«La esclavitud en la época hispánica sigue siendo motivo de investigación»

Artes y Humanidades

Justo Ayoset Miranda Domínguez, historiador por la Universidad de La Laguna, se encamina hacia el doctorado. Un paso difícil, prometedor, en el cual se centrará en su tema de especialización: los discursos y debates en torno a las esclavitudes hispánicas en los siglos XVI, XVII y XVIII. Disfruta de una beca de investigación dada por la Universidad de Granada y, junto a su tutora Aurelia Martín Casares, estudiará sobre la importancia de la esclavitud dentro de la Monarquía Hispánica, que en el siglo XV, bajo el mandato de Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón, y lo que supuso para la época.

Todo empezó cuando comenzó a estudiar el concepto de “marginalidad” utilizado por los historiadores durante los siglos XVI y XVII. Lo que más le interesó de este tema fue “el discurso que se daba sobre el concepto. Por un lado, los marxistas lo aplicaban a la población pobre que, obligatoriamente, estaban abocados a ser marginados por el sistema social mientras que estudios de índole cultural se referían a que estos eran quienes no cumplían con una cierta identidad social dentro de la comunidad”.

Por ejemplo, las prostitutas, los homosexuales o los disidentes religiosos. A partir de su trabajo de fin de máster, se decidió “por la investigación, que es lo que a mí me interesa”. De esa forma, se embarca en el estudio de cuatro autores que han resultado fundamentales en su avance: Frai Márquez, Bartolomé de Albornoz, Luis de Molina y Francisco José de Jaca.

El concepto de «esclavo»


Antes que nada, Miranda decide aclarar el concepto de la palabra “esclavitud” que se tenía en la Edad Moderna. En los textos se hablaba de “cautivo” o “siervo”, los cuales “eran los más recurrentes, más que la palabra esclavo, debido a que esta era referida a la población negro-africana”. Explica que “este término proviene de la esclavitud blanca eslava. Por lo cual, se suele diferenciar con cautivo, que era el que quedaba bajo tu mando en el período de guerras mientras que la esclavitud conlleva consigo propiedad”. Desde un punto de vista materialista: “Es la propiedad de otra persona”. Por otra parte, “la servidumbre es más extensible, esta, además, se dio durante la conquista de América puesto que la intención de la Corona no era esclavizar sino evangelizar”. Distinciones que son necesarias conocer.

Por lo general, “nuestra concepción de la esclavitud está influencia por la industria cinematográfica estadounidense”, y es que es desde los años 50, con la obra de Antonio Domínguez Ortiz, donde se “derrumba esa historiografía que afirmaba que la presencia esclava en la Península era nimia”. Por ejemplo, se conoce que “Andalucía o algunas partes de Aragón era donde se daban los principales mercados de esclavos, pero también se daba en el País Vasco, en Cataluña o Extremadura. En el caso de Canarias, esta, según investigaciones de la historiadora Manuela Marrero, se veía como una práctica normalizada por su contacto con África y Sudamérica”. En realidad, «esta fue rápidamente prohibida por Isabel la Católica al igual que con la población india en la conquista».

También se derrumban otros clichés como “el coste mayor de un esclavo hombre que una mujer esclava”. En el caso de Granada, tal y como ha estudiado su tutora, Miranda aduce a que “era lo contrario, debido a que la esclavitud se trasmitía de manera matrilineal, la llamada ‘esclavitud de vientre’ que, junto al trabajo doméstico o el aprovechamiento sexual por parte de los amos, hacían que las esclavas fueran más caras”.

En este punto, el investigador explica las diferentes maneras en que se podía conseguir la libertad: “el testamento, la compra y el casamiento”. El primer caso se daba cuando los amos dejaban por escrito la liberalización mediante “formulismos que declaraban que por sus servicios merecían ser puestos en libertad”. En cuanto a la compra, “un esclavo podía pagar ese dinero y conseguir ser liberto”, mientras que “el casamiento entre un hombre esclavo y una mujer libre suponía que la descendencia lo sería, al contrario, no”.

El marco legislativo y la importancia religiosa


Si bien la esclavitud gozaba de una formulación legislativa “heredada de los romanos”, la tradición cristiana fue fundamental para su aceptación e interiorización en la sociedad. Fundamentalmente, “se basaban en escritos de los padres de la Iglesia, como Ambrosio de Milán o Gregorio Magno, en los que la cuestión era evangelizar a esos pueblos bárbaros ya que se suponía que vivirían mejor así, aunque no fueran libres”.

No obstante, hay un pequeño germen preabolicionista que pudiera encontrarse en los escritos de Luis de Molina donde “hace una crítica a los comerciantes por las malas formas que tienen de cautivar, o esclavizar, es decir, se cuestiona los saqueos de las aldeas africanas o la moral cristiana en la compra de los mercados europeos”.  Una de las preguntas del autor era: “¿Por qué al esclavizarlo, y tras cristianizarlo, no se le ponía en libertad? Ya que nunca se esclavizaba a un cristiano”. Sin embargo, estas declaraciones se hicieron por parte “de una élite intelectual, la cual tuvo repercusión, como que Carlos II le preguntara al Consejo de Indias sobre el estado de sus colonias al ver tal revuelo, pero no una acción directa”.

Las rebeliones


Una de las cuestiones más controvertidas es la ausencia de una rebelión formal por parte de los esclavos. “Es un debate constante”, dice Miranda, “pero hay que tener en cuenta la complejidad de los hechos. Por un lado, te encuentras con que los esclavos son personas de diferentes etnias de África, lo que supone una dificultad en el lenguaje, en el entendimiento, y por otra, el trauma del viaje y del secuestro, a lo que se le suma que están bajo personas con un poderío militar superior”.

En ocasiones se ha hablado de que un 80 % de la población en Río de la Plata era negra, sin embargo, “a través del castigo, que no de la muerte –puesto que no ibas a acabar con algo que te daba dinero-, el cual era brutal, se marcaba a los que intentaban escapar en la cara con una S y un martillo: esclavo”. Así, eran identificados y, “aun siendo liberados, les costaba ser aceptados socialmente”.

Desde una perspectiva actual, podría chocar la aceptación de estas denigraciones, a lo que el historiador relata cómo “a través de la pintura, de la cultura, se representaban estos códigos en los que está interpretado el esclavo, de manera que socialmente estaba interiorizado”. Sin embargo, «todavía queda mucho por estudiar».

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