Adama Touré vive en Canarias, concretamente en Fuerteventura, desde el año 2004. Es mauritana de nacimiento y durante estos últimos años en la Isla se ha dedicado a luchar contra una práctica que ella sufrió de pequeña y que sigue siendo muy común: la mutilación genital femenina. En el 2017 decidió dar un paso más y creó la Asociación de Mujeres Mauritanas Dimbe, junto con el activista Khously Diakhate, para dar amparo y protección a las personas residentes en Canarias que están en riesgo de sufrirla cuando retornan a sus países de origen y concienciar a la sociedad sobre los peligros que entraña este procedimiento.
La realidad de Adama es la de unos 200 millones de mujeres y niñas alrededor del mundo que han sido víctimas, según datos de Unicef, de la también conocida como ablación. Ella, además, tuvo que casarse a los 14 años con un hombre al que no conocía y se vio obligada a dejar a un lado su deseo de seguir estudiando para empezar una vida de adulta. Por suerte, su marido se percató de que se encontraba a disgusto con el matrimonio y decidió romper el compromiso. Esto le permitió, siendo aún joven, empezar a decidir su camino.
Tras un tiempo viviendo en Francia, lugar en el que conoció el amor, se vino a Canarias y se casó de nuevo. Compró un terreno en Fuerteventura en el que construyó un hotel rural y un museo de arqueología y arte africano junto con su marido, que falleció hace unos años. Ahora sigue viviendo en este hotel y ha tomado el camino de la reivindicación y de la lucha para que nadie más tenga que pasar por lo que ella pasó.
«El día en el que te mutilan no se olvida. Ver tanta sangre te crea un trauma»
Esta práctica supone una experiencia muy traumática para quien la sufre. Adama nunca ha logrado olvidarse del día en el que le practicaron la mutilación. Fue a los 10 años junto al resto de sus hermanas menores. Recuerda que iban pasando de una en una a la habitación en casa de la mujer que la practicaba, sin poder ver lo que le hacían a la otra. Cuando llegó su turno le impresionó el charco de sangre que se encontró al levantarse una vez mutilada. «La imagen se quedó en mi cabeza, la sangre es algo que le da miedo a cualquiera y ver tanta en ese momento te crea un trauma», explica.
Después de que pasara todo, no hablaba con nadie de lo que había vivido. Es un proceso que pasaba en soledad, sin compartir sus sentimientos. Y para aliviar las dolencias en los meses posteriores, su madre les preparaba baños de agua hirviendo.
El caso de su hermana fue muy impactante para ella. Los cortes le provocaron una hemorragia y estuvo a punto de perder la vida, algo que se hubiera considerado un designio de Dios, porque nadie allí lo vinculaba con la ablación. Se salvó gracias a la transfusión que le practicaron momentos después. Una suerte que otras niñas y mujeres no han tenido, falleciendo tras el acto, en los días posteriores o incluso años después al dar a luz.
Momentos como estos fueron los que le hicieron darse cuenta de que algo tan cruel no podía tener nada que ver con su religión.
Cuando nació su hija Aissata, que ahora tiene 20 años, también tuvo miedo. En su infancia la niña vivió en Mauritania con su abuela y durante ese periodo, Adama temió que alguien decidiera mutilarla sin su consentimiento (dado que esta práctica se suele realizar entre los 4 y los 14 años de edad, antes de la primera menstruación). Desde que la niña cumplió los 8 años su madre decidió que lo más conveniente era que se viniera a vivir con ella a Canarias para protegerla.
«Son las mujeres de las propias familias las que se encargan de perpetuar esta tradición»
Y es que mientras en España la potestad de decidir sobre los hijos recae únicamente sobre los progenitores, en la cultura africana toda la rama familiar se implica en la toma de decisiones. Por eso una madre que se oponga a que mutilen a su hija no puede estar tranquila, porque cualquier día sus abuelas o, incluso, alguna de sus tías, pueden decidir por su cuenta llevarse a la niña y mutilarla. Son las mujeres de las propias familias las que se encargan de perpetuar esta tradición.
Si ocurriera en nuestro país, el hecho de que una menor está en riesgo y su madre o padre se opusieran a que se les realice esta práctica, podrían solicitar la protección internacional para evitarlo. De hecho en Europa esto está prohibido, la pena en España por llevarse a una menor y mutilarla, es de 6 a 12 años de cárcel. Por eso Adama Touré considera de vital importancia «que hayan controles pediátricos y ginecológicos que permitan identificar a estas niñas y denunciar a sus tutores legales». En muchas ocasiones es probable que las niñas lleguen a nuestro país con la herida aún reciente y no sean llevadas al médico si surgen complicaciones, para evitar reprimendas judiciales.
En África esto es mucho más complejo. Algunas etnias lo siguen considerando como algo fundamental para dar el paso a la edad adulta, para convertirse en «mujer». Las niñas no mutiladas son a menudo aisladas socialmente porque se considera que no son «puras» y se les impide jugar con el resto. Las personas asocian este concepto de la mutilación a la pureza y también a cuestiones de higiene, considerando que los genitales externos femeninos representan suciedad.
Su interés por acabar con esta injusticia, llevó a Adama, junto con el activista y antropólogo Khously Diakhate, a crear la Asociación de Mujeres Mauritanas Dimbe en el año 2017.
Desde esta organización, de la que es presidenta, se dedican a dar amparo institucional a todas estas personas aquí en las Islas, actuando como intermediarios entre ellas y las instituciones. También se ocupan de integrarlas en la sociedad, porque muchas familias se encuentran aisladas socialmente, así como de la protección contra la violencia de género en mujeres inmigrantes.
Desde que tienen notificación de un posible caso, se emplean en buscar una solución y en dar apoyo moral y psicológico a estas personas. Inician un diálogo con el resto de asociaciones estatales para intentar proteger a las niñas y mujeres, y se acogen a los marcos legales disponibles.
Además, Adama viaja continuamente a Gran Canaria y Madrid para participar en reuniones y conceder entrevistas a distintos medios con el fin de visibilizar esta práctica y de mejorar sus conocimientos acerca de las leyes y procedimientos de actuación. Una labor que también realiza en los centros de salud e institutos. «Es una vía para darnos a conocer y para que las familias que estén expuestas a este problema sepan lo que hacemos y se puedan poner en contacto con nosotros», asegura.
«En Mauritania no se puede hablar de esto abiertamente. Es un tema tabú»
Aunque la lucha está centrada en el Archipiélago porque es donde vive y físicamente puede trabajar, ella no ha olvidado sus raíces y ha intentado dar algún pequeño paso para sensibilizar sobre esta práctica en su país de origen, Mauritania. El pasado febrero junto con su hija y con cinco voluntarias canarias, algunas de ellas trabajadoras sociales, programó un viaje para realizar una primera toma de contacto con otros organismos que ya están presentes en la zona.
Se reunieron con la Organización Nura, que se ocupa de las mujeres que están en prisión por haber sido violadas y que son denunciadas en muchas ocasiones por sus propias madres, para hablar de todos estos temas y ver cómo ayudar. Precisamente, con la colaboración de esta Organización, pretenden volver el próximo año al país para seguir trabajando.
«En Mauritania no se puede hablar abiertamente de la mutilación, se pueden aprovechar algunas ocasiones en las que se habla de otros temas para nombrar este, pero de manera muy general y nunca como se hace en España», explica. No es posible utilizar fotos ni vídeos explicativos, ni tampoco abordar el asunto en profundidad. Se trata de un tema tabú y por ello, en esta primera ocasión, el viaje se centró más en la solidaridad que en la concienciación.
Unas semanas antes de volar iniciaron una recogida de ropa y calzado, así como de libros y otros objetos para entregarlos a las familias de la zona. Facturaron un total de 15 maletas con todo lo recogido y emprendieron el viaje con destino a Nuakchot, la capital del país. Desde ahí iniciaron un recorrido en coche hasta Dimbe, una provincia en el sur de Mauritania, que precisamente da nombre a su Asociación por ser la tierra en la que se crió.
Falta de recursos
Las voluntarias que iban por primera vez aprovecharon para conocer la zona y para ser conscientes de la realidad allí se vive. Repartieron entre la población local la ropa y el calzado, y llevaron al centro de salud algunos medicamentos, percatándose de que la falta de recursos era muy grave. Vieron que las enfermeras no tenían guantes para realizar su trabajo, que carecían de material y medicinas, y que ni siquiera disponían de ningún tipo de anestesia o de epidural para los partos.
A los colegios también llevaron libros y gafas de vista, y se dieron cuenta de que no había agua corriente ni tampoco pupitres para todos los estudiantes. «Algunos hechos para dos personas, los ocupaban tres y cuatro niños, y el resto se sentaba en el suelo», relata. En los recreos también vieron a algunas mujeres vendiendo bocadillos que muchos no podían comprar.
En este escenario, Adama Touré es consciente de que es muy complicado hablar del tema porque se trata de una sociedad muy tradicional, de un carácter muy patriarcal, en la que prevalece en muchos casos la tradición y la costumbre por encima de la razón. Sabe que es un tema tabú y que reunir a un grupo de mujeres para hablar de la mutilación es extremadamente complejo. Pero en lo que pueda ayudar, ha decidido que lo hará.
A día de hoy tiene totalmente claro que «la mutilación genital femenina no guarda ningún tipo de relación con la religión islámica y es una forma de ejercer violencia sobre las mujeres». Sus padres, con el paso del tiempo y tras experiencias como la de su hermana, también lo han comprendido.
Ahora su ilusión es que la Asociación continúe creciendo para seguir ayudando y concienciando, y que cada vez menos niñas en Canarias, en Mauritania y en el mundo sean víctimas de esta práctica cruel.
«Tienes suerte si utilizan una cuchilla»
A pesar de que el elemento que se suele emplear para mutilar los genitales es una cuchilla, no todas las niñas tienen esa suerte. Cuando no se dispone de estas, se echa mano de cualquier otro artilugio cortante, como puede ser un vidrio o una tapa de refresco. Esto da lugar a graves infecciones.
Otro factor que también influye es el tipo de mutilación que se practique, que depende de la costumbre de las distintas etnias. Una de las más graves, conocida como de tipo 3, suele consistir en una escisión del clítoris y de los labios menores para posteriormente coser toda la zona. Solo se deja un pequeño orificio por el que se orina y se expulsa la menstruación. A la hora de casarse, estas mujeres son desgarradas de nuevo para que su marido pueda penetrarlas, con todo el dolor que ello conlleva.