El término Mena ha resonado en los medios de comunicación de forma habitual desde hace tiempo. Una palabra, cuyo significado engloba una realidad muy dura a la que se enfrentan muchas personas día a día. Mena hace referencia a menores de edad que dejan su país sin el acompañamiento adulto para emigrar. Esta juventud recorre a solas miles de kilómetros para llegar a nuestras fronteras en busca de una mejor calidad de vida. Muchas de estas personas lo hacen para huir de la pobreza, guerras, hambruna u otras situaciones de extrema dureza que provocan que la única salida posible sea huir del país sin la protección necesaria.
El proceso que se lleva a cabo desde que un cayuco llega a nuestras costas es muy complejo. España cuenta con un protocolo marco que tiene como objetivo llevar a cabo la identificación de las personas menores de edad llegadas a nuestro país. La determinación de su edad se lleva a cabo a través de diversas pruebas óseas y posteriormente se procede a realizar su registro. Una vez se les identifica como menores, pasan a un centro de primera acogida hasta que se les pueda proporcionar una acogida familiar o una residencia.
El protocolo marco no se cumple siempre y tampoco se aplica de la misma forma en las diferentes comunidades autónomas. Existe la posibilidad de que, por error, se identifique a alguien como mayor, lo que provoca la expulsión de España. A pesar de haber alcanzado nuestras costas, un gran número que acaba expuesto de nuevo a una situación de riesgo y exclusión social.
Pedro García Peraza es el coordinador de Demena (Dispositivos de Emergencia para Menores Extranjeros No Acompañados) de la Asociación Coliseo. Este centro acoge principalmente a migrantes que proceden de Senegal, Malí y Gambia. Sin embargo, la demanda es muchísimo más alta por parte del primer país. «Los motivos que llevan a estas personas a embarcarse en rutas tan peligrosas varían dependiendo del país de procedencia, pero todos llegan con la misma idea de mejorar su calidad de vida y ayudar económicamente a sus familias», afirma García.
A parte de proporcionarles lo necesario para sobrevivir durante la estancia en España, dentro de los objetivos de estos centros se busca brindarles la oportunidad de tener una correcta formación a través de la escolarización en institutos y del aprendizaje del idioma, ya que la mayoría no dispone de un nivel básico del español. Pero antes de llegar hasta aquí tienen que sobrevivir a los duros viajes en patera. ¿Cómo es realmente embarcarse en un cayuco rumbo a España?
La seguridad a bordo tiene un precio
El drama migratorio en aguas españolas lleva años siendo un tema de actualidad y de suma dureza para quienes lo viven. La ruta que siguen estas personas desde África hasta Canarias es la más peligrosa. Así lo han demostrado los estudios que comparte la Organización Internacional de las Migraciones (OMI): la ruta con destino a Canarias supera en mortalidad a la que conecta Libia e Italia, la más peligrosa hasta la fecha. Estos datos se traducen en miles de muertes de las personas que se embarcan en estos viajes hacia nuestras costas. Viajes que se llevan a cabo en condiciones infrahumanas, en los que se producen auténticas tragedias como la que se vivió a principios de 2021 con la muerte de la pequeña Nabody. El fallecimiento de esta bebé de dos años, que llegó en patera a Canarias con hipotermia y parada cardiorrespiratoria, conmovió a la ciudadanía española.
Los datos que salen a la luz sobre la forma en la que se desarrollan estos viajes son escalofriantes. En el año 2018, varios diarios españoles se hicieron eco de los precios que tiene embarcarse en un cayuco y de las condiciones en las que viajan hasta alcanzar las costas de nuestro país. Las mafias que organizan estas rutas en patera aprovechan la alta demanda por parte de los migrantes para así subir los precios de un viaje que pueden llegar a costar hasta 6000 euros. A este precio deben sumarse 500 en caso de querer tener la protección de un chaleco salvavidas.
«Para sobrevivir beben agua del mar, llegan a España deshidratados y con problemas intestinales»
Conmovedoras y muy duras de escuchar. Así fueron las palabras que pronunció el joven senegalés Mohamed Ndoye para contar su historia durante la gala Canarias no es una cárcel, celebrada el pasado 13 de mayo en el Paraninfo de la Universidad de La Laguna. Mohamed llegó a las Islas siendo menor de edad con de uno sus hermanos en busca de una mejor calidad de vida e intentando dejar atrás la precariedad que vivían en Senegal, ya que no ganaba el suficiente dinero para ayudar económicamente a su familia.
Una vez en España fueron trasladados a un centro de menores, ya que ninguno superaba la mayoría de edad. Mientras su hermano seguía en el centro, Mohamed fue llevado al Campamento de Las Raíces. Sin embargo, los momentos previos a su llegada a España no fueron los mejores. El joven reveló que el viaje en patera fue muy duro, tuvieron que hacer una parada que duró cuatro de los diez días que duró la travesía. Durante ese tiempo, algunas de las personas que acompañaban a Mohamed y a su hermano murieron debido a las condiciones en las que se encontraban dentro del cayuco.
«Cuando hay mala mar paran el cayuco, y dependiendo de los días que estén parados pueden quedarse sin agua y sin comida. Llegan deshidratados, con problemas intestinales y otras patologías ocasionadas por el viaje», afirma Pedro García. La inseguridad, la precariedad y la lucha no acaban al llegar a su destino final, y el relato de Mohamed se repite constantemente.
Desde Senegal a Barcelona, pasando por Málaga hasta llegar a Tenerife
Mustapha Na es otro de los muchos jóvenes senegaleses que, por su situación familiar, se ha visto obligado a salir de África. El joven acaba de cumplir la mayoría de edad, sin embargo, llevó a cabo la ruta de migración con destino España durante su minoría de edad. Desde Senegal a Barcelona, pasando por Málaga para finalmente llegar a su destino actual: Tenerife. «Pasamos mucho miedo durante el viaje en patera, yo venía solo y eso te hace sentir mucho más desprotegido», afirma.
El joven es el cuarto hijo de una familia senegalesa, concretamente de la ciudad de Dakar, la capital del país. Decidió dar el paso y tomar la dura decisión de dejar todo atrás para cruzar las fronteras solo en busca de una vida mejor, de una formación adecuada y de un trabajo digno. Todo con un único propósito, el de poder prestarle ayuda económica a su familia, que aún sigue en Senegal, pero que tiene esperanzas de poder seguir los pasos de Mustapha.
Su viaje en cayuco también fue de extrema dureza. En pocas palabras, el senegalés cuenta nervioso que fue uno de los momentos más duros de su vida, tenía miedo y pensó que no iba a ser capaz de llegar vivo a España. «Pasamos mucho frío, recuerdo estar mareado con muchas ganas de vomitar, tenía sed y había mucha gente en la patera, todos teníamos mucho miedo», afirma el senegalés. Sin lugar a dudas, se trata de un testimonio desgarrador, que muchos desean olvidar para siempre.
Mustapha tiene unos objetivos claros, pero como muchos, se enfrenta a un futuro incierto en España. Llegó a nuestro país con un nivel de español muy bajo, idioma que estudió por su propio pie en su casa antes de llegar a Canarias. Aunque afirma que está muy agradecido por haber podido conseguir lo que tanto quería, que era salir de Senegal, cuenta que el proceso de adaptación está siendo muy difícil y que estar sin el apoyo de su familia lo hace aún más duro.
Agresiones y amenazas en Canarias
Una vez cumplida la mayoría de edad, la búsqueda de un trabajo en buenas condiciones que les pueda llevar a una mejor calidad de vida es muy difícil si no tienen la documentación necesaria. La gran mayoría se encuentra en riesgo de exclusión social, viviendo en la calle. La situación de estas personas empeora cuando se une el componente de racismo que sigue existiendo en nuestra sociedad. Aún son muchas las personas que rechazan la llegada de inmigrantes, y este rechazo se ve reflejado en las actitudes de parte de la ciudadanía a pie de calle.
«Notamos que hay mucho racismo y desprecio hacia nosotros, sobre todo en las ciudades más grandes como Santa Cruz», afirma Mustapha Na. Además, estas situaciones de discriminación no solo consisten en miradas de rechazo. «Es muy difícil sentirse aceptado cuando por la calle nos miran con odio y nos insultan», añade. Desde las organizaciones se pide que hagan más. Unicef advirtió del racismo que sufre la migración africana en Canarias y de la necesidad de crear un plan de acción e integración para estas personas.
La noticia de la agresión racista que sufrieron tres jóvenes en Gran Canaria hizo saltar todas las alarmas. Disparos con balines y amenazas con un machete fue a lo que se tuvieron que enfrentar los migrantes en el barrio de Lasso, en Las Palmas de Gran Canaria, donde también tuvieron lugar varias manifestaciones en las que se mostraba la repudia hacia los inmigrantes.
Menas sin protección, sin el acompañamiento de sus familias y en busca de una vida mejor. No se trata de delincuentes ni de personas que llegan con la idea de «quitarnos el trabajo». Se trata de adolescentes, niñas y niños que huyen de su hogar por miedo, con la esperanza de encontrar algo mejor, pero con miles de obstáculos en el camino. Desde organizaciones como Unicef se pide que se vele por sus derechos, ya que son menores, y como tales, deben tener una serie de medidas de protección.