Lourdes Corbella es una educadora social que estudió Pedagogía en la Univesidad de La Laguna. Desde el año 2010 trabaja en el Centro Psicopedagógico San Juan de Dios. Ejerció como auxiliar administrativa en la Tesorería de la Seguridad Social entre 2006 y 2007 y como educadora en Acafán y en la Fundación Insert. Además, fue directora de un piso tutelado durante los años 2004 y 2005. Asimismo, fue educadora de calle en la ONG Cáritas Canarias entre 1998 y 2000.
¿En qué consiste su labor como educadora social? «Mi labor consiste en la atención directa con las personas y abarca muchos ámbitos. Engloba, por ejemplo, a la población menor de edad o a las personas con discapacidad. El trabajo radica en programar una serie de actividades para llevar a cabo con el individuo, según el perfil con el que se trate. En particular, hábitos de la vida diaria como la higiene, la comunicación, la rutina o el estudio. Intentamos suministrar lo que es importante para la persona, cubriendo sus necesidades».
En el caso de adolescentes, ¿cómo se gestiona? «Cuando hablamos de centros de menores en protección, estamos hablando de un tipo de persona que procede de una familia desectructurada y que ha sido retirada de su hogar para protegerla. Se intenta dar una similitud comparable con una familia. Trabajar con jóvenes es complicado porque los medios son escasos y se tienen que atender sus exigencias correctamente. Los especialistas en este campo tienen que ejercer un papel semejante al de un padre o una madre».
¿Ha cambiado la profesión a lo largo de los años? «Considero que está estancada. Antes era un ratio de una persona que se encargaba de administrar a ocho en un piso de tutelado. Hay diferentes tipos de centros y dependiendo en cual desempeñes la labor dispondrás de unas normativas diferentes o de una mayor o menor cantidad de recursos».
«El futuro está garantizado para las generaciones venideras que quieran dedicarse a este oficio»
¿Considera que hay riesgos en su trabajo? «Sí, además creo que nuestro trabajo no tiene la visibilidad ni la relevancia que merece. Es más, somos quienes intervienen y atienden de primera mano a la ciudadanía que lo requiere. Hay peligro porque se maneja con situaciones de agresión y con sujetos que presentan enfermedades mentales. No se le da importancia a que te peguen o te amenacen, condiciones que no se deberían normalizar. Por este motivo, desde mi punto de vista, no todo el mundo está hecho para esta labor».
¿Cree que el fallecimiento reciente de una educadora en Badajoz supone un punto de inflexión para mejorar la seguridad en los centros? «Eso espero. Además, no es un caso aislado, se ha dado en más ocasiones. El error fue la organización que se llevó a cabo, debido a que se dejó a una persona sola a cargo de los menores, a sabiendas del grado elevado de peligrosidad que conlleva esa acción. Se debe velar por una seguridad y protección».
¿Cree que llegará un momento en el que su trabajo sea seguro? «Tengo la esperanza de que sí. Además, considero que se nos debería conceder una nómina en la que se vea reflejada el rango de peligrosidad que contempla nuestra labor. Creo que se debería ampliar el personal al cuidado de los pisos tutelados y reducir el número de menores por personal que se encarga de su bienestar».
¿Cómo ve el futuro de la profesión? «A mi modo de ver, tenemos mucho trabajo por delante. Está garantizado para las generaciones venideras que quieran dedicarse a este oficio tan bonito. Hay que seguir luchando por el bien común».