El humorista Rober Bodegas emitió este pasado domingo un comunicado vía Twitter para disculparse por el contenido de un monólogo que había ofendido a la comunidad gitana. La polémica se extendió tanto que el cómico recibió más de 400 amenazas de muerte a través de las redes sociales. Además, los gitanos ofendidos llegaron a plantear la organización de batidas para buscarlo y servir venganza. Ante estas reacciones, Rober Bodegas escribió un texto donde explicaba que, aún siendo consciente de que su trabajo es provocativo, confía en que las personas adultas puedan discernir entre un chiste y un discurso serio, sin necesidad de llegar a amenazas tan graves como las que ha recibido estos días. Finalmente pidió al canal que retirara el vídeo y aseguró que no pondría a disposición de las autoridades todas las amenazas que le habían llegado.
El principal argumento que defiende la comunidad gitana es que los chistes que hace el humorista son ofensivos, xenófobos y racistas: «Es una burla a toda una etnia y a sus costumbres», se puede leer en uno de los miles de comentarios que hay en Twitter. En el monólogo se pudo escuchar: «Esto es un payo que va a un polígono y no vende droga». Los gitanos critican que aún sigan existiendo estereotipos como este y que se pretenda hacer humor de ellos. Sin embargo, el secretario de la Sociedad Gitana expresó en un programa de televisión que, aun estando en contra de los comentarios «desafortunados» del humorista, no comparte que la forma de quejarse sea a través de amenazas de muerte.
Es aquí cuando se entra en el debate de si el humor debe tener límites, o hasta dónde puede o debe llegar la libertad de expresión. Están los que defienden que en terreno humorístico, artístico o del espectáculo, no debe haber ningún tipo de censura, y que las personas deben tener una mínima capacidad crítica para no ofenderse con algo que, simplemente, es una broma. Sin embargo, en su contra están los que opinan que en ocasiones el humor se utiliza como escudo para mostrar diversas psicopatías y comentarios racistas. No admiten que un chiste se construya en base a opiniones despectivas y que ofendan a algún colectivo o, incluso, persona. «Eso no es humor, no hace gracia», sentencian.
El lenguaje políticamente correcto para otra ocasión
Como bien explicó el cómico Dani Mateo: «El mundo del humor es como un bufete donde hay croquetas y gambas. Lo que no puede pasar es que como a mi no me gustan las croquetas, únicamente quiero que se sirvan gambas. A alguien le pueden gustar las croquetas». Todos tenemos derecho a sentirnos ofendidos si nos ultrajan y denigran nuestras costumbres o cualquier otra cosa. Sin embargo, no comparto en absoluto que la respuesta a esa ofensa sea una amenaza de muerte.
Considero que, siempre que se trate de humor, debemos ser más flexibles y dejar el lenguaje políticamente correcto para situaciones y discursos serios. A veces, reírse de uno mismo, no está tan mal. Los límites de la libertad de expresión y la censura están ya demasiado cerca.