La cultura de la moda rápida comenzó a extenderse en la década de los dos mil, y a día de hoy ha conquistado la sociedad a través de sus precios, prendas accesibles y actualizadas a las últimas tendencias, devoluciones gratuitas y un sinfín de facilidades que llevan al consumo. Industrias como Inditex, Primark o Shein ofrecen opciones atractivas y mucho más económicas, convirtiéndonos en seres vulnerables al consumismo.
La mayoría de las veces el fast fashion impone estereotipos que fomentan las compras rápidas y crean patrones de identidad, lo que lleva a un ciclo continuo e interminable. El público objetivo se sitúa entre los 18 y los 26 años, siendo las mujeres el sector demográfico mayoritario. La principal ventaja de la moda rápida es que democratizan la ropa elegante para las masas. Pero, ¿a qué precio?
Cuando compramos prendas sin ver más allá de un trozo de tela no somos conscientes de las realidades que esconden. Estas industrias recurren a países en vías de desarrollo y con menor regulación, pues poseen una mano de obra mucho más económica, aumentando las ganancias a costa de jornadas laborales que superan las 17 horas diarias, como es el caso de Bangladesh, Camboya o Vietnam.
«La producción desenfrenada de la ropa a bajo coste arrastra consigo un grave impacto medioambiental»
La mano de obra, en su mayoría, es mujer y menor. No suele contar con medidas de protección y sufre acoso laboral e, incluso, violencia física por un salario ínfimo. Todo para satisfacer nuestra demanda y avaricia insaciable.
Lejos del debate ya existente sobre las cuestiones éticas de este tipo de empresas, la producción desenfrenada de la ropa a bajo coste arrastra consigo un grave impacto medioambiental. La moda es la segunda industria más contaminante, pues genera hasta un diez por ciento de las emisiones mundiales de gas de efecto invernadero.
Llegados a este punto, hay razones suficientes para dejar de lado este tipo de consumo rápido, pero la cosa no cambia. Cada vez son más quienes se suman a este negocio, aportando a la explotación, contaminación y mediocridad. ¿Cuál es el verdadero precio de nuestro consumo?