Desde su estreno en Netflix el pasado, 28 de marzo, la serie española Manual para señoritas ha dado mucho de qué hablar. Ambientada en el Madrid de la década de 1880, una época en la que las mujeres estaban sujetas a estrictas normas sociales, esta comedia de época no solo entretiene, sino que se convierte en una crítica ingeniosa a los mandatos de género, con una conexión clara con el feminismo contemporáneo. Además, con una estética inspirada en el impresionismo de Degas, Monet y Renoir, así como una narrativa moderna que incluye la ruptura de la cuarta pared, la serie brilla por su capacidad de hablar de temas profundos con ligereza e ironía.
La serie sigue a Elena Bianda, una reconocida dama de compañía experta en preparar a jóvenes de la alta sociedad para el matrimonio. Su habilidad la lleva a trabajar con las hermanas Mencía: Cristina, Sara y Carlota. El plan parece sencillo: hacer de ellas señoritas ideales y encontrarles buenos maridos. Sin embargo, todo se complica cuando Elena se enamora de Santiago Torres, el pretendiente destinado a una de las hermanas, lo que pone en juego su reputación y su estabilidad social.
Manual para señoritas se sitúa en una época en la que el feminismo apenas comenzaba a organizarse. A finales del siglo XIX, los movimientos sufragistas en Europa empezaban a tomar fuerza, pero la mujer ideal seguía siendo una esposa obediente, una madre abnegada y una figura decorativa. Las mujeres que decidían estudiar, opinar en público o negarse al matrimonio eran vistas como raras o incluso peligrosas para el orden social.
La serie refleja este contexto a través de una protagonista que encarna esa doble vida: por fuera, una mujer perfecta; por dentro, una inconformista. Elena no toma las armas ni organiza una revuelta, pero desafía el sistema desde dentro, con astucia y determinación. Este tipo de rebeldía silenciosa también forma parte de la historia del feminismo.
«La domesticación de las mujeres se disfrazó de cortesía, de educación, de buenas costumbres»
Hoy, el feminismo ha evolucionado y ampliado sus luchas: desde la visibilización de la violencia de género, la lucha por la igualdad salarial, el derecho al placer, la representación mediática, hasta la defensa de las diversidades. Sin embargo, Manual para señoritas nos recuerda que muchos de los conflictos siguen presentes, solo que disfrazados de modernidad. Es decir, que problemas del pasado siguen siendo un desafío pero camuflados en la actualidad.
Una de las decisiones más inteligentes de la serie es usar el humor como herramienta crítica. Lejos de victimizar a las mujeres, las empodera con ironía y estilo. Las normas absurdas sobre cómo caminar, reír o mirar a un hombre se ridiculizan hasta el punto de exponer lo frágil y ridículo de ese sistema. Esto conecta con una estrategia del feminismo actual: usar el humor como arma política. Reírse del patriarcado no lo minimiza, lo desarma. La sátira, cuando está bien hecha, revela más que un discurso serio.
En este caso, muestra cómo la domesticación de las mujeres se disfrazó de cortesía, de educación, de buenas costumbres. Es decir, las mujeres estaban formadas para cumplir con ciertos roles, especialmente los relacionados con el hogar y la familia. Se esperaba que fueran sumisas y obedientes, lo cual se veía como algo positivo. En lugar de verse como una forma de control, se justificaba como comportamientos que una mujer debería tener para ser respetuosa o buena persona.
Muchos podrían pensar que una comedia de época no puede ser feminista, pero esta serie demuestra lo contrario: el feminismo también puede estar en una sonrisa, en una mirada cómplice a cámara o en una frase dicha con ironía. Manual para señoritas es mucho más que una serie entretenida. Es una invitación a cuestionar las normas que aún hoy condicionan la libertad de las mujeres. Con cada corsé apretado, cada regla absurda y cada acto de rebeldía, nos recuerda que ser una señorita nunca fue tan rebelde como cuando se cuestionan las reglas que lo definen.