La adicción al juego crea trastornos velados. Foto: PULL

La involución de la ludopatía

Opinión

Cabría plantearse hasta qué punto se es consciente del auge de las casas de apuestas, tanto en las avenidas más suntuosas como en los barrios más humildes. Escasas veces encontramos titulares como Las salas de juego exprimen los barrios pobres de Madrid. Parece haber un pacto de silencio en torno a los problemas que implica este hecho. Las apuestas eran relacionadas con personas de mediana edad. Actualmente, se han convertido en la distracción de los jóvenes de 18 años en adelante.

La publicidad presenta esta industria como algo inofensivo, un pasatiempo para el que ha empleado a personajes distinguidos con influencia en el público joven, como futbolistas o cantantes. No siendo esta su única estrategia, los locales están preparados para que los clientes no se percaten del paso del tiempo: únicamente hay iluminación artificial, la ausencia de ventanas, múltiples cargadores móviles…

La Organización Mundial de la Salud y la Asociación Americana de Psiquiatría alertan sobre la adicción que estos centros pueden generar. Se banaliza el peligro de esta dependencia patológica y no se alecciona lo suficiente sobre la ludopatía, enfermedad que tiene síntomas muy semejantes a los de las drogas: deseo irrefrenable de jugar y liberación de endorfinas cuando se consigue, a la par que no saciar esta supuesta necesidad puede generar ansiedad y depresión en el individuo.

Cabe destacar que pese al control que pueda llevarse, este no es suficiente ya que muchos menores son asiduos a las casas de apuestas, ya sea burlando la seguridad online o empleando la identificación de un adulto. Hace unos meses, Proyecto Hombre alertó del nuevo perfil del adicto: joven enganchado a las apuestas deportivas, que es carne de cañón del dinero fácil, de los mensajes subliminales y de la publicidad encubierta.

Menores de edad con ludopatía, ¿por evasión?


Diversos profesionales declaran que existe un patrón de esta nueva vertiente de casos de ludopatía. El portavoz autonómico de Izquierda Unida, Miguel Saro, denuncia la presencia de estos en barrios con estadísticas de rentas bajas, pues esta enfermedad está condicionada también por el entorno familiar y social.

El nuevo patrón sitúa el perfil en jóvenes con buena integración social y una salud estable, que ve la recompensa inmediata y llega a creer que posee estrategias para ganar y que no tiene que desplazarse para realizarlas. El sistema consiste en que baste con coger el móvil: se puede apostar a cualquier deporte, a cualquier hora y en cualquier momento.

Un ludópata reconocido y anónimo que compareció para El Diario de Cantabria reconoce que «¿para qué necesito trabajar ocho horas en la oficina si me he jugado 100 euros y he ganado 400? Lo que nos engancha es la debilidad de la vida: poco esfuerzo y mucho éxito, aunque sea efímero».

Sería recomendable reflexionar sobre por qué se necesita esa evasión que solo parece conseguirse con determinadas adicciones, como drogas o juego; cuál es la carencia que está generando el sistema que nos rige y analizar de forma exhaustiva el doble rasero del Estado, que advierte del tabaco o del alcohol, pero es el que se lucra de forma significativa de sus beneficios. ¿La solución estará en prohibir estos instrumentos de evasión o en la estructura de la sociedad capitalista?

Estado como cómplice de adicciones y enfermedades


Esta realidad es tan alarmante precisamente porque pocas personas parecen intranquilas. Se nos presenta un recrudecimiento de una adicción que desemboca en enfermedad e inevitablemente en problemas económicos y sociales. Mientras tanto, los medios promulgan estas casas de apuestas, vallas son colgadas con su publicidad y nuevas plataformas, tanto digitales como físicas, se crean para su desarrollo.

No nos movilizamos, viralizamos este delito moral a través de anuncios que protagonizan famosos. Empleo el plural porque temo que este caso llega a ser el reflejo de la sociedad actual: la impasibilidad, el conocimiento de los pecados cometidos y la escasa o nula reacción a estos, la ausencia de la lucha por lo que consideramos justo. En la era de la hiperconexión es cuando más cuesta atisbar nuestra humanidad.

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