Dan las 19:38 cuando se apagan las luces del Teatro Victoria, y con el silencio expectante del público comienza Antígona Negra, una pieza que deja una reflexión interna en el público. En escena, tres mujeres, tres cuerpos que encarnan memorias y resistencias, se levantan desde el mismo lugar donde se sienta el público: una elección que borra las distancias entre las personas presentes y protagonistas, entre pasado y presente, entre historia y actualidad colonial.
Desde el primer instante, el gesto de Antígona, interpretada por una actriz afrocanaria, es poético y contundente: se levanta con movimientos suaves y se tumba en el suelo en forma de estrella. Su cuerpo, tendido y vulnerable, es rodeado por la silueta que otra actriz, vestida de blanco en su totalidad, traza con azúcar. Este recurso escénico, lejos de ser un mero adorno, evoca el pasado de las Islas marcado por el monocultivo.
Una tercera actriz, originaria de Senegal, ejerce de voz coral. Su intervención en wolof y su posterior traducción al español resitúan al público: «En el siglo XVI las élites se enriquecían por la trata de personas esclavizadas». La lengua africana en escena no es un gesto decorativo, es una reconfiguración del relato histórico, un acto de justicia y visibilidad. Antígona se nombra con firmeza: «Soy Antígona Negra y vine a estas islas para buscar el cuerpo de mi hermano, Antón Pérez Cabeza».
«¿Qué hay detrás del imperio del oro blanco?»
A medida que la obra avanza, el azúcar vuelve a esparcirse por el suelo. «Busco los huesos rotos y la columna lesionada de mi padre ciego», articula Antígona mientras examina con desesperación lo que ha quedado de su linaje. Exhausta, se tumba, utilizando los sacos de azúcar como almohada. Una nueva intervención en wolof marca un punto de inflexión. La silueta de Antígona se vuelve a dibujar. «La ciencia forense revelan lo joven y lo dañada que estaban sus espaldas por los trabajos forzados», pronuncia la voz.
La culminación emocional llega con una Antígona que ya no puede contener el llanto. «Soy Antígona Negra y vengo a buscar el cuerpo de mi familia», grita con la voz quebrada, un hilo de dolor que arrastra siglos. Entra Juana Gómez, vestida de blanco, y rompe su papel anterior. «Soy hija de una esclava negra y fui preñada con violencia», confiesa, en un monólogo que desgarra por completo a la audiencia. Su cuerpo lleva la marca del castigo: un capirote, una soga y una humillación pública que aún resuena.

Una de las escenas que más genera un impacto en el público es cuando Antígona, con una cuerda al cuello, canta desesperada. Su canto es resistencia, pero también la representación del silencio forzado que históricamente se ha impuesto a las voces negras. Para finalizar, en un estado de agotamiento, angustia e injusticia cae al suelo. «No digas que eres negra, no digas nada», grita Juana mientras sostiene el cuerpo entre llantos. Una frase que resume siglos de opresión y mutismo, pero también el nudo interno del que habla la representación: la lucha por decir, por nombrarse, por existir y por recordar para reparar el daño.
En la escena final, el azúcar se vuelve a verter sobre la silueta de Antígona. La tercera intervención en wolof continua la tragedia: «El 2024 finalizó con más de 70 000 migrantes de origen africano llegando a las Islas. Buscan una vida mejor pero la pierden en el intento siendo la ruta canaria la más peligrosa». Mientras suenan los nombres de inmigrantes que fallecen en el mar, Antígona y Juana rompen los dibujos de azúcar. Rompen las historias mal contadas.
Finalmente, las luces se apagan poco a poco. La sala se ve cubierta por una música que suena desde los altavoces para disolverse en un silencio atronador. Un silencio que pesa, que duele, que deja huella. Los aplausos no se hacen esperar, hay lágrimas en las actrices y en los ojos del público. Antígona Negra no es solo una obra, es una ofrenda de memoria, una grieta luminosa en el relato del Archipiélago. Tras su final, le sigue un coloquio donde se comparten puntos de vistas respecto a la migración y a la memoria histórica. «Si queremos olvidar de donde venimos, la calima nos lo recuerda», de esta manera el moderador marca el final de charla.