Construida entre los siglos XII y XIV. Situada en la isla de la Cité, rodeada por las aguas del río Sena. Emblema del catolicismo francés. Icono de la cultura europea. Título que lleva la novela escrita por Victor Hugo. Kilómetro cero de Francia. Epicentro de una ciudad que sobrevivió a múltiples guerras de religión, a la Revolución Francesa y a dos guerras mundiales. Hechos históricos como la coronación del emperador Napoleón Bonaparte o la beatificación de Juana de Arco. La Catedral de Notre Dame resistió más de ocho siglos de vida, pero no pudo soportar las llamas que devoraron a este icono parisino.
El 15 de abril de 2019 será un día imborrable para la historia de Francia. Un lunes marcado por el fuego que ardió en el corazón de París. Coincidiendo con el día mundial del arte, el mundo entero vio como la catedral se convirtió en cenizas. La vivacidad de las llamas estuvo acompañada por la desolación y angustia de los parisinos.
Ahora bien, el debate está en la calle, y la opinión en boca de todos. Apenas habían pasado 48 horas cuando multimillonarios franceses como Bernat Arnault o François-Henri Pinault entre otros, decidieron donar millones de euros para reconstruir la catedral. Sin embargo, no faltó tiempo para las críticas de aquellos que se escandalizaron al ver las grandes donaciones que se estaban haciendo. Numerosas quejas basadas en que “hay desgracias mucho más importantes en el mundo’’ o que “no se destina ni la mitad de dinero para causas trascendentales’’. Considero que prácticamente nadie se preocupa e interesa al 100 % de todas las calamidades que ocurren en el planeta, y eso no significa ser mejor o peor ciudadano. Lo realmente importante es que conozcamos las diferentes realidades de la humanidad. Aportar nuestro pequeño granito de arena cada día para contribuir en el cambio que todos y todas deseamos.
Queridos salvadores y protectores del mundo que se dedican a quejarse desde el sofá de su casa: es muy fácil protestar para que se destinen recursos contra el cambio climático, pero luego no son capaces ni siquiera de reciclar en sus propios hogares. También es fácil lamentarse por las miles de personas que mueren cada día de hambre, pero no resulta tan sencillo ayudar al que tenemos al lado. Sé que es más cómodo manifestar la disconformidad ante cualquier hecho en lugar de actuar. Pero deberíamos centrarnos en que lo significativo es poner en práctica lo que tanto juzgamos, al fin y al cabo, con la palabra no llegaremos tan lejos como con los hechos.
La hipocresía es la primera premisa que debemos conocer para entender a la sociedad
Por suerte o por desgracia, las personas que más fortuna tienen la invierten en lo que quieren. Seguramente estas celebridades que han decidido donar semejantes cantidades de dinero lo habrán hecho porque aman su país, su cultura y su historia. ¿Qué hay de malo en eso? ¿Quiénes somos nosotros para enjuiciar lo que otra persona hace? En cualquier caso, creo firmemente que, si no se hubiera hecho esta colecta, igualmente hubieran llovido las críticas. Pero ya que sacamos temas a debate, hablemos también de los millones de euros que se les paga a futbolistas. Del desembolso que se hace por contratar a ciertos artistas para un determinado festival o concierto. De la descomunal facturación que genera el sector de los videojuegos, que ya supera a la industria del cine y la música juntos. Simplemente, hablemos.
Es cierto que debemos preocuparnos por el futuro, por lo que dejamos, por lo que somos y por lo que queremos ser. Pero también debemos ser conscientes de que estamos construyendo una rivalidad innecesaria entre todos nosotros, que repercutirá en las futuras generaciones. Sin duda, la historia de cada país es lo que nos vincula a todos y a todas. Ya lo dijo Anne Hidalgo, alcaldesa de París: “Creo que la historia y el patrimonio es lo que nos une”.