Ryan Murphy arrasa una vez más con su nueva serie sobre el caso de los hermanos Menéndez. Foto: PULL

¿Víctimas o verdugos?

Opinión

Beverly Hills. 20 de agosto de 1989. Dieciséis disparos retumbaron esa noche donde las mansiones se alzan como monumentos a los sueños cumplidos. Pero tras esos muros se escondía una historia de violencia, arrancando así el velo de perfección que cubría la vida de Lyle y Erik Menéndez. Eran jóvenes, exitosos, herederos de una fortuna, pero en el eco de esos tiros no solo se apagaron las vidas de José y Mary Louis, conocida como Kitty, Menéndez, sino que se desató un tornado de preguntas que durante décadas ha atormentado a quienes intentan desentrañar los misterios más oscuros del alma humana.

La nueva serie de Netflix Monstruos: La historia de Lyle y Erik Menéndez forma parte del proyecto del director Ryan Murphy que comenzó con la del asesino en serie Jeffrey Dahmer. Esta se convirtió en una de las más vistas en la historia de la plataforma y generó una polémica invocada por familiares y víctimas sobre el retrato de sus crímenes. Hace solo una semana que se estrenó la historia de los hermanos Menéndez y está volviendo a pasar. Se trata de un drama de abuso, poder y venganza dentro de la familia que desafía las nociones de moralidad y justicia. Con cada escena, las líneas entre amor filial y la traición más profunda. Entre la víctima y el victimario. Se disuelven en una bruma perturbadora.

La familia encarnaba el ideal del sueño americano. José, un inmigrante cubano que ascendió desde la pobreza hasta las altas esferas de la industria del entretenimiento, y Kitty, la esposa perfecta, atrapada en una vida de apariencias. Lyle y Erik, sus hijos, crecieron bajo el peso de esa fachada perfecta. Pero tras las puertas, donde las luces de la fama no llegaban, según los hermanos se escondía una realidad cruel: abusos emocionales, sexuales y castigos interminables. La pieza audiovisual explora esa dualidad. Por fuera, todo éxito. Por dentro, un infierno incesante. En este sentido, no solo narra un asesinato, sino la lenta desintegración de un hogar bajo la presión de secretos tan oscuros que solo la muerte parecía ofrecerles una salida.

«El caso de los Menéndez refleja qué percepción tiene cada persona sobre lo que significa justicia y compasión»

Aunque inicialmente intentaron encubrir el crimen, la verdad salió a la luz cuando uno de los hermanos confesó el asesinato a su psicólogo, quien rompió la confidencialidad debido a la gravedad del caso. En 1996 ambos fueron condenados a cadena perpetua sin posibilidad de libertad condicional. Sobre el juicio, Murphy ofrece una recreación meticulosa con los pequeños detalles que hacen que las escenas se reproduzcan de manera casi literal. Desde el diseño del tribunal hasta los diálogos, gestos y expresiones de los personajes, todo está cuidadosamente recreado para capturar la esencia de aquel proceso judicial que se convirtió en un fenómeno mediático en los años noventa. Los actores que interpretan a los protagonistas no solo se asemejan físicamente, sino que también replican sus comportamientos: miradas perdidas, emociones contenidas y momentos de tensión que marcaban cada testimonio.

Pero detrás de los titulares sensacionalistas, se escondían preguntas más profundas sobre el abuso de poder, sobre cómo el dinero y la posición social podían enmascarar los horrores más atroces. La serie nos coloca en el banquillo de los jurados. ¿Actuaron en defensa propia huyendo de una vida interminable de tortura? ¿O sus crímenes fueron fríos y calculados motivados por la codicia y la promesa de una herencia multimillonaria? ¿Podemos culparlos, o son víctimas de la bestia que habita en la misma estructura familiar? Nos fuerza a confrontar cuestiones que no tienen respuestas fáciles. Sin duda, el caso de los Menéndez refleja qué percepción tiene cada persona sobre lo que significa justicia y compasión.

La serie no solo habla de los asesinos, sino de la sociedad que los juzga. Nos recuerda que el espectáculo del true crime es también un reflejo de nuestro deseo por poner etiquetas. Por comprender lo incomprensible. Los hermanos no son simples criminales. No son víctimas inocentes. Son seres humanos atrapados en un círculo de dolor, cuyas decisiones estarán para siempre en la memoria colectiva. Por ello, ¿quién es el verdadero monstruo? ¿Es Lyle, es Erik, es su padre? O tal vez, como sugiere de forma sutil, la sociedad comparte la culpabilidad. De alguna manera, permitimos que estas tragedias florezcan en una comunidad que prefiere ignorar los gritos oprimidos por la fachada del éxito y dinero.

Estudiante de cuarto de Periodismo en la ULL. Amante del fútbol y los sucesos. "Para escribir solo hay que tener algo que decir" ;)