¿Por qué es más probable que a una niña se le regale un carrito de bebé antes que un juego de lógica o de construcción? ¿Por qué solo hay un 33 % de mujeres en el campo de la investigación a nivel mundial, según la UNESCO? Pese a tener acceso al mercado laboral en igualdad de condiciones, tenemos prejuicios y estereotipos de género establecidos. Desde la infancia, nos encasillan en un rol social y las aspiraciones se limitan a ciertos ámbitos.
En los libros de texto de la ESO, en España, aparecen un 7,6 % de mujeres relevantes según el proyecto TRACE, coordinado por la científica Ana López-Navajas en 2011. Esta escasa representación transmite la idea de que los niños tienen más probabilidad de triunfar y a las niñas les cuesta imaginarse en laboratorios o construyendo un robot. Del mismo modo, la publicidad educa con ciertas patrones, pues al pensar en un anuncio de tareas domesticas no se nos viene a la cabeza la imagen de un hombre.
«En entornos masculinizados es frecuente padecer el síndrome de la impostora»
Entrar en áreas especializadas puede significar mucha presión y una lucha constante para una mujer. En entornos masculinizados es frecuente padecer el síndrome de la impostora y dudar de las capacidades o del mérito de sus logros. Rosalind Franklin, investigadora de la estructura del ADN, nunca recibió reconocimiento profesional. Personajes como ella son la prueba del esfuerzo sin recompensa.
Por tanto, contemplar el talento femenino del pasado y darles visibilidad en el presente es crucial para construir una sociedad igualitaria. Es necesario acostumbrar a las niñas a los experimentos divertidos con probetas y tubos de ensayo antes que a las cocinitas, porque un juguete puede demostrar de lo que ellas son capaces.