Todos estos momentos tejen lazos que a menudo duran para toda la vida. Foto: M. Hernández

Erasmus

Opinión

Irse de Erasmus es una experiencia que transforma la vida. Cuando decides partir hacia un país lejano como es Bulgaria, hay una mezcla de emoción y miedo que te invade. Es una oportunidad de crecimiento, de aprender un idioma, de conocer nuevas culturas y de salir de tu zona de confort. Pero también es un viaje que, en cada paso, te recuerda lo que dejas atrás: tus personas, tu hogar, tu rutina, y esos pequeños detalles que hacen la vida tan tuya.

Al principio, todo parece un sueño. La idea de vivir en un lugar diferente, explorar nuevas ciudades, hacer amistades de todo el Mundo suena emocionante. Pero conforme pasan los días, especialmente cuando te encuentras en momentos de soledad, la distancia pesa. Es entonces cuando echas de menos lo cotidiano, esa charla rápida en la puerta de tu casa o los abrazos de tu familia que te anclaban en los días más difíciles.

El Erasmus te enfrenta a una realidad compleja: te das cuenta de lo importante que son las personas que has dejado atrás. Las videollamadas son un alivio, pero no pueden reemplazar la calidez de estar en la misma habitación, el sonido de sus risas, o incluso los silencios compartidos. También aprendes lo difícil que es no estar presente en momentos importantes: cumpleaños, reuniones, situaciones complicadas en las que desearías estar ahí para ayudar, entre otras muchas.

Sin embargo, en medio de la nostalgia y la distancia, descubres una nueva versión de ti. Te vuelves más fuerte, más independiente. Aprendes a lidiar con la soledad, a valorar las pequeñas cosas, a encontrar belleza en lo desconocido. Las dificultades se transforman en oportunidades de crecimiento personal. A pesar de los días grises, de las lágrimas y de los momentos en los que solo quieres volver a casa, también están esos días llenos de aventuras, donde te das cuenta de que te estás construyendo una nueva vida, una en la que caben tanto tus raíces como tus nuevas experiencias.

«No es solo un viaje a otro país, es un viaje hacia la mejor versión de ti»

Irse lejos es un acto de valentía. Es abrazar lo incierto, pero también aprender a vivir con el corazón dividido. Porque aunque estés en otro país, una parte de ti siempre seguirá anclada a quienes amas. Y es esa misma distancia la que te enseña a valorar lo esencial: los lazos que no se rompen por muy lejos que estés. Y, por supuesto, está el crecimiento personal porque no solo es aprender en una universidad extranjera, sino aprender a vivir. Te enfrentas a retos que nunca habrías imaginado como a moverte en una ciudad desconocida hasta gestionar la distancia con tus seres queridos. Pero, con cada desafío superado, sientes que te haces más fuerte, más independiente, más tú.

Al final, cuando llega el momento de volver, te das cuenta de que ya no eres la misma persona que se fue. El país que te acogió te ha cambiado de formas que tal vez no puedas poner en palabras. Has aprendido lecciones que ningún libro podría enseñarte, y te llevas contigo una maleta llena de recuerdos, de nuevas perspectivas y de amistades que trascienden fronteras. El Erasmus no es solo un viaje a otro país, es un viaje hacia la mejor versión de ti.

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