El 4 % de la migración a España se hace de manera irregular. Foto: Claudia Morín

Una nueva vida en manos del azar

Sociedad

Abou Sene toma té negro. Le pide a la camarera dos sobres más de azúcar hasta acumular un total de cinco alrededor de su taza. Explica que en su continente, África, es costumbre consumir mucha. Les encanta. El joven de 31 años se encuentra ahora en Sevilla pero nació en el país más pequeño de África, Gambia, donde se dedicaba a la pesca. Aún recuerda la primera vez que se montó en un barco de madera y navegó con su tío y sus primos.

La experiencia le enseñó a observar el mar, a entender su movimiento y a ser un gran pescador, como dicta el ADN de su tribu: los sereres. La alimentación a través de pescado frescos y la exposición al sol caracterizan a este pueblo por su buen estado de salud y fortaleza física. Sin embargo, desde hace unos años, el pez que simboliza la economía y subsistencia de su país ha dejado de encontrarse en las costas. Prácticamente ha desaparecido a causa de empresas internacionales chinas, estadounidenses y europeas que explotan la zona para dedicarse al comercio de la harina y el aceite de pescado.

En la actualidad, existen tres fábricas de este producto en las costas de Gambia, una de ellas es Golden Lead que absorbe el 40 % de la captura total de peces de la zona. Aunque hay una falta de transparencia de datos al respecto por parte del gobierno del país, tan solo con que las otras dos empresas capturasen la mitad que Golden Lead supone estimar que la población local solo recibe acceso al 20 % de la pesca. Esta situación llevó a Abou Sene a dedicarse al activismo para exigir que no se privara a un pueblo de su actividad principal para vivir. La comparación es odiosa, «sus barcos son de hierro y los nuestros de madera, son más grandes, tienen tecnología para saber dónde están los peces…», comenta. 

Activismo como contraataque a la sobrepesca


El activismo está muy perseguido en su país. Su vida estaba en riesgo y tuvo que huir. Aunque no era su primera opción, acabó emprendiendo la ruta del Atlántico que consiste en cruzar el mar que apoda esta ruta hasta las Islas Canarias. Es la más peligrosa del mundo. En el primer semestre de 2022 ya han perdido la vida 800 personas según datos de la asociación Caminando Fronteras. Loueila Mint El Mamy, abogada de extranjería, recuerda que el proyecto de quienes llegan de manera irregular, la mayoría de las veces, no es quedarse en Canarias, sino entrar a la Zona Schengen. Este espacio, compuesto por 26 estados, entre ellos, Francia, Italia y Países Bajos, goza de libertad de circulación de pasaportes y controles fronterizos. 

La taza de té negro de Abou Sene, su bebida favorita, rodeada de cinco sobres de azúcar. Foto: Irene Mederos

Sene habla entre la nostalgia y el orgullo hacia su tierra y siente haber tenido que marcharse por ser perseguido. Un día vendió su barco, su modo de hacer dinero. Lo apostó todo en ese viaje. No lamentó tanto vender la embarcación, que era símbolo de la libertad de ser su propio jefe y sustentador de alimento para muchas personas. Sintió pena, sin embargo, de dejar esa vida atrás sin la certeza de saber si volvería a recuperarla. El joven recuerda cuando fueron rescatados. Sintió que estaba a salvo. La alegría contagió a todas las personas que iban en el cayuco. Llegar fue la única parte bonita de esta travesía. El viaje previo había sido una tortura y las condiciones una vez tocó tierra no mejoraron. 

Desinformación contagiosa


La abogada hace especial hincapié en la discriminación que sufren quienes vienen de África. «En ocasiones parece que la nacionalidad está por encima de la vida de las personas y que son solo un número», critica. Desde su perspectiva, la falta de información ha hecho que la percepción de la población canaria haya variado. «Ha hecho mucho daño. Al final parece que estamos hablando de entradas masivas, de delincuencia, de invasión y de migrantes en hoteles».

Sin embargo, las cifras no se corresponden con esta visión. A las Islas entran veinte mil personas de manera irregular por vía marítima y 40 mil en todo el territorio español frente al total de un millón de personas que entran al Estado de manera regular. «El 4 % no puede suponer una invasión. Hay que ser realistas. La mayoría de personas entra por el Aeropuerto de Barajas», agrega la abogada.

El 2023 comienza con la llegada de dos embarcaciones con más de un centenar de migrantes a bordo a las costas de Canarias. Foto: Claudia Morín

Culpa al Ministerio, a las administraciones y a aquellos medios sensacionalistas que realizan una cobertura negativa de las migraciones. Por ejemplo, en la época de crisis por la COVID-19, se vendió un mensaje que afirmaba que las personas migrantes estaban en hoteles de cinco estrellas y la gente empezó a verlo como un trato de favor. La abogada recorrió hoteles de aquel entonces y también los de ahora, con refugiados ucranianos. «El tratamiento no tiene nada que ver. Hay una clara política racista», agrega.

Migrar es un derecho. La licenciada considera que el debate debe girar en torno a que las personas puedan salir sin tener que arriesgar su vida. «Hay quienes son asesinados por estas políticas migratorias, pues no llegan a sus destinos por las pésimas condiciones a las que se deben someter», subraya. Quienes llegan, muchas veces, lo hacen por una cuestión de azar. Las personas migrantes tienen un nivel de aceptación del dolor muy alto. «Yo no aguantaría el tratamiento tan frío y deshumanizante que les damos», afirma.

«Las personas quieren lo que menos duela. Han pasado por un proceso complicado y aceptan la vulneración de sus derechos»


Las personas migrantes que alcanzan las costas canarias son tratadas como delincuentes. Loueila Mint El Mamy recuerda que la entrada irregular a un país no se trata de un delito. Es una infracción administrativa. «Aún así, se les detiene y somete a situaciones en las que no se debería estar y se les culpabiliza de su situación con la idea de: eres pobre y negro», añade. En el caso del gambiano, pasó siete días en comisaría, pese a que, al no haber cometido ningún delito, no se deberían superar las 72 horas. «La gente que viene no tiene información de sus derechos», afirma el activista. Acaban de llegar a un país desconocido y no quieren causar problemas ni ser devueltas. «Las personas quieren lo que menos duela, han pasado por un proceso complicado para llegar y aceptan la vulneración de sus derechos», apunta la abogada. 

Centros de Acogida


En muchas ocasiones esta situación continúa en los centros de acogida. Abou Sene llegó a Tenerife el 11 de noviembre de 2020. Solo le dieron una sudadera, un pantalón y unos zapatos. «Si quería lavarlos debía esperar tapado con una toalla a que se secara», afirma. También recuerda frustrado como debía ir a la basura a buscar otras piezas de ropa. «Hay una concepción de que quienes migran de África pueden ir descalzos y con el mismo chándal. Si hay una forma de hacer las cosas igualitarias hay que exigirla», resalta Loueila. Más adelante, Abou Sene llegó a Sevilla y vivió en el Centro de Acogida de Torreblanca. Allí sufrió de nuevo la vulneración de sus derechos.

El activista narra un episodio en el que el mal estado de la comida que servían provocó que la mayoría de las personas enfermasen con fuertes dolores de barriga. Los ruegos por tratamiento fueron ignorados. «Estaba llorando en mi habitación y enfadado por la forma en la que éramos tratados», añade. Presentó una lista con todas las personas enfermas y pronto se confirmó que la comida había sido la causante de las enfermedades. «No se hizo nada al respecto, continuaron las mismas personas cocinando el mismo tipo de comida», asegura. La única solución que les ofrecieron fue paracetamol e ibuprofeno.

“Somos humanos, necesitamos comunicarnos. Por fortuna, llegamos y ahora estoy aquí, contando mi historia”. Foto: I. Mederos

Es necesario recordar que para optar a una plaza en estos centros, primero es necesario pasar un largo proceso. Cada país tiene unas normas y unas fronteras. En general, para entrar a cualquiera se deben seguir unos cauces como entrar por puestos habilitados, tener documentación o un visado. En el caso de España, cuando una persona llega a las costas de Canarias en una embarcación se asume que ha incumplido la normativa de extranjería. En la Ley Orgánica sobre derechos y libertades de los extranjeros en España y su integración social (LOEX) se recoge que cuando «una persona pretenda entrar de manera irregular o contradiciendo una prohibición de entrada no será necesario iniciar un procedimiento de expulsión, sino uno de devolución». Se trata de procesos diferentes. Por tanto, cuando salvamento marítimo o una patrullera de la Guardia Civil encuentra a un grupo de migrantes, comunica su presencia y traslada sus datos a las brigadas de Extranjería de la Policía Nacional para comenzar el procedimiento.

La devolución es un proceso sencillo. Se puede ejecutar en 72 horas o solicitar una medida cautelar como el internamiento en centros de extranjería para realizarla en sesenta días. Nadie puede ser custodiado por más de tres días porque supondría una detención ilegal. El muelle de Arguineguín, en Gran Canaria, durante la pandemia supuso un punto de inflexión porque hubo personas que estuvieron hasta quince y veinte días hacinadas en un campamento improvisado. 

El derecho de asilo


En la práctica, la recepción varía mucho en función de la Isla a la que se llegue, los recursos con los que se cuente y la brigada con la que se encuentren. Hay varios supuestos en los que la devolución queda suspendida: mujeres, sobre todo embarazadas; menores acompañados o solos y solicitantes de asilo perseguidos. Este último es el caso de Abou Sene, activista en Gambia que lucha contra la sobrepesca que ejercen grandes potencias como China.

El pescador recuerda una reunión con el presidente de la pesca local y dos mayores que eran más respetados que las propias autoridades para hablar sobre los petroleros que se colocarían en sus costas. Sene era el encargado de transmitir la información a la comunidad de pescadores, era el representante de su pueblo y levantó la mano. Preguntó cuál sería el porcentaje que se quedaría en su tierra. No quisieron responder. «Solo venían para alertarnos del riesgo que podría suponer acercarnos a su zona con nuestros barcos», añade. Tras insistir, la respuesta que recibió fue que cualquier porcentaje sería suficiente para Gambia, un lugar pequeño y llano, fácil para construir y con una población de dos millones de habitantes.

En Gambia Abou Sene era pescador y luchaba por los derechos de su comunidad. Tuvo que huir porque en su país el activismo está perseguido. Foto: I. M.

A las personas migrantes cuando llegan se les asigna un número de extranjería. También tienen derecho a profesionales de la abogacía, pero a menudo no lo saben. La Policía solicita el internamiento en el Centro de Atención Temporal de Extranjeros (CATE) de quienes vayan a ser devueltos y pone en libertad al resto. En este último caso, son derivados a cualquier recurso del Programa de Atención Humanitaria del Ministerio de Inclusión. Pese al trato recibido y sus experiencias vitales el africano no pierde la esperanza. Anima a la juventud a actuar: «Sois la generación del mañana. No lo hago por mí, hay que preocuparse por lo que dejarás para tu familia».

Él sabe cómo se siente que otras personas exploten los recursos de su tierra. Es activista porque sabe lo enriquecedor que es pescar y quiere que las generaciones futuras puedan experimentarlo. Añade que la población africana termina cediendo en las negociaciones con países extranjeros porque traen cosas nuevas como espejos o azúcar. Recuerda que su libertad se debe a que muchas leyendas africanas murieron por quienes venían detrás. 

«Mi vida es muy difícil ahora, pero siempre me he enfrentado a dificultades», comenta. Las condiciones del Centro de Torreblanca en el que vivía no eran las mejores. Después de seis meses, al conseguir un permiso de trabajo, comenzó en una lavandería. Una vez las personas migrantes consiguen un contrato deben abandonar el centro y tienen que costearse un abogado. En la actualidad, Abou Sene reside en Torreblanca, un lugar violento donde la mayoría de la población española no quiere vivir pero los alquileres son más baratos. Su trabajo acabó cuando finalizó la temporada alta de turismo en Sevilla. Tras dos años, aún tiene problemas para encontrar otro puesto.  

Arriesgarlo todo a una ficha


Para Abou, el primer paso fue vender su barca. Lo hizo a un precio bastante bajo, pero aceptó porque necesitaba salir cuanto antes. El viaje empezó ahí. Si no hubiera conseguido llegar hubiera perdido su sustento y su herramienta de trabajo. Al día siguiente partió en un cayuco con 128 personas más con una única figura femenina de apenas veinte años. Mucha gente se queda fuera. La policía estaba cerca y solo pasaron quienes fueron más fuertes. 

A las tres de la mañana un barco pequeño comenzó a transportarlos hasta la embarcación principal que esperaba a unos kilómetros de la costa. Mucha gente pagó y no pudo subirse siquiera porque la barca partió cuando el sol amenazaba con salir. «Estábamos muy tristes, no sabíamos si íbamos a sobrevivir ni si volveríamos a ver a nuestra familia», subraya.

Las olas rompiendo durante una tormenta en la playa de Asilah, al norte de África. Foto: C. Morín

En la tarde, todo cambió: «necesitábamos valentía para aguantar la travesía. No podíamos seguir así». Resalta que parte del grupo no había estado nunca en el océano y no paraban de vomitar todo lo que comían. Sene, como pescador, estaba acostumbrado a navegar. Ayudó al capitán y asistió a la gente en el barco. Los problemas llegaron el cuarto día, cuando se aproximaban a las costas de Mauritania. La comida, que consistía en paquetes de arroz y azúcar, se acabó y el tiempo cambió, pero siguieron empujando. Al sexto día, el agua también se agotó y comenzaron a hervir agua salada para poder beber.

No fue hasta el noveno día cuando avistaron las luces de Tenerife. Se terminó la gasolina a escasos sesenta kilómetros de la costa pero uno de los viajeros sabía hablar español y llamó al 112. Era la segunda vez que hacía la travesía. Gracias a él, Salvamento Marítimo vino a recogerles. La celebración fue muy grande. Era una segunda oportunidad de vida. Abou recuerda la primera vez que vio el volcán de El Teide, que parecía flotar enorme en el cielo y la alegría de todas las personas en el cayuco de sentir que estaban a salvo. “Por fortuna, llegamos y ahora estoy aquí, contando mi historia”.

Un reportaje realizado en colaboración con Irene Mederos

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