Los nebulizadores de agua y lejía han sustituido a las ametralladoras ligeras. Foto: Ramón Costa

Frente al pelotón de fusilamiento

Opinión

Para nuestra infortunio, ni este rocambolesco pasaje de virus y confinamiento lo ha escrito Gabriel García Márquez ni vivimos en Macondo. Vivimos un poco más allá de la Ciénaga, donde para nuestro alivio aún no estamos en guerra. El término guerra se ha convertido, por antonomasia, en el vocablo predilecto durante esta crisis sanitaria. Y no concluye aquí el recorrido de la palabra, sino que desde las instancias, sobre todo políticas, se apela a una interminable lista de términos y expresiones que comparten campo semántico.

No en vano se ha decidido librar esta «guerra» de esta forma. Aquí no concurren un conjunto de casualidades y eventos azarosos. El uso de este lenguaje tiene importantes implicaciones sociales y políticas, que influye en los procesos mentales de asimilación de cómo se desarrolla esta catástrofe natural.

Según el periodista Josep Ramoneda, hablar de guerra significa transferir el problema al ámbito de la confrontación política. Además, el periodista apunta que el discurso de la guerra no guarda correspondencia con el principio moral en el que se apoyan nuestro dirigentes: salvar vidas. Y salvar vidas no es, precisamente, la ley de guerra. Asimismo, el discurso bélico tiene otra deriva aún más alarmante: alimenta la fantasía autoritaria.

«Antes había armas de destrucción masiva y caían bombas del cielo. Hoy hay un virus»

Desde el inicio de la crisis sanitaria se ha intentado asemejar la situación social derivada del COVID-19 con el periodo bélico y de posguerra de la Segunda Guerra Mundial. Efectivamente, la transcendencia del coronavirus de Wuhan en la forma en la que se desarrolla la vida y en las pautas de relaciones y comportamientos sociales solo ha tenido un precedente muy próximo en el tiempo: la última guerra mundial. Pero, los escenarios en los que se está desarrollando uno y otro evento son radicalmente diferentes. Antes había armas de destrucción masiva y caían bombas del cielo. Hoy hay un virus.

Así, en la primera comparecencia del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, el 14 de marzo, por la que decretaba el estado de alarma, y el consecuente confinamiento, Sánchez ya usaba «guerra». Además, también hacía uso de enemigo único. «El enemigo no está a las puertas. Penetró hace ya tiempo en la ciudad. Ahora la muralla para contenerlo está en todo aquello que hemos puesto en pie como país, como comunidad», apuntaba. Esta cita del presidente es un claro ejemplo del lenguaje bélico para una crisis de carácter sanitario y social. En este sentido, la utilización de «muralla» o «contención» también entra dentro de este léxico.

Desde un punto de vista económico, continuamente se apela a la «reconstrucción» del País y de la economía. ¿Ha habido derrumbes, terremotos o inclemencias meteorológicas que hayan producido daños irreparables en nuestras infraestructuras? En la España y en la Europa de la posguerra (civil y mundial, respectivamente) sí era necesaria esa «reconstrucción». Ahora, lo que hace falta es reactivar o reestimular el sistema económico (y a lo mejor replanteárselo). En esta línea, se apela continuamente a las «movilizaciones» de ayudas e inyecciones de capital económico, similares al Plan Marshall. El caso análogo en España son los Pactos de la Moncloa. ¿Es equiparable una y otra coyuntura, la de entonces y la de ahora?

La palabra más frecuente que se emplea para referirse, de forma especial, a los sanitarios, a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, al personal de limpieza o al de la alimentación es «héroes». Además, en muchos casos decimos que se enfrentan a un «enemigo poderoso y desconocido», y que lo hacen «sin munición». Todo esto, por supuesto, «en primera línea de batalla».

«El Ejército en la calle, altos mandos en las ruedas de prensa y abuso policial»

Cosa bien distinta es que todos los días haya escenas más propias de la guerra (la de verdad): efectivos de los diferentes cuerpos del Ejército desplegados por las calles y ruedas de prensa con altos cargos llenos de galardones y medallas militares. Por no referirnos al abuso policial. Esa es otra guerra.

Manoel Núñez Seixas, historiador español, entiende que con el empleo del lenguaje bélico «se está buscando una cierta épica, porque a la población hay que movilizarla». Además, añade que «se quiere aprovechar la crisis para reforzar valores de solidaridad, pero es peculiar, porque estamos cada uno en nuestras casas. Es una épica que puede volverse contraproducente, porque a veces la frontera entre lo sublime y lo ridículo es muy tenue».

Los medios de comunicación constituyen el brazo que articula todo este «despliegue de efectivos léxico-semánticos militares». El periodismo, lejos de reinterpretar y analizar, adopta el lenguaje usado por la clase política, haciendo suyo, de esta forma, el discurso que los partidos políticos quieren que se use (traigamos al presente el «veto parental», que se blanqueaba a través de la expresión «pin parental». Esa, también, es otra guerra).

La pregunta ahora es si podremos salir de esta «guerra» sin que haya una batalla entre la ciudadanía y la clase política. Lo propio sería plantearse quién debería suscribir el Tratado de Rendición y, por fin, abandonar el clima bélico y de odio que se ha instalado en nuestra sociedad. Un último dato: según el estudio How Ideology, Economics and Institutions Shape Affective Polarization in Democratic Polities, España es el país más polarizado políticamente de su entorno. ¿Hasta cuándo estaremos frente al pelotón de fusilamiento?

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