Elena Vega y Marta Vega son arquitectas ecofeministas centradas en el diseño de espacios públicos. Foto: PULL

Arquitectura ecofeminista: colocar las vidas en el centro del diseño urbano

ULL

La participación ciudadana es para las arquitectas ecofeministas Elena Vega y Marta Vega un punto prioritario en el diseño urbano. Y es que, según argumentan, nadie sabe qué necesita un barrio mejor que quienes viven en él. Sus principios incluyen colocar las vidas en el centro de las decisiones, haciendo que los espacios públicos sean habitables para todas las personas de forma segura, libre y autónoma. También, considerando que las plantas y los animales no son accesorios, sino partes fundamentales dentro de los ecosistemas en los que la gente se desenvuelve.

En esa tónica de trabajo, desarrollan el servicio De Raíz, en el que colaboran con administraciones públicas para lograr los objetivos de inclusión e igualdad partiendo de una perspectiva urbanística. Además, imparten talleres y charlas participativas para concienciar sobre cómo se puede mejorar la calidad de vida desde el urbanismo.

Recientemente, formaron parte de las invitadas del I Festival Voces de Mujeres, organizado por el Ayuntamiento de Santa Úrsula y el Instituto Canario de Igualdad y producido por Karmala Cultura, con el apoyo de Canarias Crea. Allí emprendieron una marcha exploratoria por varios lugares del municipio en los que analizaron los fallos y los puntos a favor de su diseño. Con tizas, incitaron al grupo de participantes a dibujar propuestas de mejora, que se pudieron debatir posteriormente.

Desde la perspectiva ecofeminista, emplean cinco indicadores para realizar sus diagnósticos, interrelacionados y complementarios. Estos son la diversidad, vitalidad, representatividad, autonomía y proximidad. Incorporando una visión más desarrollada al respecto, añaden un sexto indicador: el ecosistema sano. A partir de este, pretenden dar a entender que la humanidad, siendo ecodependiente, no es la única que habita y merece los espacios.

Hacer las calles habitables para todo el mundo


Empezando por la diversidad, las arquitectas analizan el número de personas de diferente edad, raza, género, condición socioeconómica, etc. que se pueden encontrar en un lugar a cualquier hora del día. En esto, el diseño urbano tiene mucho que hacer, ya que configura qué perfiles pueden habitar cada espacio.

Por ejemplo, en el caso de una plaza, para que pueda existir esa diversidad, deberá haber columpios, mesas para jugar al ajedrez, accesos para personas con movilidad reducida o bancos de reunión. También, árboles que den sombra o fuentes públicas para que animales y personas puedan beber agua sin necesidad de comprar una botella o traerla de casa. Lejos de conformarse con su mera presencia, también se busca que la gente se sienta segura e identificada en dicho espacio.

Autocuidados en comunidad para fomentar la seguridad


El siguiente punto de análisis es la vitalidad, donde el foco se coloca en los cuidados comunitarios. En este sentido, se debe fomentar el sentimiento de pertenencia a una agrupación humana para que cualquier persona pueda hacer sus recorridos diarios de forma segura y autónoma.

Las condiciones óptimas se logran cuando los espacios públicos tienen vida. Desde el diseño urbano, esto se consigue a través de la creación de lugares de encuentro, buena iluminación, ventanas que den a la calle, zonas peatonales o parques públicos. En la medida de lo posible, evitando lugares que queden vacíos y oscuros. Estas características, además, propician que la vecindad se conozca y cree lazos en los que sentir familiaridad.

Las arquitectas aplican el lema «volviendo a casa queremos ser libres, no valientes» a su forma de evaluar y diseñar espacios públicos. Foto: PULL

La representatividad guarda relación con los referentes visibles en las zonas públicas. Estos son los nombres de las calles y plazas, monumentos o iconos presentes. Un buen método de representación consiste en nombrar zonas públicas a partir de mujeres importantes en el ámbito científico o literario. También es positivo dotar los barrios de figuras que representen la memoria e identidad colectiva, como son las plantas autóctonas o esculturas que ensalcen la historia y tradiciones canarias.

Dotar los espacios para las personas y no para los coches


El indicador de la autonomía examina que todas las personas, al margen de sus capacidades, puedan acceder a todos los lugares y hacer su vida con total independencia. Esto es, es muchos casos, una tarea complicada cuando las aceras tienen escaleras y desniveles, son estrechas o, incluso, inexistentes. Para gente con movilidad reducida, menores o carritos para bebés, son verdaderos impedimentos. En muchos casos, se traduce en que haya personas que no pueden salir de casa, aunque el sitio al que quieren ir esté justo al lado, porque no pueden hacerlo sin la compañía de alguien que les ayude.

La forma de evitarlo consiste en priorizar a la gente por encima de los coches. Ofreciendo accesos universales y amplios, así como puntos de descanso con árboles y bancos, entre otras medidas. Así, se fomenta que las calles sean para todo el mundo.

Las arquitectas recalcan que los espacios no están hechos para toda la gente, sino para personas con movilidad, dinero y una posición social privilegiada. Foto: PULL

Accesibilidad y respeto a la naturaleza


La proximidad, aunque parezca referirse a lo cercanos que están los lugares que frecuentamos, se refiere, sobre todo, al tiempo que se tarda en hacer las actividades cotidianas. Por ejemplo, ir a la frutería o coger la guagua para ir a clase. Si los lugares de paso no tienen los accesos correctos, o los pasos de peatones están muy lejos del lugar de destino, el tiempo que se tiene que emplear se multiplica. Además, el trayecto se hace mucho más cansado y complicado. Esto, de nuevo, se relaciona con el indicador de la autonomía. Si los espacios se hacen accesibles, poniendo a la gente en el centro, el tiempo y esfuerzo dedicado al recorrido se reduce considerablemente.

Los animales y las plantas, al formar parte relevante de los ecosistemas en que nos movemos, deben ser tenidos en cuenta desde una perspectiva ecofeminista. Así, el último indicador, el ecosistema sano, pone todas las vidas, y no solo humanas, como base del diseño urbano. Por ejemplo, introduce la idea de que los árboles no solo sirven para dar sombra, sino que son seres vivos que deben ser cuidados y ubicados adecuadamente. Además, al estar sanos, se convertirán en espacios donde distintos animales, como los pájaros, puedan vivir.

Las propuestas de la ciudadanía como punto de partida


Pese a que la participación ciudadana es un aspecto que las arquitectas consideran fundamental, también recalcan que es un proceso que requiere mucho tiempo. No solo a la hora de recabar las opiniones y mejoras que propone la población, sino porque es una cuestión que apenas acaba de comenzar a hacerse. Por tanto, ni la gente tiene la costumbre de participar, ni las administraciones de dar los plazos necesarios para que lo haga. No obstante, Vega y Vega creen que es algo esencial para conocer en qué medida se pueden mejorar unos espacios que, aseguran, no están diseñados para todas las personas.

Con el empoderamiento que brinda la oportunidad de poder participar en la configuración urbana, pretenden que los lugares públicos sean habitables para cualquiera. Así, invitan a que la gente se coloque las gafas verdes y violetas para, de forma crítica y constructiva, arrojar una mirada ecofeminista en la configuración de los espacios. Y, de este modo, transformar, y no destruir, las estructuras urbanísticas.

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