Elsa López con su nuevo libro, 'Ellas'. Foto: A. Quintero

«Tengo tendencia a oponerme»

Cultura / Ocio

Elsa López (Guinea Ecuatorial, 1943) es una escritora, poetisa, investigadora y docente con una larga carrera profesional. Afincada en La Palma, se define como una mujer guerrera que consiguió alzar la voz en un entorno dominado por los hombres sin sentirse diferente a ellos. Este mes presenta Ellas, una obra sobre los conflictos a los que se enfrentan las mujeres en su vida cotidiana.

¿Cuándo se va a publicar su último libro Ellas y en dónde se puede conseguir? «Se publicó hace menos de un mes. Ya se está distribuyendo en librerías y se presenta en La Palma el próximo 16 de mayo. Es una recopilación de artículos publicados desde 1999 en diferentes periódicos. Hablo de los problemas que sufren las mujeres a diario».

Es usted muy conocida por escribir grandes artículos. ¿Cuándo comenzó a colaborar con la prensa? «Empecé a publicar en 1999. La Tribuna, un diario de Gran Canaria, me ofrecióe la oportunidad de colaborar semanalmente. Hasta ese momento solo había redactado poemas, mis ensayos de antropología y algún encargo. Tras el cierre de La Tribuna, Francisco Pomares me ofrecióe trabajar en La Opinión de Tenerife e, incluso, contó conmigo para formar parte del Consejo Asesor del Periódico. Fue una etapa dorada. Estuve 16 años escribiendo cada martes. Una mujer progresista, feminista y de izquierdas, en un noticiero que buscaba la pluralidad de voces».

«En una lucha mental o ideológica no me callo»


Usted ha sido investigadora y docente. ¿Cómo llegó la poesía a su vida? «Yo creo que siempre fui así. Empecé a escribir porque era un desastre, me consideraban una inútil, pero una profesora, Carmen García del Diestro, nos mandó a escribir una redacción. Ella quedó maravillada con la mía y, en ese momento, me di cuenta que era alguien, que podía ser alguien. Después de mi primer artículo en Diario de Avisos, Juan Régulo, director de una editorial de Tenerife, me mandó a preparar más escritos porque quería leerme. De ahí salió mi primer libro de poemas El viento y las Adelfas». 

¿Qué ha supuesto para usted ser mujer en su recorrido profesional? «Soy fuerte y si fuese otra sería una guerrera. En una lucha mental o ideológica no me callo. Además, nunca pensé que fuese diferente por mi sexo. No tenía la sensación de ser otra cosa diferente a ellos. Defiendo que mi criterio es válido y no me tose nadie. No le tengo miedo ni a mujeres ni a hombres. Tenemos que sentirnos iguales».

«Después de ir a la cárcel, llevarnos palizas, sentir el menosprecio familiar o conyugal, conseguimos cosas como el divorcio o el aborto»


¿A qué problema se ha enfrentado al ser una mujer que habla sin tapujos en la prensa? «A mí, que presumo de independiente, de hacer y decir lo que me da la gana, me han parado los pies. Es ahí, donde te das cuenta que estás sometida a un criterio. Esa es la dificultad de ser periodista independiente y libre. Aunque la postura moral es una y la de supervivencia es otra. Teniendo mis garbanzos asegurados y siendo funcionaria, con una plaza fija de docente, es muy cómodo hablar de temas controvertidos, poniendo mi moral y pensamiento por encima de cualquier trabajo periodístico».

Entonces, ¿el periodista debe seguir sus principios morales o ajustarse a las normas del periódico? «En principio no mentir y decir su versión si está convencido de ella. Eso es ser honesto. Ahora, si tienes que comer, ¿qué haces? En la balanza a veces pesa más no decir algunas cosas».

Su compromiso con el feminismo es sonoro. ¿Siempre se consideró feminista? ¿Cuándo comenzó su compromiso consciente con el movimiento? «Estuve de los 14 a los 17  años en un colegio de coeducación, el primero en España sin diversificación de sexo. Con 18 o 19 años empecé a ir reuniones del Partido Comunista. Nos escondíamos en los mismos sitios y leíamos los mismos autores. Conozco el movimiento feminista por un grupo dirigido por Lidia Falcón. Nosotras nos reuníamos, opinábamos y discutíamos. Por mi misma no había tenido sensación de ofensa, no me pasaba a mí pero a otras mujeres sí. Por eso estaba allí. Después de ir a la cárcel, llevarnos palizas, sentir el menosprecio familiar o conyugal, conseguimos cosas como el divorcio o el aborto. Lo logramos porque no nos separamos».

«La imposición del lenguaje inclusivo no es la solución si en las aulas siguen habiendo hombres creyendo que son superiores por tener testículos»


¿En qué momento se dio cuenta de que la violencia machista existía en su entorno? «Yo no viví violencia doméstica en mi casa. Mi madre era una mujer fuerte, valiente, independiente y especial, mi padre un buen hombre, pero en tu entorno pasan cosas. Yo tenía 12 años cuando un hombre me atacó en el metro de Madrid, volviendo a casa se pego y restregó contra mí. En esa época, ¿quién te explicaba que eso era un tipo de violencia machista? Ahora eres mayor y te impones cuando ves estas actitudes. Para mí escribir es una forma de intervenir».

¿Hasta qué punto el lenguaje inclusivo es parte del cambio para llegar una sociedad igualitaria? «La imposición del lenguaje inclusivo no es la solución si en las aulas sigue habiendo hombres creyendo que son superiores por tener testículos. Aún así, son los hechos los que transforman la sociedad, son aquellas mujeres que enseñaban a leer a otras mujeres las que mejoran la calidad de vida y el pensamiento de ellas».

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