En honor al espíritu de los saltadores

Sociedad

«El espíritu, eso es lo más valioso que hay». Antonio Hernández alega sentado en una piedra, a escasos centímetros de un risco y con una lanza reposando sobre su hombro izquierdo. Tres hombres nos guían por un sendero en Teno Alto. Y en tres partes se divide el camino por donde los saltadores muestran la historia, las enseñanzas y el encanto del brinco canario. Los primeros pasos se dan en Los Bailaderos, en el municipio de Buenavista del Norte.

Si te gusta caminar y ver el paisaje, el brinco canario es un paso más. José Marrero se interesó por él gracias a un curso que realizó en 2013. «Vas a sitios que ni te imaginas que existen», afirma el saltador. Avanzamos pocos metros mientras los otros dos saltadores, Antonio Hernández y Damián Martín, acortan la ruta atravesando una pequeña montaña. El paisaje descubre antiguos campos de cultivo, cuyos bancales, antaño, estuvieron sembrados por chícharos, garbanzos y trigo. «Aquí se sembraba todo, mi hija. Ya está todo abandonado», señala Antonio Hernández. La relva esconde las terrazas.

«Vas a sitios que ni te imaginas que existen», afirma José Marrero


Los tres hombres pertenecen al Club Deportivo Abache. A los grupos de personas que se reúnen para practicar el salto del pastor se les llaman jurrias. Damián Martín Dóniz comenzó con el Colectivo Aguere, en La Laguna. Asegura que nunca acuden a lugares peligrosos, ya que suelen ir con gente preparada y conocedora de las técnicas precisas. Martín lleva años saltando y reconoce que «el vértigo se te quita, tienes la mente más fría, aprendes a agarrarte, a cómo pisar y a usar la lanza. Es diferente». El salto hace que te preguntes por dónde bajo cuando miras al risco.

Los senderos son distintos yendo con la jurria. Marrero y Martín han recorrido varios y resaltan el cambio de perspectiva que generan las salidas, puesto que también participan profesionales de la historia y la arqueología que explican las peculiaridades del terreno. José Marrero llama la atención sobre «la suerte de coincidir con gente que sabía de muchas cosas, te van contando sobre la flora y la fauna; te enseñan cuevas, te enseñan grabados».

Palo de la lanza separado del regatón. Ambas piezas se unen a presión. Foto: A. H.

Caminamos más adentro. La tierra árida, el pasto seco y paredes de roca. Los saltadores fijan la vista en las tagoras, unas medias lunas de piedra, lugar de resguardo del viento para los cabreros que mandaban a pastar al ganado. Mencionan las calzadas: rocas colocadas para que las cabras pasen de un lado al otro. Y las polletas, «agujeritos que va creando el regatón en las piedras. Así se establecen los caminos, es por donde han pasado antes otros pastores», explica Marrero. Sospecha que Antonio Hernández, el que tiene más años empleados en el salto y en la vida, guarda en secreto otras rutas.

«Los canariones sí saben saltar»


En el horizonte se distingue la silueta de La Gomera. Allí la herramienta para el brinco se denomina astia. En territorio conejeros y majoreros, hablamos de lata. Los herreños saltan con la astia y en la Palma y en Tenerife, que se pusieron de acuerdo, utilizan la lanza. Gran Canaria, por su parte, emplea el garrote. Antonio Hernández, admite, en bajito, que «los canariones sí saben saltar».

Con independencia de sus variopintos nombres, la lata está formada por el palo (la parte de madera), el regatón (objeto metálico que se apoya en el suelo), el cuero (trozo de cuero cercano al regatón para proteger el área que recibe más golpes) y la punta o casquillo (parte opuesta al regatón protegida por metal por si se atraviesan cuevas). Normalmente son los artesanos los encargados de elaborar dicho instrumento, usando madera flexible o, como en antigüedad, el pino canario. El regatón de Antonio Hernández es de acero inoxidable y el de Martín, de hierro. El segundo lleva escrito el nombre de la asociación en el cuero.

A mitad de recorrido, José Marrero explica las distintas técnicas. Saltar a pie junto, significa bajar con la lanza en medio de los dos pies. El salto de banda consiste en caer con las pierna a un lado del garrote. De ambas formas se puede realizar el salto a regatón muerto, saltas y todo se mantiene en el aire por unos segundos. «Hay personas que saltan hasta ocho metros. Es lo más espectacular», expone Marrero, «pero claro, el regatón muerto es válido para bajar a algún sitio y sabes que vas a poder salir, porque después no puedes volver a subir, ya que uno asciende, como máximo, la altura de la lanza».

Damián Martín muestra cómo el garrote sirve de barandilla «en la que te apoyas y te empuja hacia dentro». La lanza te ayuda a caminar y a sujetarte, depositando el peso en los hombros, no en las rodillas. «No sufres y puedes andar mucho tiempo», subraya Martín, pues al final «saltar es lo menos que se hace».

Paisaje de la zona de Los Bailaderos. A veces las jurrias pasan por senderos que terminan con un baño en la playa. Foto: A. H.

Nos detenemos a la sombra. Sentados al fresco, en frente vemos el mar y algunas casas solitarias.  La mochila de Antonio Hernández está cargada con acervo canario. Decide sacar el sebo (grasa de cabra), envuelto en tela, usado para hidratar la lanza. Vuelve a introducir el brazo en la mochila y extrae un utensilio. «Eso se llama naife, el cuchillo canario», apunta José Marrero. «Es típico de Gran Canaria y el valor viene por las piezas del mango. Lo conforman varios trozos de cuerno. Se ablandan, se les da forma y se incrustan los pedazos de metal», añade. Por último, el saltador exhibe el bucio y todos le pedimos que lo haga sonar, y el retumbo inundó el aire y avanzó por los bancales y atizó la hierba y volvió a nosotros. Silencio.

Emprendemos el camino de vuelta. A los pies, encontramos las cebollas de almorrana y, delante, la brisa acuna las florecidas piteras. Damián Martín, de repente, recuerda que cada año el colectivo colabora en las apañadas: «Los cabreros tienen las cabras en una zona, separan a los machos y los encierran en un barranco. Al año siguiente, cuando es la época de dejar preñadas a las hembras, sacan a los machos y los vuelven a reunir con el rebaño». Antiguamente los cabreros se ayudaban entre ellos, pero ahora hay pocos, por esta razón «nos avisan a nosotros, podemos meternos por la barranquera con facilidad. Después, nos van indicando cómo tenemos que actuar», dice Martín. Esto se hace cada año antes del verano.

«Ninguno de los tres piensa que el brinco canario va a desaparecer»


La senda de tierra queda atrás y bordeamos por una carretera. A poca distancia, el final del trayecto. En el mundo del salto del pastor hay dos generaciones, los que usaron la lanza de manera tradicional, a modo de instrumento de trabajo, y los que la usan por afición. Ninguno de los tres saltadores piensa que el brinco canario va a desaparecer.

Estamos sentados, descansando, en el muro bajo de piedra de la plaza de Teno Alto. No hay dudas, el salto del pastor es más que saltar. En la mente permanece el sonido de las puntadas del regatón clavándose el suelo. Con la palabra gracias asomándome por los labios, Antonio Hernández pone en marcha a esta jurria:

— Vámonos, muchachos.

— Vámonos.