El Paraninfo de la Universidad de La Laguna acogió este pasado sábado, 4 de mayo, El Último Verso, una obra teatral representada por el grupo Timaginas Teatro, escrita por Raquel Trujillo y dirigida por María Rodríguez. El texto se inspira en una de las más recientes teorías que explicarían las causas del asesinato del poeta Federico García Lorca, que se sitúan más allá de su condición sexual o de sus inclinaciones políticas para centrarse en las rencillas familiares y sobre todo en la creación de su obra maestra, La casa de Bernarda Alba.
Se divide en una serie de actos que arrancan bajo un ambiente de época en manos de Javier Martín y su banda sonora. Con esta versión que contiene tanto hechos reales como dramatizados escenificaron la vida del poeta en la ciudad granadina de los años treinta. La muerte digna que no pudo tener y ser testigo de cómo sus creaciones lograron que el eco de su voz y de su pluma esté más vivo que nunca.
Horacio Roldán, primogénito de una de las familias más reputadas de la Vega de Granada, descubre la estrecha conexión entre su propia gente y la próxima obra de Lorca, motivo por el que se verá obligado a defender el honor de sus familiares, convirtiéndose en el primer responsable directo del asesinato de uno de los mayores poetas y dramaturgos de la historia de España. Interpretado por Armando Jerez, realizó una actuación que el público definió como brillante siendo el principal enemigo del protagonista. Su ira y posterior remordimiento le hacen cuestionar sus acciones. La obsesión por convertirse en un orgullo para su padre enfermo, quién odia a la familia García, es el detonador del suceso.
Alejandro Fuertes, en el papel de Lorca, alcanza transmitir la energía y entusiasmo que tenía el dramaturgo por vivir. Y eso recaló desde el primer acto en los asientos del Paraninfo. Un joven escritor que ha estado elaborando su próxima obra en base a las vivencias extraídas de otra familia, adaptada a su particular visión de la sociedad. Con su amado Rafael esperándole en secreto, se refugia en escribir y deja en manos de su amiga periodista la publicación de un artículo aún sin finalizar. Roldán lee el periódico local y asimila rápidamente la inverosímil exactitud que tiene la historia con sus vidas, relatadas desde una perspectiva negativa. «Bernarda Alba, mujer autoritaria, dominante, clasista, hipócrita, intransigente», recita refiriéndose en realidad a Francisca Alba. Ella, enfurecida responde a Horacio: «Todo el mundo en este maldito pueblo creerá la palabra de Federico, esta sarta de mentiras extinguirá la influencia y poder de nuestra familia».
«Esto por rojo y por maricón»
Es 1936 y asesinan a Calvo Sotelo. Federico hace las maletas y busca un refugio en el que esconderse. Se ha declarado el estado de guerra. Su madre muy angustiada le advierte: «Estás cavando tu propia tumba», a lo que él responde: «El teatro es un espejo de la realidad, es poesía y literatura». La guardia civil busca el paradero de Fernando de los Ríos, uno de los republicanos más perseguidos y quien tiene una gran relación con el protagonista.
Con un ambiente estremecedor en el salón de actos, los guardias dan con el paradero: la casa de los Rosales. El hijo, Luis Rosales, era falangista e íntimo amigo del escritor. Logran atraparlo y una vez en manos de la autoridad, Lorca entristecido relata en alto: «Cuando yo me muera, enterradme con mi guitarra bajo la arena. Cuando yo me muera, entre los naranjos y la hierbabuena. Cuando yo me muera, enterradme si queréis en una veleta. Cuando yo me muera».
Horacio, atormentado por lo que ha propiciado, se hace pasar por cura para aconsejarle que confiese todo. Pero ya es demasiado tarde, aún sin nada que revelar, el poeta desesperado se desgañita gritando: «¡Lo confieso, lo confieso!». Los guardias ríen a carcajadas mientras lo trasladan junto a los demás presos. Uno por uno, empiezan a encañonarlos, tan cerca, que solo es necesaria una bala para acabar con sus vidas. Hasta que llega el último turno, el de Federico. Qué tras un disparo, aún sigue vivo. El guardia civil que más inquina mostraba hacia él carga la escopeta, apunta y lleno de rabia alza su voz: «Esto por rojo y por maricón».
Tras más de una hora y media de espectáculo llegó el acto final que simbolizó su muerte. Comenzaron a caer las hojas del guion quemadas hacia las butacas. Poco tiempo después, se cerró el telón y encendieron las luces de nuevo. Con el público en pie, solo se escuchaba un ruido ensordecedor causado por los numerosos aplausos. Un acto de gratitud debido a la representación de calidad brindada a quienes estuvieron presentes.