategia que también pudimos ver bien ejecutada en la versión de Longhurst.

Sin embargo, esta representación adoptó un enfoque distinto, más simbólico. La escenografía, más minimalista, y el uso del espacio potenciaron una lectura algo más abstracta del musical. Con un toque más subjetivo del caos mental de Diana, la madre de la familia. De esta forma, el escenario se convierte, en cierto sentido, en la propia mente fragmentada del personaje. Las realidades se unen en un espacio y el tiempo es maleable. Además, los cambios en la dirección hicieron que se rompieran los tiempos muertos y la obra fluyera de manera más dinámica y entretenida para el público.

En su versión original de Broadway, el elenco estaba compuesto por Alice Ripley, en el papel de Diana. Su interpretación convirtió a la madre de familia en una figura icónica por su intensidad desenfrenada y su encierro entre una falsa realidad y la disociación. Por su parte, Caissie Levy, quien interpretó al mismo personaje en Londres, aportó una interpretación poderosa, pero con un enfoque algo distinto. Más contenido, aunque igual de desesperado en ciertos momentos. De esta forma, permitió explorar rasgos más sutiles del personaje.

Jamie Parker proyecta a un padre que haría cualquier cosa por sacar adelante a su familia. Con una paciencia descomunal y desesperada. Como quien intenta arreglar algo roto juntando todas sus piezas a la fuerza. Como contraste, J. Robert Spencer en Broadway, proponía un tono menos comprensivo, quizás incluso cansado.

Jack Wolfe en el papel de Gabe, el hijo mayor de la familia, es etéreo y perturbador, mucho más alineado con el aspecto simbólico de la dirección londinense. Una figura espectral algo manipuladora que sabe cómo encogerte el corazón y sacar de tus casillas al mismo tiempo.  Eleanor Worthington-Cox, como la hija menor, Natalie, se apoya en una interpretación emocionalmente rota, agotada y moderna, con una vuelta de tuerca más introspectiva que la que aportó Jennifer Damiano en Broadway.

Si bien ambas representaciones podrían calificarse como desgarradoras y emocionantes, es sencillo darse cuenta de que, en cierto modo, son diferentes. Y quizás es eso lo que aporta magia. Aunque cuentan una misma historia, cada reinterpretación aporta nuevas capas, teorías y sensaciones. Esa es la magia del escenario. Cada vez que se abre el telón, se abre un mundo nuevo.

«Lo que hace años era algo que mantener en secreto, hoy puede convertirse en una conversación más»

Uno de los mayores contrastes entre una versión y otra, se encuentra en su repercusión en la red. En 2009, Next to Normaltuvo una presencia digital limitada por la época. El boca a boca, los foros especializados y algunas bootleg copies, o copias pirata, mantenían vivo el interés por el musical. Sin embargo, la producción londinense ha sido abrazada por sus fans en las redes sociales. La noticia de su grabación profesional generó una ola de entusiasmo en TikTok, X e Instagram. Clips de Caissie Levy cantando I Miss the Mountains o el elenco en You Don’t Know han alcanzado millones de visualizaciones. La estética cuidada del pro-shot y la accesibilidad del streaming permitieron que nuevas audiencias descubrieran la obra.

Esta obra musical se ha convertido en una experiencia transmedia: se comenta, se reinterpreta, se analiza en otras plataformas. La generación Z lo ha adoptado como un manifiesto emocional y un lugar en el que la vulnerabilidad no es un problema. Entre 2009 y 2025, el mundo ha cambiado infinidad de veces. Los discursos sobre la salud mental han evolucionado y permanecido, especialmente entre las personas jóvenes.

Lo que hace años era algo que mantener en secreto, hoy puede convertirse en una conversación más. Aunque siga existiendo cierto estigma, lo cierto es que se ha notado una mejoría y se ha ido eliminando el tabú. Este musical, con su brutal honestidad, ha encontrado en la producción de Londres de 2024 un reflejo más cercano al presente. La ansiedad, el duelo, la terapia, la medicación: se convierten en elementos que ya no necesitan explicarse desde cero. Se entienden, se viven.

Comparar estas dos versiones no busca declarar un triunfo y una derrota. Sino mostrar cómo algo puede cambiar, expandirse y resignificar con el paso del tiempo y los nuevos medios con los que cuenta la sociedad. Cada interpretación comparte un mismo corazón: el deseo profundo de mostrar que incluso en la oscuridad más densa hay una posibilidad de luz.Nos enseña que, aunque queramos alcanzar lo perfecto, lo normal es ser casi normal.

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