Un hombre subsahariano y otro magrebí se abrazan el día después de la reyerta. Foto: Andrés Gutiérrez

¿Viste lo de Las Raíces?

Opinión

¿Viste lo del Campamento de Las Raíces? Tremenda pelea, ¿eh? Inmigrantes… ¡Solo vienen a causar problemas! Seguro que lo viste, lo sacaron en la tele. Pero no solo en la canaria, ¡en la española! Lo viste, ¿a que sí? Claro que lo viste… eso sí, lo que no viste son los meses de hacinamiento, incertidumbre y falta de información. Los meses de condiciones insalubres, de frío, de hambre, de enfermedades y abuso policial e institucional. Lo que no viste es el origen del problema. Eso, por desgracia, no sale tanto en los medios, sobre todo nacionales.

No negaré que pelearon. No negaré que fue violento. Tampoco negaré que no deberían haberlo hecho. Faltaría más. Ahora bien, que nadie me niegue tampoco que la población española es igual. Un día después del enfrentamiento en Las Raíces, que culminó con antidisturbios lanzando pelotas de goma, en Vallecas se peleaban debido al mitin de Vox. Pasó esta semana, pero pasa constantemente. En manifestaciones políticas, en bares y en el barrio. Y no solo entre patriotas, orgullo de España con la bandera rojigualda en las venas, sino también entre personas extranjeras. Lo que pasa es que vienen de Europa y, por supuesto, no es lo mismo, ¿verdad?

No son inmigrantes que vienen a robarnos el trabajo. No son inmigrantes que vienen a robarnos las mujeres. Porque las españolas pertenecen a los hombres españoles, claro está. No son inmigrantes que vienen a poner bombas. No, nada de eso. Son ciudadanía europea decente y por ello merece ser tratada entre algodones por la canaria, y que le sirva la caña desde detrás de la barra.

«Como no son vidas europeas, no importa tanto lo que haya pasado como las consecuencias»


Lo que a menudo se está olvidando es que las personas migrantes africanas son eso, personas. No hay que redundar ni buscarle tres patas al gato. Personas. Como tú, como yo, y como el papa de Roma. El otro día subí con una amiga al Campamento. Era la primera vez que ella iba. «Es que son tremendamente normales», me dijo. Parece algo evidente, pero en la práctica no lo es tanto. Hacen las mismas cosas que cualquiera. Han protestado de forma pacífica decenas de veces, pero no ha servido de nada. Y después de meses de tensión, incertidumbre, hambre, frío, condiciones insalubres, falta de atención e información, hacinamiento y abuso, ¿qué persona no se pondría violenta?

Basta ya de criminalización. Y también, basta ya de paternalismo. Han sufrido días a la deriva en medio del mar, a veces más de una semana, viendo cómo familiares y amistades morían. Dejando atrás toda su vida, han seguido rutas largas y muy peligrosas en busca de una vida mejor, o huyendo de situaciones y gobiernos que matan. Lo que necesitan no es un trato de delincuentes. Tampoco causar pena o recibir caridad -que no solidaridad-. Tan solo igualdad y dignidad, lo que quiere todo el mundo.

En ese campamento, que jamás debería haber abierto, se producen peleas. Y es lógico que ocurra. Pero al mismo tiempo nace la fraternidad y el compañerismo, lo cual también es normal. Cuando se vulneran los derechos fundamentales de grupos concretos, pueden pasar dos cosas: la gente se une contra la adversidad o la tensión se acumula y explota, produciendo enfrentamientos fundamentados en pequeñas diferencias; en este caso, el color de piel o el país de origen. En Las Raíces han ocurrido ambas cosas.

Como no se trata de vidas europeas, no importa tanto lo que haya pasado de antemano como las consecuencias finales. Para fomentar el racismo y justificar las políticas migratorias que matan, se le da máxima prioridad al lado malo de la historia. Y así se perpetúa el sistema.

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