Esperas para entrar al Teatro Guimerá a ver Las que limpian (viernes, 21 de marzo) una obra que narra la situación desesperante de una de las profesiones más olvidadas: la de camarera de piso. Al entrar al viejo patio de butacas haces un barrido con la mirada y, de paso, un pequeño análisis demográfico, la mayoría de asistentes son mujeres, muchas de la tercera edad, y se cuentan con los dedos de las manos a las personas jóvenes. El aforo no está completo, pero hay pocas sillas desocupadas, principalmente en el palco. La compañía al cargo de la función, A Panadaría, es gallega y pronto descubrirás que parte del público tampoco lo sabe.
La obra comienza en un fundido que lentamente deja ver a Areta Bolado limpiando el escenario con una escoba. Le siguen, barriendo, Noelia Castro y Ailén Kendelman: Son el trío de actrices que nos transportarán al hotel La Jota, ubicado en una remota y pequeña isla de Galicia (Un sutil juego de palabras con el reputado balneario La Toja, que no saldrá bien parado). Esta información, y la particular historia de la isla, nos la cantan directamente con un juego de chasquidos rítmicos y sonidos desternillantes que rompen el hielo. Las onomatopeyas se convertirán además en uno de los principales recursos cómicos. En esta canción se enaltece el turismo que goza la isla como un garante de prosperidad, una idea que romperán a lo largo del espectáculo.
«La gente quiere pensar que es la primera que pisa ese lugar»
El primer personaje hace aparición justo después, frotando el suelo. Se trata de un in extrema res que sitúa a Aparicio Gómez, el director del hotel La Jota, arrastrándose y gritando que él no limpia. A continuación, una jornalera argentina llamada Jean que comienza a explicar a una nueva trabajadora (Señalada entre el público) los principios básicos de su profesión. No merece la pena nombrar a qué actriz interpreta a cada personaje, puesto que cambiarán sus papeles durante la obra en varias ocasiones, usando unas pelucas y un bigote para marcar estos cambios visualmente (Estos serán, además, los pocos elementos escenográficos que usarán, junto a un carrito y un par de escobillones).
Con humor ácido y físico, comienza a narrar no sólo el proceso de limpiar una habitación de hotel, sino también las desagradables consecuencias que conlleva: desde manipular productos tóxicos hasta encontrar condones usados bajo el teléfono. De seguido se presenta una gobernanta que acude a discutir con el director del balneario las condiciones laborales precarias en las que trabajan Las que limpian. Él se muestra esquivo y no contesta, excusándose en que la empresa afronta un momento difícil.
Entre chistes, el personaje se define como un empresario vil, usurero, ególatra y machista, incluso insinuando una agresión sexual a su trabajadora en tanto a que él sólo accede a hablar con ella en la cama de la suite presidencial. Sin mucho éxito, la gobernanta acude a la planta -5 (allí se ubica la lavandería) para trasladarle su fracaso a las empleadas.
«¡Hay que manifestarse!»
Al recibir la noticia de que el jefe no piensa mover un dedo, las chicas se organizan con una clara voz cantante, Isabel, la única fija. Se nos deja claro que el resto son fijas discontinuas excepto la tercera protagonista, Carmen, una limpiadora externalizada que propone secuestrar al director. El miedo al despido echa para atrás a Jean, pero finalmente todas están convencidas por Isabel de plantarse ante el director y luchar por sus derechos, ocultando sus caras con bolsas de basura y provocando suficiente ruido. En este respecto, el papel del periodismo queda claro, definiéndolos como oportunistas «La prensa viene por el espectáculo, no por la información».
Nuevamente todo se cuenta con un jolgorio en clave de humor, gritos y ruidos de lavadora. Castro empieza a cantar en gallego y busca el acompañamiento del público sin retroalimentación, sonríe con complicidad y afirma irónicamente «¡Como se nota que estamos en Galicia!», un guiño a que es la primera vez que ofertan la obra en Canarias.
Repiten la dinámica de hacer una habitación, esta vez con la agudeza de reproducir el proceso varias veces incrementando la velocidad en una crítica al ritmo inhumano al que son sometidas las camareras. Tras eso, muestran a una reportera cubriendo las vacaciones del jefe de gobierno en el balneario. Por supuesto, entrevista a todo el personal menos a las camareras, incluso alabando el empeño del sr. Gómez y su forma de «Sacar brillo al hotel». Más pronto que tarde aparece el último de los protagonistas de la obra, el presidente, un hombre de paja que demostrará un repertorio de las más célebres frases de Mariano Rajoy.
«Podemos decir con orgullo que nos estamos convirtiendo en el parque temático de Europa»
El papel de la política en la gestión de la situación de las trabajadoras es criticado enormemente en la obra. Nuestro presidente se somete a una rueda de prensa, donde se sacan a relucir temas de actualidad que, con frases precocinadas, esquiva evitando cualquier tipo de respuesta. Llegamos así al nudo de nuestra historia: él y el Sr. Gómez planean derivar fondos públicos a la empresa como parte de una inversión en el sector turístico. Esto se nos cuenta a través de unas situaciones que los cataloga como niños privilegiados, llorones y completamente ajenos a los abusos y la precariedad laboral que sufre el resto: Por poner uno de los muchos ejemplos, el hotelero llega incluso a hacerle una felación mientras disfrutan de una partida al mini golf.
Esto se intercala con el día a día de las camareras de piso: Una de las escenas más significativas es en la que hablan de los fármacos que usan para no desmoronarse y de cómo la aseguradora y la sanidad pública juegan con ellas un partido de tenis en el que son la pelota, de un lado para otro. Después de que escenifiquen cómo Carmen le rompe la cara al doctor que la atiende usando su brazo roto como arma, Jean se sincera y explica que toma ansiolíticos, antidepresivos, analgésicos opiáceos, anticoagulantes… y rompe en un llanto significativo, que se convierte en un vaivén de emociones con un fuerte contraste: La crítica, la risa y la desoladora tristeza que provoca las circunstancias en las que desempeñan su actividad laboral.
«¡Aparicio explotador!»
En el tramo final de la obra, la gobernanta limpia la sauna en la que descansan el presidente y Aparicio, que están por firmar el pacto para la destinación de fondos. Ellas se manifiestan en una suerte de procesión eclesiástica, edulcorada con cánticos de «Aparicio explotador», que es respondida por el público con nombres de empresarios reales (lo que llama la atención de las intérpretes convirtiéndolo en parte del momento), y una conmovedora canción que elude las barreras del idioma y, cantada en gallego, transmite todo cuanto necesita transmitir.
El director se ve humillado y amenaza a las protagonistas con despedirlas. En ese momento, la gobernanta llega con el contrato (que ha robado de la sauna) y propone ahorcar al empresario, junto con otras ideas como lanzar cócteles molotov, arrancarle los testículos a mordiscos o lanzarle al mar con piedras para que jamás salga a flote. Al final se ponen de acuerdo con el público usando los letreros de no molestar para dar una respuesta, y se decide manipular los documentos, estableciendo mejoras en la condición laboral de las trabajadoras.
Finalmente, el presidente (tras quemarse los párpados con el foco que le apunta y cambiar de actriz por esta misma razón, un chiste intencionado, o quizá no, que se gana al público) firma en riguroso directo el pacto y, con incontrolables temblores, lee el acuerdo. Todo se desmorona para él y el jefe del hotel, que acaban como completos perdedores, limpiando los pasillos de La Jota tal y como ocurría en una de las primeras escenas.
Las actrices terminan la obra aportando datos sobre el triste panorama en el que viven las mujeres, empleadas para limpiar fuera y dentro de casa, bajo techos de cristal con sueldos incoherentes pero con la carga de trabajo, criadas por y para servir y «limpiar un mundo de mierda». Se las acoge en un gran aplauso y Areta Bolado transmite que la actuación de ese viernes está dedicada a la encargada de la limpieza del teatro y a todas las espectadoras que son a su vez camareras de piso, honrando su labor y señalando que su lucha es inspiradora para la lucha obrera y para todas las mujeres.