En España, un 10 % de la población está diagnosticada con altas capacidades. De ellas, solo el 2 % llega a la superdotación. Foto: PULL

Altas capacidades, el espíritu creativo en riesgo de extinción

Opinión

La Ley Orgánica de Educación (LOMLOE o Ley Celaá), aprobada en 2020, recoge como una de sus principales finalidades el «pleno desarrollo de la personalidad y capacidades del alumnado». La práctica aún se aleja de este objetivo. El sistema educativo está pensado para la mayoría. Aquellos que se salen de molde no suelen encajar. La lucha constante por adaptar a la totalidad del alumnado ha favorecido que cada vez más colegios centren sus esfuerzos en recursos como rampas en lugar de escaleras, aulas enclave o bonos para el comedor y olviden a una parte del estudiantado talentosa, pero también con necesidades específicas. 

En España, 40 900 niños y niñas tienen altas capacidades. Están por encima de la media y, en algunos casos, tienen superdotación. Lo que a priori parece una carta a su favor, en ocasiones puede jugar en su contra. «Son jóvenes con desmotivación, se aburren en clase al no recibir atención  y pueden desarrollar un sentimiento de frustración grande», señala la presidenta de la Confederación Española de Altas Capacidades Intelectuales, Margarita Colondrón. Una de cada dos de estas personas sufre acoso en clase. Además de tener más inseguridades y la autoestima baja. 

La Organización Mundial de la Salud (OMS) considera que una persona tiene Altas Capacidades Intelectuales cuando su cociente intelectual es igual o superior a 120, lo que representa aproximadamente el 10 % de la población. Es una condición genética. El problema es que no existe un criterio generalizado y en España incluso varía en cada comunidad autónoma. En algunos casos, solo se considera la sobredotación, lo que reduce las cifras a un 2 %. 

«La diferenciación es negativa y los planes de estudio animan a la estandarización de un único modelo de aprendizaje»

El alumnado con altas capacidades es sensible y tiende a cuestionarlo todo. En un sistema educativo con preferencias por la homogeneidad, la creatividad no está bien vista. Quizás el error radique en ese principio. La diferenciación es negativa y los planes de estudio animan a la estandarización de un único modelo de aprendizaje. La educación se convierte en una batalla de supervivencia en la que el alumnado con necesidades aún encuentra demasiados obstáculos. 

El catedrático Javier Tourón señala que «el alumnado medio no existe». Por ello, la búsqueda de la educación inclusiva no debería ser un objetivo, sino la forma ordinaria de enseñar. Comprender que cada estudiante tiene unas necesidades que atender. Las metodologías utilizadas han quedado obsoletas y jóvenes con altas capacidades están siendo los principales damnificados. El pensamiento divergente crea un rechazo que dificulta a esta parte del estudiantado de poder apropiarse de su propio proceso de aprendizaje. Optan por la soluciones más sencillas: aburrirse o, directamente, negarse a ir a clase.

Un sistema educativo, en muchas ocasiones, poco preparado para las altas capacidades seguirá siendo una barrera para dar rienda suelta a su creatividad y cualidades. Precisamente, unas cualidades innatas que impulsan a quienes las poseen a aprender, por su implacable curiosidad. Una enseñanza sólida, que incentive y no limite será la clave para asegurar un futuro brillante a las próximas generaciones. 

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