Abel López Díez es doctor en Geografía por la Universidad de La Laguna, y desde 2014 forma parte de la Cátedra de Reducción del Riesgo de Desastres y Ciudades Resilientes de la ULL. Su investigación se centra en fenómenos meteorológicos extremos, la planificación de emergencias y la evaluación local del riesgo. En la actualidad es miembro del Comité de Expertos para el Estudio del Cambio Climático y el Fomento de la Economía Circular y Azul del Gobierno de Canarias.
¿Desde pequeño quiso dedicarse a esto? «Pues realmente siempre me ha gustado muchísimo todo lo que tiene que ver con el mundo de la climatología y la atmósfera, desde que era pequeño siempre ha sido una de mis grandes pasiones. También es cierto que mi inquietud siempre fue el mundo de la aeronáutica, pero por cuestiones de la vida llegué al mundo de la geografía, y en específico a la rama del clima, que es a lo que me dedico ahora».
¿Cuáles son las variaciones meteorológicas más notables que produce el cambio climático en Canarias? «Tenemos que saber tres cuestiones: en primer lugar, las temperaturas están aumentando muchísimo, y aquí hay que resaltar el incremento de las nocturnas, especialmente en medianías y alta montaña. También sabemos que las lluvias comienzan a comportarse de una forma diferente, ya que en nuestro régimen de precipitaciones llovía más en invierno, y ese máximo se está desplazando hacia otras estaciones. Por último, al ser espacios costeros, observamos cómo el incremento del nivel del mar es cada vez mayor. Aumenta a un ritmo aproximado de dos milímetros al año, y da lugar a que los temporales de costa cada vez tengan mayor peligrosidad. Todo ello evidencia una tendencia hacia la tropicalización».
¿Qué impacto tienen estos cambios en el medioambiente en el ámbito natural? «Los cambios en el medio natural dan lugar a que diferentes formaciones vegetales tengan que adaptarse, y en Canarias únicamente pueden adaptarse en altitud. Eso provoca que especies más características de las medianías, como el pino, ahora se encuentren mucho más cómodas en sectores de alta montaña. Además, el mar de nubes, que es lo que permite que exista el monteverde, poco a poco está descendiendo, y eso va a implicar que determinadas especies tengan que ubicarse en otras cotas, que puede ser problemático de cara a su conservación. Por otro lado, nuestras aguas son cada vez más cálidas, lo que tiene unas implicaciones directas sobre su fauna y flora. Están apareciendo especies que no son propias porque se encuentran mucho más cómodas en las Islas, y eso está desplazando a otras que sí son autóctonas».
«Nuestros espacios urbanos han sido diseñados de espaldas a la variable de riesgo»
¿Y en el ámbito humano? «Es una realidad que los ecosistemas urbanos cada vez van a tener que absorber impactos extremos mucho mayores. Nuestras ciudades tendrán que adaptarse a las nuevas condiciones térmicas. También hay que saber que, si estos espacios están configurados como están en la actualidad, seguirán teniendo problemática de cara a determinados eventos como las precipitaciones extremas. Han sido diseñados de espaldas a la variable de riesgos. Asimismo, nuestro litoral está densamente poblado y las infraestructuras críticas están situadas muy próximas también a los sectores costeros. Si tenemos una mayor peligrosidad en la costa, esas zonas son más vulnerables frente a cualquier evento extremo de origen marino».
En los últimos años hemos vivido una serie de fenómenos extremos en las Islas. ¿Se espera que en el futuro esta tendencia continúe? «Con total seguridad, el aumento de temperaturas y las olas de calor más intensas y duraderas van a seguir la misma tendencia. Cada vez las noches son más cálidas en el Archipiélago, pues están apareciendo las que se denominan como noches ecuatoriales (por encima de veinticinco grados centígrados) y las noches tórridas o infernales (por encima de treinta grados). Con las precipitaciones tenemos mayor margen de duda, no sabemos si realmente la torrencialización va a aumentar o no. Lo que sí sabemos es que al menos se va a mantener, y ya de por sí nuestro régimen de precipitaciones es bastante torrencial. Además, no hay que olvidar la probabilidad de que en los próximos años nos afecten episodios de origen tropical, efecto directo de un mar cada vez más cálido».
¿Qué pasará con los incendios forestales? «Tristemente, los incendios forestales cada vez consumen una mayor capacidad de hectáreas, tienen mayor peligrosidad y mayor índice de calcinación. Cuando el fuego pasa por un ecosistema, calcina mucho más combustible fósil que antes porque los montes han estado muy secos, con muy poca humedad. En los últimos años hemos visto los incendios de sexta generación, aquellos que alcanzan más de 10 000 hectáreas, como el de 2023 en Tenerife. Generan sus propias condiciones meteorológicas y cuentan con su propia nube, muy problemática para los medios aéreos de extinción. Entonces, únicamente se pueden extinguir cuando se ha quemado todo o cuando las condiciones meteorológicas cambian drásticamente».

¿Cómo afecta el cambio climático al sector agrario? «Va a condicionar elementos de base para que se desarrolle la agricultura, que son las temperaturas y el agua. Nuestros cultivos son relativamente sostenibles porque tenemos unas condiciones térmicas muy positivas para el desarrollo de cultivos tropicales. Sin embargo, desde el punto de vista hídrico, empezamos a tener problemas de cara al futuro, y se va a reducir la precipitación alrededor de un 30 % o 40 % a final de siglo. Eso puede condicionar la viabilidad de algunos cultivos si no se adaptan o no incorporan nuevas variedades que sean menos demandantes de agua».
¿Y al sector turístico? «Las variaciones climáticas tienen unas implicaciones directas en cómo el turista percibe el clima de un destino. Esta percepción va a empeorar en algunas estaciones del año, por ejemplo el verano no va a ser tan confortable como es ahora. Sin embargo, es cierto que a nivel europeo está mejorando, como en el norte de España. El incremento de temperaturas y la disminución de precipitaciones hace que aparezcan competidores turísticos que antes no estaban. Es más económico viajar a sitios más próximos, por lo que el sector se enfrenta al desafío de seguir siendo competitivo frente a nuevos destinos. Tendrá que reconvertirse y compensar las emisiones de gases de efecto invernadero que conlleva traer turistas internacionales al Archipiélago».
¿Qué impacto tiene el cambio climático en nuestra salud? «Sobre salud, una cuestión muy específica es lo que está pasando con las calimas. No es que estén aumentando su frecuencia, pero sí cada vez son episodios más intensos, duran más y la cantidad de polvo en suspensión que traen de África es mayor. Todo ello tiene una serie de implicaciones sobre nuestro sistema respiratorio, más aún en aquella parte de la población que tiene patologías previas respiratorias. Ademas, el aumento de las noches tropicales ha aumentado la mortalidad, presenta un exceso siempre que se producen episodios de olas de calor».
«Sostenibilidad y desastre no van de la mano»
¿Cómo podemos contrarrestar los efectos a nivel local? «A nivel local tenemos dos cuestiones, una importante y otra importantísima. La importante es seguir intentando contribuir a que haya menos gases de efecto invernadero. Es cierto que el impacto global es muy limitado, porque sobre el 100 % de todo el planeta emitimos muy poco, pero eso no debe hacernos olvidar que tenemos que seguir mejorando. Lo importantísimo es la otra cuestión para permitirnos convivir y coexistir con esta realidad climática, que es la palabra adaptación. Adaptarnos significa revertir o limitar las consecuencias que el cambio climático va a tener sobre nuestro territorio. Sostenibilidad y desastre no van de la mano, y eso tenemos que interiorizarlo».
¿Qué le diría a las personas que no creen en el cambio climático? «Se puede negar el cambio climático por motivos ideológicos, pero no por motivos científicos. La ciencia no engaña, trabaja con datos analizados en base a muchísimos años de información que hemos ido recapitulando. Se pueden criticar las políticas que puedan estar desarrolladas en base al cambio climático por creerlas importantes o no, pero negar el fenómeno es mentir, es ignorar la evidencia y obedecer a otros movimientos que no son científicos».
«No es un problema físico, es un problema social»
¿Considera necesaria más concienciación en el ámbito educativo? «Siempre. La formación es lo que genera el cambio, ya que permite minimizar esos movimientos negacionistas. Hay que seguir trabajando en las poblaciones y la población adolescente, donde esos mensajes, desafortunadamente, están calando más que nunca. Pero desde el punto de vista de nuestro sistema educativo, la nueva reforma educativa incorporó un gran peso a toda la parte de sostenibilidad y cambio climático. No igual la ideal, pero sí dio un paso adelante».
¿Y en el ámbito universitario? «Las universidades siguen teniendo un reto, hay que incorporar más contenidos en los diferentes grados, fundamentalmente en aquellos más afines a la problemática. El cambio climático es una cuestión transversal que no hay que verla solo desde la óptica medioambiental, sino desde la social. Al final, no es más que la manifestación de nuestro sistema productivo, de nuestra forma de vivir en este planeta, que genera una serie de efectos. No es un problema físico, es un problema social de base, y ahí es donde tenemos que trabajar. Y hay muchísimas disciplinas que tienen mucho que aportar».