Hoy en día el concepto de “orden alfabético” se utiliza para adecuar diccionarios, libros, agenda telefónica, pero, ¿por qué el alfabeto está ordenado de esa manera?
Un estudio de la Universidad de Cambridge, denominado «Tripulantes», se ha centrado en explorar cómo el abecedario que se desarrolló durante el segundo y primer milenio A.C., en el antiguo Mediterráneo y Oriente Próximo, guarda relación con los sistemas de escritura utilizadas por las diferentes culturas a lo largo del tiempo.
El proyecto liderado por la doctora Philippa Steele, dos investigadores postdoctorales y un estudiante de Doctorado de la Facultad de Estudios Clásicos de la Universidad de Cambridge, pretende dar un enfoque innovador e interdisciplinario a la historia de la escritura “mediante el estudio de la forma de escribir de los pueblos antiguos seremos capaces de obtener un mayor conocimiento de la interacción entre sus culturas”, explica la investigadora.
El primero orden alfabético data de unos tres mil años. Se trata de la escritura ugarítica, utilizada en la antigua ciudad de Ugarit, Esta se basaba en signos cuneiformes impresos sobre tablillas de arcilla, cuyas letras ya se escribían en orden, posiblemente con fines educativos. Los fenicios, sin embargo, utilizaban cartas lineales, muy similares a las que se usan en inglés en la actualidad. Fue en esta civilización donde su alfabeto se inició con las letras Alepo, Bet, Gimel, Dalet, coincidiendo con el nuestro propio A, B, C, D, quedando demostrado que no es una casualidad. Los griegos a su vez, lo tomaron prestado de los egipcios y lo transportaron a Italia, quienes finalmente lo transmitieron a los etruscos y romanos, perdurando el mismo orden de letras. Es por ello, que nuestro alfabeto moderno adquiere la forma de hoy en día.
Para Philippa Steele, esta permanencia en el tiempo se debe a cuestiones no solo lingüísticas sino también de índole social. “Sería importante saber quién se dedicaba a conformar la escritura así como los mecanismos utilizados para ello”, destaca. Además, considera que la globalización no es un fenómeno moderno ya que “aunque dispongamos de una tecnología evolucionada, estamos participando en las mismas actividades que realizaban nuestros antepasados”.
La investigadora asegura que a pesar de haber habido un alto nivel de interconexión en el antiguo Mediterráneo y Oriente Próximo, “quedan pendientes cuestiones tales cómo la manera en que se movían las personas o la forma en que estos negociaban e interactuaban con otras culturas”.
El proyecto, que ha sido financiado por el Consejo Europeo de Investigación, comenzó el 1 de abril de 2016 y tendrá una duración de cinco años.