Es un hecho que la enseñanza del latín y el griego es cada vez más escasa en el sistema educativo. En lugar de estos idiomas, se priorizan otros considerados más útiles en un contexto globalizado. Además, el auge de las famosas disciplinas STEM (Science, Technology, Engineering and Mathematics) ha provocado que sean eliminados progresivamente del plan de estudios. Sin embargo, lo que fomenta la percepción de que son innecesarios es, en gran parte, la falta de conocimiento sobre su impacto histórico y cultural, un legado que generalmente permanece desconocido o infravalorado por la sociedad.
Este panorama contrasta con el lugar privilegiado que ocuparon las lenguas clásicas en la educación durante décadas. Desde el Renacimiento hasta bien entrado el siglo XX, fueron pilares fundamentales en la formación intelectual europea. No solo permitían el acceso a los textos originales de autores como Homero, Cicerón o Aristóteles, sino que también fomentaban el pensamiento crítico, la retórica y el análisis lógico. Estos beneficios cognitivos van más allá de su uso directo, enriqueciendo la vida académica y aplicándose de manera práctica en cualquier especialidad.
«Mientras construimos un mundo hiperconectado y tecnológico, ignoramos los cimientos intelectuales que lo hicieron posible»
A pesar de su exclusión, este campo de estudio ha dejado huella en diferentes áreas como la Ciencia, la Filosofía, el Derecho y las Artes. El latín ha sido esencial en términos científicos, como Homo sapiens, y principios jurídicos fundamentales, así como Habeas corpus. Del mismo modo, es la base de diversos idiomas, las lenguas romances, entre los que se encuentra el español. Alrededor del 70 % de nuestro léxico proviene de este lenguaje y es por ello que tener entendimiento acerca de esta área permite aprender con facilidad otras lenguas como el italiano, el portugués y el francés, entre otras.
Por su parte, el griego ha constituido un papel crucial en ámbitos como la Filosofía (ética, democracia) y la Tecnología (algoritmo, cibernética), reflejando su impacto en el desarrollo de conceptos y estructuras universales. Por todo ello, se demuestra que estos idiomas muertos continúan influyendo en disciplinas técnicas y que no solo sirven como un puente al pasado, sino también como una herramienta actual para comprender ideas que siguen moldeando nuestra sociedad. Sin embargo, nos enfrentamos a una paradoja: mientras construimos un mundo hiperconectado y tecnológico, ignoramos los cimientos intelectuales que lo hicieron posible.
«Aprender las lenguas clásicas no solo conecta con el pasado, sino que desarrolla habilidades útiles para el presente y el futuro»
Muchas familias están en desacuerdo con que sus descendientes elijan cursar el Bachillerato Humanístico o el grado en Estudios Clásicos. Para estas es preferible que estudien algo orientado al sector de las ciencias, como Ingeniería o Medicina, ya que se perciben como opciones más útiles y con mayor proyección laboral. Aunque aquí también entra en juego el prestigio y la tradición de perpetuar las carreras familiares, motivo de numerosos abandonos académicos. Así, gran cantidad de estudiantes priorizan formarse en ámbitos que no les interesan para evitar decepcionar a sus seres queridos, sintiendo la presión de cumplir con expectativas ajenas. Esto último puede llevar al alumnado a experimentar altos niveles de estrés, ansiedad e incluso desilusión, lo que impacta negativamente en su felicidad y salud mental.
Es necesario preguntarnos si al priorizar lo inmediato sobre lo fundamental estamos descuidando el legado intelectual que dio forma a nuestra civilización. Al estudiar esta rama de conocimiento, el estudiantado no solo aprende a traducir, sino a dialogar y conectar con siglos de reflexión y sabiduría.
En definitiva, relegar las lenguas clásicas al olvido es perder una parte esencial de lo que somos. Esta disciplina no es simplemente un vestigio de una época pasada, sino una oportunidad para entender cómo nuestra historia, cultura e ideas han evolucionado y cómo podemos proyectarlas hacia el futuro.