Un idioma no necesita de un estado para perdurar. Foto: PULL

El peso de la lengua en la política actual

Opinión

Si hay algo que ha caracterizado la política de la década pasada ha sido sin duda el resurgimiento y el fortalecimiento de los movimientos nacionalistas e independentistas en el Viejo Continente. Todos estos movimientos han ocupado semana tras semana los titulares de una gran cantidad de medios de comunicación. Desde el referéndum de independencia de Escocia, al Brexit y ya, barriendo para casa, el independentismo catalán.

Los nacionalismos anteriores son solo una pequeña porción de todos los que actualmente está viviendo Europa. Casos como País Vasco, Bretaña, Córcega o Islas Feroe se unen a este grupo. Estas regiones, en mayor o en menor medida, se han pronunciado a su estado central para pedir más autonomía o independencia para poder defender su patrimonio cultural, histórico y lingüístico.

Y es que si hay algo que comparten todos estos movimientos es la defensa de sus respectivas lenguas frente a la del Estado. Cualquier lengua, el español, el francés, el rumano… siempre acaba siendo un elemento constituyente al hablar de un pueblo; un elemento de identificación cultural que contribuye a la formación de una identidad propia que acaba afectando a todos los niveles: comportamiento sociales, forma de pensar, forma de relacionarte, jerarquías, etc.

Más o menos integrados en un lugar

Esto lo podemos probar con nosotros mismos, si ahora nombro dos países como pueden ser Polonia y Uruguay, además de venirnos a la mente elementos caracterizadores de cada país inocentemente hay uno que hemos sentido como más cercano, Uruguay. Esto es debido principalmente por el idioma.

En nuestro continente podemos nombrar el caso de la Guerra de Transnistria (1992), un conflicto que nació en la antigua República Soviética de Moldavia, formada por dos comunidades: una rumano-parlante y otra ruso-parlante. Con la independencia de Moldavia de la Unión Soviética, Moldavia declaró como idioma oficial el rumano frente al ruso, lo que provocó que la comunidad ruso-parlante declarara su independencia para proteger su cultura e idioma.

Pero, ¿es la independencia garante de esta evolución? En este caso la respuesta no es tan simple como decir sí o no. Si nos sumergimos en las inmensas páginas que conforman la historia europea podemos ver como en ocasiones sí que depende tener un estado propio y en otras no.

Claro ejemplo de que una lengua no necesita de un estado para perdurar, es el caso de Irlanda. Irlanda es el único país de origen celta que ha conseguido la independencia. Sin embargo su lengua, el irlandés, de origen Celta, a pesar de ser la lengua oficial, muchos lingüistas consideran que está entrando en la peligrosa línea que la puede llevar a la extinción si no se toman medidas.

Los irlandeses prefieren el inglés 

En este caso la población irlandesa tiene como segundo idioma el inglés el cual les es más cómodo de usar en su vida cotidiana. Este proceso también lo está viviendo el gallego pero con la diferencia de que este no es un estado independiente.

Entonces, el hecho que una región cuente con un idioma propio supone, de hecho, que estamos tratando con un pueblo diferente al nuestro y que se rige por unas reglas culturales distintas. Por lo tanto, podríamos atrevernos a afirmar que evidentemente estas regiones pueden llegar a nombrarse a sí mismas como naciones.

Sin embargo, considerar que más autonomía o la independencia es esencial y vital para que su idioma, cultura… perduren, puede que no sea la solución, ya que, muy probablemente, la respuesta puede que pase por la educación y el patrocinio de una lengua para protegerla.

Aunque al final eso solo acaba decidiéndolo el conjunto de la población con el paso de las décadas.

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