Andrea Rodríguez nació y creció en Tijarafe, un pequeño municipio en la isla de La Palma. Para ella, ese entorno insular fue mucho más que su lugar de origen: fue el terreno fértil donde comenzó a florecer su vocación artística. Criada en un contexto cultural efervescente, marcado por la labor del entonces gestor cultural José Luis Lorenzo Barreto, Rodríguez recuerda que «todos los días había algo», desde ensayos de la agrupación folclórica hasta clases de teatro o coro. Aquella riqueza artística infantil se convirtió, con el tiempo, en el cimiento de todo lo que es hoy.
Aunque para muchas personas la insularidad podría representar una barrera, Rodríguez no la percibe así. Más bien, considera que vivir en una isla le ha aportado una identidad y una base artística únicas. A los 18 años se trasladó a Tenerife para estudiar, lo que le permitió conectarse con artistas y ampliar su horizonte.
«Gracias a mis padres que me pusieron los pies en el suelo desde desde un principio»
Sin embargo, está convencida de que su trayectoria podría haber seguido un camino similar sin abandonar La Palma. De hecho, su propuesta musical se nutre de esas raíces canarias y de la conexión profunda con América Latina, y cree firmemente que la insularidad le ha dado alas para volar sin perder el arraigo.
Desde muy pequeña, Rodríguez tuvo contacto con el mundo del espectáculo. Su participación en programas como Menudas Estrellas, Tenderete y Noche de Taifas marcó su infancia, aunque nunca la privó de ella. Sus padres, dice, jugaron un papel fundamental al recordarle siempre que lo más importante eran los estudios y disfrutar del proceso. Así, incluso cuando a los ocho años se convirtió en la concursante más joven de su edición en Menudas Estrellas, supo mantenerse con los pies en la tierra. «Gracias a mis padres que me pusieron los pies en el suelo desde desde un principio», indica la cantante palmera.
Años después, esa misma conciencia artística y social la llevó a formar parte de En-Cantos de Mujer, un espectáculo que fusiona música con mensaje. Desde una perspectiva feminista, el proyecto reivindica el legado de grandes mujeres como Mercedes Sosa o Chabuca Granda, que para Rodríguez han sido referentes fundamentales. Cantar desde lo local, afirma, es para ella la base de todo lo que ha construido.
Esa raíz insular y latinoamericana se materializó en su primer álbum, Trópico de Capri. El título, tan evocador como simbólico, representa el espacio de convivencia entre Canarias y Latinoamérica, un «trópico» cultural que Rodríguez siente profundamente. «Capri», además de remitir a otra isla, hace un guiño a su signo zodiacal (Capricornio) y refuerza el concepto de insularidad que atraviesa todo el disco
«‘Callao Lamento’ es una bachata que la letra habla de los procesos dolorosos que pasamos»
Este proyecto nació tras su experiencia en Karmina Mundi, un grupo integrado por cuatro mujeres que exploraban el folk desde distintas tradiciones del Mundo. A partir de ahí, Rodríguez comenzó a preguntarse cómo podía crear música propia partiendo de los sonidos canarios. El resultado fue una fusión rica y compleja, en la que conviven patrones tradicionales de África, cumbia, chacarera, merengue o punto cubano, entre otros ritmos.
Uno de los temas más aclamados del álbum ha sido Callao Lamento, que «es una bachata que la letra habla de todos esos procesos dolorosos que pasamos a nivel interno y que nadie lo sabe». Que, además, juega con el simbolismo del «callao», las piedras de las playas canarias, como metáfora del dolor silenciado. Rodríguez quiso rendir homenaje a quienes sufren en silencio, a esas personas que cargan con sus luchas internas sin que el mundo lo note. La canción combina una melodía luminosa con una letra introspectiva, una dualidad que, según confiesa, ha conectado con las personas que la escucha .
En cuanto a su estilo musical, Rodríguez se define como una artista en constante búsqueda, que transita entre el folk y el Caribe, entre lo tradicional y lo contemporáneo. No se siente limitada por etiquetas. Lo suyo, dice, es una suerte de «folk caribeño con raíces canarias», un género propio que aún no existe, pero que ella contribuye a construir con cada canción.
Entre sus influencias destacan figuras tan diversas como Totó la Momposina, Selena Quintanilla, Rocío Dúrcal, Juan Luis Guerra, Aretha Franklin y Yeray Rodríguez. Cada una de ellas ha sembrado en su imaginario sonoro una semilla que germina en su música. De hecho, recuerda con cariño cómo, en su infancia, mientras sus compañeras elegían canciones de artistas de moda, ella se inclinaba por el bolero ranchero de Dúrcal.
«La música de verdad la hacen los seres humanos no la hacen la ni la inteligencia artificial ni los bancos de sonidos»
A la hora de soñar con colaboraciones, tiene nombres muy claros. Le encantaría cantar con Juan Luis Guerra, a quien admira por su capacidad para reinventar los sonidos tradicionales y llevarlos al mercado global. También menciona con entusiasmo a Alexander Abreu, a quien considera una figura cumbre de la música cubana actual. Explica que «si pudiera hacer colaboraciones con el más allá pues me encantaría hacer una colaboración con Selena Quintanillo y con Aretha Franklin pero a día de hoy es no es posible»
De cara al futuro, ya está trabajando en su segundo álbum, Indiano, «porque en ese nombre se congrega pues todas esas influencias de La Palma hacia Cuba y de cuba hacia La Palma». Tras una experiencia muy especial grabando un videoclip en La Habana, Rodríguez sintió la necesidad de seguir explorando ese vínculo. Indiano será, asegura, un homenaje sonoro a ese trasiego migratorio que une a ambas Islas.
«El arte sin el factor humano, sin la creatividad y sin la sensibilidad no es nada»
A la juventud que empiezan en la música desde Canarias, les lanza un mensaje claro: que no olviden la importancia del factor humano. En un mundo cada vez más automatizado, ella apuesta por la música «de verdad», hecha por personas reales. Considera que «la música de verdad la hacen los seres humanos no la hacen la ni la inteligencia artificial ni los bancos de sonidos». Para Rodríguez, el arte sin sensibilidad humana simplemente no es arte. Por eso, anima a las nuevas generaciones a escribir, a crear desde dentro y a recuerda que «el arte sin el factor humano, sin la creatividad y sin la sensibilidad no es absolutamente nada»