Pedro Riverol, nacido en 1969 en Santa Cruz de La Palma, es un fotógrafo especializado en fotografía artística, documental y de autor. Con más de tres décadas de trayectoria, ha desarrollado una obra que abarca proyectos personales, books de modelaje, reporterismo gráfico y exposiciones. Combina técnicas analógicas y digitales con un uso predominante del blanco y negro. Varía entre lo tradicional, como fiestas religiosas y legado indígena, y lo contemporáneo, con desnudos artísticos e interpretaciones conceptuales.
¿Cómo fue su proceso de iniciación en la fotografía? ¿Qué le motivó a entrar en ese mundo? «Estábamos en 5º de EGB. Teníamos un profesor que decidió enseñarnos una fotografía en el laboratorio. Fue la primera vez que descubrí ese mundo, allí con mis compañeros. En ese momento, descubrir la fotografía fue como descubrir la magia: estar en un cuarto oscuro, poner algo y que apareciera una imagen. Ese momento fue lo más cercano que he estado en mi vida a la magia. Eso se quedó en mi cabeza y me llevó a seguir buscando y a querer aprender. A partir de los 16 años me compré una cámara, sin haber mirado nunca a través de una. Me la compré, de valiente, y a hacer fotos. Ya después me fui a estudiar…. y aquí estoy, treinta años después».
¿Cómo ha evolucionado su estilo en sus más de treinta años de carrera? «Al principio, siempre entras en un mundo perdido. Luego, al ir a estudiar, pues ya empiezas a ubicarte, a ver autores, a decidir qué te gusta… Yo descubrí una parte que me llamó mucho la atención a través de un fotógrafo americano, Robert Mapplethorpe, los desnudos. Me gustaba mucho su fotografía porque era muy escultórica. Algo parecido a mi exposición actual. Ahí empecé a ver el desnudo de otra manera, a apreciar el cuerpo y la desnudez. Desde entonces, llevo treinta años fotografiando cuerpos y haciendo exposiciones de desnudos. Es lo que me gusta».
«Para mí todo cuerpo es sensual, es erótico, tiene algo que ofrecer»
¿Qué le diría a su versión joven, entusiasta y llena de dudas que estaba por empezar en la fotografía? «Que para adelante, que las dudas son lo importante porque, si tienes dudas, estás buscando algo. Si no tienes dudas, vas mal. Esa inquietud es lo que te va a llevar a buscar algo más, a ser algo más, y a encontrarlo a través de las fotos, de compartir momentos con otras personas… al final, tú ya vas madurando y concretando lo que a ti te gusta».
¿Qué le inspira? ¿Cuál es su musa? «Mi musa es el cuerpo en sí, masculino o femenino, me gusta tanto uno como otro. No tengo tampoco una definición de un cuerpo, para mí todo cuerpo es sensual, es erótico, tiene algo que ofrecer indistintamente de la edad, la persona o el sexo. Los cuerpos son los que son y son como son, pero todos ellos tienen algo bonito. No tienes que disfrazarlos ni ponerles nada, simplemente esos cuerpos ya tienen algo hermoso».
Su trabajo combina fotografía analógica y digital. ¿Qué le atrae de cada técnica y cómo decide cuándo utilizar una u otra? «Cuando comencé, la fotografía era analógica 100 %, la digital era algo lejano. Yo soy de la antigua escuela, de la fotografía analógica, que es mi especialidad, es lo que estudié y lo que aprendí. Pero con la evolución del tiempo, te tienes que ir adaptando también. Lo que hago es intentar atender a la parte analógica dentro de lo digital. Por ejemplo, ahora en esta exposición, que es una fotografía muy pura, yo puedo decirte que es analógica y te lo podrías creer. Sin embargo, es 100 % digital. Intento mantener esa pureza sin muchos filtros ni excesos. Lo más puro posible».
«La vida ya es en color, yo soy la parte abstracta de lo que vemos»
Parece que el blanco y negro es recurrente en su obra. ¿Qué simboliza para usted? «Me preguntaron eso en una entrevista hace muchos años, y no sabía qué responder, se me ocurrió decir: ‘porque la vida ya es en color, yo soy la parte abstracta de lo que vemos’. El blanco y negro es como una abstracción de lo que vemos cada día. A lo mejor tú llegas a una plaza, la miras, ves un árbol verde, una puerta roja, lo que sea… yo llego y miro lo mismo, pero lo miro en blanco y negro, y cuando te ofrezco esa imagen, tú la vuelves a mirar y te lleva a otro sitio, porque es una visión abstracta de lo que te rodea. Para mí el blanco y negro es eso, un rollo abstracto, jugar con la luz, con lo conocido, hacer que llame la atención».
En Miradas Benahoaritas optó por retratar elementos de la cultura indígena insular. ¿Qué le emociona de ese legado aborigen? «Miradas Benahoaritas fue un encargo realmente, del cabildo. Me contrataron para fotografiar la colección que tenían antes de cambiar el museo antiguo por el nuevo y fui como fotógrafo didáctico. Cuando estaba allí, tan cerca de eso, empecé a mirarlas de otra manera. Hacía la fotografía del trabajo didáctico y una foto distinta, para mí. Pasaron por lo menos 15 años, me vino a la memoria ese trabajo y volví a él. Volví a ver esa colección y a lo que había hecho desde mi perspectiva, lo llevé al blanco y negro, lo traté un poco, y salió un trabajo totalmente distinto y una forma nueva de ver la cerámica y acercarse a ese mundo aborigen».

¿Se considera más un fotógrafo documental o uno artístico? ¿Cómo encuentra el balance ambos? «Yo empecé en prensa. Mis primeros trabajos fueron en el cuartel. Llegué allí y no sabía muy bien qué hacer. Tenía mi camarita y, con tan buena o mala suerte, me pusieron de fotógrafo. Yo dije: ‘¡ay mi cabeza, si yo sé hacer cuatro fotos!’. Le cogí el gusto a ser reportero gráfico, porque haces cosas y accedes a momentos especiales. Te da una visión distinta, con poder e historia. Cuando salí del cuartel se creó La Gaceta de Canarias, trabajé para ellos y después me fui a estudiar y me quedé con la parte artística, que es un complemento al igual que la documental. Aunque fotografíes cuerpos estás documentando algo, un momento de tu historia, de tu tiempo, de tu tránsito. Es una documentación también, es parte del arte».
En In‑Red, el retrato de cuerpos con tonalidades que van desde el blanco y negro al rojo, pasando por el sepia, es una estética muy marcada. ¿De dónde surge esta idea y cómo la desarrolla? «Al final, se trata de jugar. A mí me gusta jugar con elementos y, muchas veces, cuando estoy aburrido o perdido, me voy a mi estudio y pruebo con mis maniquíes. Un día les puse un pañuelo rojo que me habían regalado y pensé que quedaba interesante. Después, probé con una flor, una regadera… y ya te surge todo el disparate. Se sacan cosas interesantes y es divertido, que es importante también, porque esto tiene que ser divertido».
«La fotografía es un salvavidas»
Combina su trabajo artístico con la pintura de brocha gorda. ¿Cómo conviven ambos mundos? «Yo tengo un lema. A veces cuando eres joven sueñas con tener un mejor coche o una mejor vida material. Yo decidí pintar casas para vivir y hacer fotos por necesidad. Mi necesidad es crear y hacer lo que hago, porque me siento bien conmigo mismo y me permito el lujo de compartirlo con la gente. No tengo una confrontación de hacer ‘esto o lo otro’, yo pinto casas porque tengo que vivir de algo y hago esto porque es mi necesidad».
¿Considera que el ser pintor de profesión es otra forma para, de una manera u otra, poder expresarse artísticamente? «Más que eso, a mí lo que me relaja es que cuando estoy pintando, tú ves allí a alguien que está subido en la escalera y que está allí trabajando, pero en mi cabeza puedo estar en otro sitio. No estoy incómodo ni agobiado, ni mal puesto. Al revés, yo estoy allí tranquilo pintando y estoy pensando en mis otras cosas, que son las que me salvan, por decirlo de alguna manera. Porque a fin de cuentas la fotografía es un salvavidas, por lo menos en mi vida. Porque te puedes perder muchas veces, pero el decir ‘tengo que hacer esto’ hace que te centres, porque esto es más importante».
Al tomar la fotografía como algo tan importante, el llevarlo también al lado laboral, ¿no ha supuesto un corte de inspiración o un problema de agobios? «Yo realmente nunca he vivido de la fotografía, vivo para ella más que de ella, ojalá pudiera vivir de ella. Tampoco es mi idea ya vivir de la fotografía, yo simplemente quiero hacer lo que hago, y cuando vendo mis fotografías o mi trabajo, simplemente eso lo que me reporta es el poder ir haciendo más cosas, seguir generando y haciendo nuevos proyectos».
«Es cuando más fotografías se realizan y menos fotógrafos hay»
Con Retratos de Carnaval, quiso recuperar una época en la que la fotografía era especial. ¿Qué opina de la fotografía actual? «Hoy hacemos miles de fotos, pero no conservamos ninguna. Antes, una foto era algo importante. El fotógrafo era una persona relevante porque podía preservar el recuerdo. Hoy en día no le damos ese valor. Es tan cotidiano, que podemos hacer mil selfies y no quedarnos con ninguno porque podemos hacer mil más. En una conferencia a la que fui, un fotógrafo de National Geographic dijo ‘es cuando más fotografías se realizan y menos fotógrafos hay’. Y es verdad, porque antes ser fotógrafo era un orgullo, una profesión, un prestigio… una necesidad a la que se acudía porque queríamos inmortalizar el momento».
¿Qué retos y satisfacciones ha desarrollado con Afoto La Palma desde 2008? ¿Cómo ha cambiado la escena fotográfica de la Isla desde entonces? «La Palma siempre ha tenido muy buena cultura y gente con la fotografía. Siempre ha habido muy buenos fotógrafos, con premios y reconocimientos. Yo creo que la Isla tiene un gran potencial, no sé si por los paisajes o por lo que comemos. Ya sea música, fotografía, literatura… hay gente que hace un montón de cosas super buenas. Y para los poquitos que somos y lo que nos nombran por ahí… Si tú dices de alguien en Madrid, que viven trescientos mil, vale. Pero es que en La Palma somos diez y nombran a cuatro. Tenemos importancia, tenemos potencial, y deberían de fomentarlo mucho más».
¿Considera que el arte palmero, o canario en general, necesita más voz o promoción? «Sí. Yo creo que debería darse más auge a la gente de dentro que a la de fuera, esa es mi opinión y siempre lo ha sido. Aquí hay un potencial de gente, y jóvenes, que hacen cosas maravillosas. Yo veo chicas y chicos que son super creativos, que hacen cosas super buenas. Pero toda esa gente necesita también un pequeño impulso, una lanzadera que les proyecte también un poco hacia afuera. Aquí te puedes quedar y ser muy bueno aquí, pero tienes que abrirte hacia fuera para crecer más. Aquí, a nivel cultural, deberían ayudar a proyectar todo eso. Hay gente muy buena haciendo cosas muy buenas. ¿Hay potencial?, pues explota eso, cuida eso, fomenta eso, dale vida a eso».
¿Alguna idea ronda su cabeza de cara al futuro? ¿Algún sueño pendiente? «Nunca se puede dejar de soñar, eso lo primero, porque si dejas de soñar eso es que no estás… siempre hay que soñar. Para un futuro próximo, yo quiero seguir haciendo lo que hago, que siga gustando y seguir compartiéndolo con la gente. A fin de cuentas, con que venda una foto y a una persona le importe, ya me llena un montón. No hace falta vender tres millones de fotos para sentirte más que menos, sino que la gente venga, lo comparta y le guste. Mi sueño es eso, seguir compartiendo lo que hago porque me gusta y porque lo hago porque me apetece. No tengo obligación de hacerlo ni estoy forzado por nada ni por nadie, ni económicamente ni nada. Disfruto con lo que hago y lo comparto con los demás, y en eso quiero seguir soñando».