Nunca imaginé que el pasado martes, 17 de agosto, pudiera terminar como lo hizo. Quedará marcado en mi mente como el más angustioso de mi vida. Lo que comenzó como un pequeño conato, presuntamente provocado por una colilla a pie de carretera, acabó con mi pueblo atravesado por las llamas de este a oeste. Aquí, en El Paso, ni de lejos ha sido la primera vez. No hay un verano en el que Canarias se libre de las cenizas. Y a pesar de ser algo recurrente, siempre sufro al ver arder el municipio que amo y que me ha visto crecer.
Un amor que se incrementó aún más cuando vi a toda la ciudadanía poniendo su grano de arena para tratar de frenar al avance del fuego. Familias como la mía que se han visto al borde de perder su casa y otras que no han tenido tanta suerte. Mientras mi madre preparaba el coche con nuestros bienes más preciados, corrí junto a mi padre, mi hermano y mis dos primos hacia la casa del vecino que ya tenía las llamas encima. Sofocarla también era una forma de detenerlo y que no llegara a nosotros.
Si ya me encontraba estresado, el mundo se me vino al suelo cuando, entre el sonido de las explosiones de las bombonas de butano, un señor mayor me dijo: «Por favor, salven mi casita». Fueron unas palabras que yo no estaba preparado para escuchar y que me dolieron en el alma. Por fortuna, y gracias a la ayuda de más gente que se unió a la lucha, conseguimos controlar la zona con una cuba de agua justo antes de que llegara el servicio de bomberos. Sin embargo, no pudimos evitar que su ganado falleciera.
«Se han producido innumerables pérdidas por falta de preparación»
Y es que esta vez ha sido diferente a lo antes visto. Lo normal siempre ha sido que se quemen nuestras cumbres, pero ni siquiera mi abuela recuerda un incendio que se haya abierto paso entre la zona urbana. Cientos de personas fueron desalojadas y muchas de ellas perdieron su hogar, su vehículo… O lo que es peor, su principal sustento económico como huertas, invernaderos o herramientas de trabajo.
Todavía se puede oler el humo desde mi calle. Algo estamos haciendo mal en el protocolo de actuación para el control y extinción de incendios en las Islas. Si bien no podemos eliminar a la gente irresponsable, me gustaría centrarme en la solución en lugar de en el problema.
Sí, volaron los helicópteros desde el principio para reconocer el terreno, pero cuando empezaron a descargar agua ya estaba descontrolado. Sí, se enviaron tropas de la Unidad Militar de Emergencias (UME) a La Palma, pero llegaron demasiado tarde y cuando lo peor ya había pasado. Y sí, contamos con una avioneta que tenía la capacidad de descargar agua, pero era una cantidad escasa y cada 25 minutos. Esto último es lo más indignante, porque no es normal que el hidroavión más cercano a Canarias se encuentre en Andalucía. Se lleva pidiendo mucho tiempo, sobre todo desde el incendio de Gran Canaria de 2019. ¡Necesitamos una base de hidroaviones aquí! Al menos en verano.
«El peligro estaba cantado desde el primer minuto»
Las emergencias por incendios forestales se rigen en Canarias mediante el Decreto 100/2002, de 26 de julio, por el que se aprueba el Plan Canario de Protección Civil y Atención de Emergencias por Incendios Forestales (INFOCA). Este plan tiene como objetivo garantizar la eficacia, la agilidad y la coordinación de la respuesta a las distintas emergencias de esta índole. Y ni yo, ni nadie de todas las personas con quien he tenido esta conversación, creemos que lo consigue. Según ese Plan, para poder recibir refuerzos por parte del Gobierno estatal el incendio debe ser de Nivel 2.
De la misma manera, en ese Decreto se exponen otras características que se usan para calificar la potencial gravedad de la catástrofe. Pero los niveles de alerta deberían dejar de tener sentido en un día con más de 39 grados de temperatura y fortísimas rachas de viento. Existía riesgo para la vida, las zonas habitadas, las infraestructuras… Además, estamos en una época de «Peligro Alto» sumado a las duras condiciones climatológicas. Si nos guiamos por esos otros atributos, el fuego de El Paso conllevaba un altísimo riesgo desde su inicio.
Habrá quien diga que no había manera de pararlo por culpa del viento. Y no le quito la razón. Aunque no significa que no se haya podido actuar más rápido a sabiendas de la peligrosidad. Si no es este, estoy seguro de que en años anteriores muchos de los pequeños fuegos que se convirtieron en grandes incendios forestales no habrían pasado de eso, de simples conatos, si en lugar de curar se apostara por prevenir. No conozco a una sola persona de la Isla que no prefiera que sus impuestos vayan dirigidos a hacer despegar un helicóptero o hidroavión sin necesidad, antes que necesitarlo y no tenerlo.