Caminar sobre las nubes – Periodismo ULL
Hayao Miyazaki, cofundador de Studio Ghibli y referente del cine de animación japonés. Foto: PULL

Caminar sobre las nubes

Opinión

De pequeña soñaba con crecer y tener la curiosidad de Chihiro, el carácter de Sophie y la valentía de San, con ver la ciudad a través de las nubes, recorrer el campo encima de un castillo con patas o correr sobre peces gigantes. Soñaba con tener el corazón tan grande que me ardiese al sentir demasiado. Llegué a caminar por lugares donde los cerdos hablaban y la gente se convertía en pájaros. Tal vez ese lugar no existía, pero Hayao Miyazaki hizo posible que mis fantasías fuesen un poquito más reales.

Con el paso del tiempo, no solo yo crecí sino que el lugar que hizo de mis sueños una realidad y las personas que habitaban dentro también lo hicieron. Ni Ponyo ni Sasuke seguían siendo niños ni el pelo de Totoro seguía siendo gris. Y aunque estos personajes fuesen inmortales, su creador no lo era.

Fueron varias las veces que escuchamos que el creador de uno de los estudios de animación más importantes de la industria tenía pensado retirarse, pero fue en 2013 cuando decidió tomar esa decisión. Sin embargo, no tardamos mucho en volver a verlo en la gran pantalla, pero esta vez con una película que se salía de lo común en su trayectoria.

«Adaptarse al desarrollo no significa sacrificar la personalidad»

Hayao Miyazaki es conocido por ser uno de los mayores críticos de la animación generada por inteligencia artificial o creada por ordenador. Para él, cada película debe transmitir una parte del alma del director; tiene que sentirse orgulloso del trabajo que supone sacar adelante cualquier proyecto, y eso, si no es con papel y lápiz, no es un esfuerzo real. «Hay arrepentimiento en hacer una película que no me salga del corazón», comentó el viejo Miyazaki en su documental The One Who Never Ends (2018). Aunque esta sea su principal crítica a la animación actual, todo debe evolucionar para ser preservado.

Adaptarse al desarrollo no significa perder la personalidad, siempre y cuando nunca falte esa esencia que nos hace únicos en lo nuestro. Para Miyazaki ese sello era la paciencia y la constancia, y adaptándose a las circunstancias la oruga Boro se convirtió en una de las primeras películas de animación hechas con CGI del Studio Ghibli. Porque la esencia de Ghibli seguía ahí. Porque cada paisaje seguía trasmitiendo nostalgia. Porque cada personaje seguía sintiéndose real.

El estudio japonés hizo historia de la manera más sofisticada: creando un universo en el que cada pelo, cada risa, cada movimiento tenía una intención por muy insignificante que fuese. La productora del viejo Miyazaki existió para traducir la imaginación de los niños en realidad y para demostrarles que hasta el mundo más cruel puede llegar a tener un final feliz.

Y es que desde que era pequeña, Ghibli me demostró que dentro de un mundo en el que se sexualiza a la mujer, podía ser independiente y valiente. Dentro de un mundo en el que se idolatra más la rapidez que la imaginación, podía llegar a crear castillos en el cielo.

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