La Asociación de Vecinos de García Escámez presta la ayuda alimentaria. Foto: Jessel S.

Por una bolsa de comida

Solidaridad

La Asociación de Vecinos del barrio de García Escámez, en Santa Cruz de Tenerife, hace repartos de alimentos a más de seis mil familias que se encuentran en una situación de pobreza, ahora agravada por la pandemia. Pese a que la entrega comienza a las 10.00 horas, se puede ver desde las seis de la mañana largas colas de personas que aguardan su turno. A medida que despunta el día van llegando personas de diferentes lugares de procedencia:  Ecuador, Venezuela, Cuba y, por supuesto, Tenerife. La entrega se efectúa todos los viernes desde que su fundadora, África Fuentes, decidió hace más de diez años mejorar la calidad de vida de su comunidad.

Con risas, gritos, enfados y largas conversaciones, pasan las horas quienes no se conocen, pero que comparten historias de vida para hacer más amena la espera. El pasado viernes, tuvo lugar una revuelta («algo común», cometan). El enfrentamiento que tuvo lugar antes del reparto de alimentos fue protagonizado por dos mujeres, cada una de ellas con sus manos descubiertas para defender aquello por lo que llevaban horas esperando.

La cola da la vuelta a la plaza principal de García Escámez. Y en los balcones y ventanas hay quienes observan la necesidad de muchos zapatos que no soportan una hora más de pie.

La mayoría del personal que se ofrece voluntariamente a ayudar suelen ser personas mayores que trabajan entre dos o más veces por semana recibiendo y preparando los alimentos que van a ser entregados todos los viernes. La ayuda procede de diversos lugares tales como empresas, supermercados, instituciones o el Banco de Alimentos. También hay aportaciones procedentes de  particulares y familias que empatizan con esta acción solidaria.

Entre los enseres que reparten, se pueden encontrar: chocolate, garrafas de aceite, paquetes de legumbres, pastas, verduras, cartones de huevos y yogures, algunos próximos a la fecha de caducidad, pero otros en excelentes condiciones.

Hay varias personas encargadas: se encuentran aquellas que reparten, las que reciben las firmas para verificar que nadie pase dos veces y otras que intentan poner orden.  Se respira un ambiente familiar.

Odalys Melián no suele faltar ningún viernes


Integrarse en la fila conlleva conocer un poco mejor a quienes están delante y detrás. Lo cierto es que la distancia de seguridad no se respeta mucho, a excepción de aquellos momentos en los que pasa el coche de policía haciendo sonar su sirena y reclamando orden a quienes esperan.

Hay personas mayores acompañadas de un carrito de la compra a la espera de ser provisto. Bebés en brazos que lloran a sus madres por sueño y cansancio y gente que solo desea que llegue la hora para poder marcharse. De las personas presentes, salvo ciertas excepciones, pocas tienen coche. Deben subir los carritos llenos de alimentos por unas largas escaleras para poder llegar a la parada de guagua más cercana.

Entre los malos y buenos ratos se escuchan testimonios como el de Odalys Melián, quien con una familia a su cargo no suele faltar ningún viernes. «Lo que una tiene que hacer por una bolsa de comida», dice.

 

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