Obra culmine del trío en el Paraninfo. Foto: B. Viera.

Steam Room, al ritmo de giros eternos

Cultura / Ocio

Steam Room se hizo con el público del Paraninfo de la Universidad de La Laguna el pasado viernes, 3 de mayo, en la presentación de la última parte de su trilogía de danza titulada DragOn Forever. Esta actuación fue la primera que el pueblo tinerfeño pudo disfrutar ya terminada y pulida, pues hace cosa de año y medio, presentaron este mismo acto en proceso en la capital, y era ahora cuando por fin, regalarían a la audiencia la obra finalizada, perfeccionada y con un fin claro: acabar con la trilogía.

20.11 horas. Comenzamos a entrar a un paso rápido y decidido. Por primera vez, el público se adentró en un concepto totalmente nuevo, el escenario. Comenzaron a subir, creando un perfecto giro alrededor de todas las sillas dispuestas rodeando al conjunto que ya se encontraba en escena. La gente creía que se sentaría donde siempre, separados del proscenio, pero no, surgió algo que en cine suelen ejemplificarlo como la rotura de la cuarta pared. Algo parecido, pues tenía pinceladas distintas. Habían roto con cualquier distinción y quienes entraron fueron parte de la coreografía y de la escena.

El grupo de baile caminaba al compás de una música alternativa mientras cada persona encontraba su lugar para disfrutar de la pieza. Steam Room, vestidos con telas finas de color verde, buscaban hacer contacto visual con cada persona allí sentada. Sus pupilas, encharcadas de negro, propiciaban cierta inquietud. Pese a ello, esbozaban fuertes sonrisas al público que se encontraba atónito. Aunque las vueltas que daban parecían sin sentido, el camino estaba perfectamente trazado y los movimientos estaban completamente compenetrados. Todo esto, rodeando los espacios delimitados por el público. Aquello era una obra 360 grados.

Artistas al inicio del espectáculo caminando alrededor del público. Foto: B. Viera.

«Qué fuerza transmiten»


El salón estaba lleno de caras de asombro y de intriga. Las luces que ambientaban la escena parecían imitar a la estrella de Belén en el mito bíblico, pues guiaban el sentido de los pasos del grupo y allá donde la luz apuntase, se movían. Los comentarios no cesaban y el público estaba atónito: «Qué fuerza transmiten». Cualquiera podía creerse capaz de realizar esos movimientos, reflejándose en las piernas que golpeaban una y otra vez los asientos, mostrando el ansia de la gente por unirse al espectáculo.

Las cabezas asentían al son de la música y los cuerpos se movían al compás de esta. Surge otro cambio de música, esta vez más animada. Ya la corporación de baile no caminaba, corría rítmicamente. Movían los brazos enérgicamente desde la cabeza hasta los pies. No hacía falta nada más para sacarle una sonrisa al público. El clima recordaba a la libertad, transportando incluso a lo tribal. Las expresiones faciales lo expresaban todo.

Tercer cambio de música. Mucha técnica reflejada en movimientos simples cargados de coordinación y actitud que bastaban para reflejar el espíritu antielitista del conjunto artístico. Se lleva la atención una mujer que cargaba un bebé en brazos al que zarandeaba al ritmo de la música. Una vez más, un acercamiento explícito del público. La reacción era común y las ganas de bailar afloraban en cualquiera. De un momento a otro la escena se quedó sin luz, los movimientos eran cada vez más lentos y el espacio se llenó de intimidad.

21.00 horas. El conjunto comenzó a quitarse la ropa hasta quedar cubiertos por una fina tela que solo tapaba las partes más privadas de cada integrante. A distintos ritmos, se fueron deshaciendo de la ropa y todo se tornó en algo más oscuro y fugaz. Las expresiones cambiaron. Todo se volvió más serio. Nadie se esperó aquello. El silencio era cortante y solo se escuchaban los suspiros del público sorprendido.

Steam Room tras quitarse el vestuario. Foto: B. Viera.

«Pensé que terminarían sacándonos a bailar»


Entre los giros que trazaban en sí mismos y alrededor del escenario, se escuchan unos aplausos suaves pero con seguridad. Todas las personas voltean la vista a una señora en silla de ruedas que no puede contener el entusiasmo y aplaude ensimismada. Las demás la siguen y todo se envuelve en una competición de aplausos a la danza que presenciaban. La escena se llenó de humo y aplausos pero de repente la luz se apaga. Sus cuerpos se paran.

21.21 horas. La obra finaliza. La gente se pone de pie. Aplauden. Gritan. Silban sin parar al conjunto que yace sobre el suelo tapizado del escenario. «Dios qué maravilla», se escuchó. Steam Room desapareció de la escena y el público no se lo pensó dos veces. Se veían capaces, aquello les había hecho sentirse así. Se levantaron y comenzaron a bailar sin ningún tipo de pudor. «Pensé que terminarían sacándonos a bailar», comentó alguien allí presente. Entre giros eternos, la compañía puso fin a esta trilogía con su espectáculo DragOn Forever.

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